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La Opinión

La polarización es la apuesta electoral de Donald Trump

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump trazó la idea que los migrantes, los afroamericanos, las feministas y los socialistas se han empoderado

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Jacques Coste
Donald Trump dice que los actos vandálicos deben ser castigados con todo el peso de la ley.

Tras varios días de protestas contra el racismo a lo largo y ancho de todo el territorio estadounidense, Donald Trump no ha cambiado la manera de referirse a las manifestaciones ni su respuesta ante ellas: son disturbios vandálicos e ilegítimos promovidos por grupos radicales de izquierda que deben combatirse con todo el peso de la ley y el orden. 

Pero, ¿por qué, aunque su respuesta ha incentivado que las protestas continúen e incluso se intensifiquen, Donald Trump no ha cambiado de tono?, ¿por qué no ha tomado una posición más conciliadora en aras de la estabilidad?

Porque Donald Trump justamente quiere lo opuesto a eso. En este momento, no le interesa la estabilidad social, ya que un ambiente efervescente, lleno de protestas que claman por la justicia racial, pero que también enarbolan otras propuestas progresistas y liberales, es conveniente para la narrativa desde la que parte su campaña electoral. 

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En términos generales, la narrativa es la siguiente: la auténtica sociedad estadounidense (blanca y protestante) y sus valores tradicionales (el capitalismo, el hombre proveedor, la mujer que se queda en casa, etc.) están en peligro, ya que los migrantes, los afroamericanos, las feministas y los socialistas están empoderándose en detrimento de los hombres blancos. 

Donald Trump acompaña esta narrativa con el retrato de un país inseguro, plagado de crimen, conspiraciones y grupos radicales. En un escenario así, sólo un hombre fuerte como él puede restablecer la ley y el orden, salvaguardar la posición privilegiada de los estadounidenses blancos e impedir que la extrema izquierda llegue al poder. 

Insisto, es una narrativa totalmente falsa, pero conveniente para sus ambiciones reeleccionistas. La apuesta electoral de Donald Trump consiste en exacerbar la ya de por sí aguda polarización política que impera en la sociedad estadounidense y, de esta forma, asegurar la movilización masiva del voto conservador a su favor en las elecciones presidenciales de noviembre próximo.

Es una apuesta arriesgada, pero puede funcionar. 

En una democracia con un sistema de votación directa, en donde el voto popular determina el resultado de la contienda (es decir, el número real de ciudadanos que votó por cada candidato es el factor que determina al ganador) la estrategia de Trump estaría destinada a fracasar. 

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Sin embargo, en el muy particular sistema de votación indirecta estadounidense, en el que el número de votos electorales (es decir, la cantidad de estados que gana cada candidato) es el factor que determina al triunfador, la apuesta trumpista puede funcionar. 

La mayoría de sondeos coloca a Joe Biden como puntero y buena parte de los analistas también considera que el candidato demócrata es el favorito. Yo mismo pienso que el exvicepresidente tiene mayores probabilidades de triunfo. 

Pero recordemos que es posible que Biden arrase en el porcentaje de votos populares y, aun así, Donald Trump gane la elección si logra salir victorioso en más estados y, por ende, obtiene más votos electorales.

Esto es así porque Estados Unidos es un país sumamente plural y diverso en todos los sentidos: desde lo étnico hasta lo religioso, desde el origen nacional de los ciudadanos hasta su identidad política, pero, sobre todo, la heterogeneidad político-social es especialmente palpable en términos regionales.

Los referentes que los extranjeros tenemos de Estados Unidos son las grandes ciudades que suelen aparecer en las películas de Hollywood y en los periódicos internacionales, que a su vez son los destinos turísticos más populares de ese país: Nueva York, Washington D.C., Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Miami, etc. 

En estas grandes ciudades conviven personas de distintos orígenes nacionales, raciales, étnicos con distinto bagaje cultural y político. Por eso, aunque sean mayormente demócratas o mayormente republicanas, tienen cierto aire cosmopolita, civilizado y respetuoso de la diversidad. 

No obstante, ésa es sólo una parte de Estados Unidos, pues el país también está compuesto por grandes centros industriales, por regiones agrícolas dedicadas a distintos tipos de actividades, por ciudades más pequeñas, por pueblos minúsculos o incluso por centros urbanos igualmente grandes, pero no tan cosmopolitas.

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En ese otro Estados Unidos, distinto al urbano, civilizado y cosmopolita que vemos en las películas, los votantes suelen ser más tradicionales. Muchos de ellos —blancos, protestantes y conservadores— están asustados por la posibilidad (ya sea real o imaginada) de que los afroamericanos, los migrantes, los izquierdistas o cualquier otro grupo distinto a ellos les arrebate su posición de privilegio y modifique la “auténtica identidad” o el “verdadero espíritu” estadounidense. Es a ellos a quien se dirige el mensaje de Trump. 

Es altamente probable que, a diferencia de la elección de 2016, en la que hubo un alto abstencionismo demócrata, esa base conservadora ya no le alcance para ganar la elección de noviembre. Pero también existe la posibilidad —no pequeña, pero sí menor en términos relativos— de que la estrategia le funcione y obtenga la reelección. Mucho dependerá de lo que haga Joe Biden durante los siguientes meses. 

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