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Esta es la fiesta de la Santa Cruz, en Los Realejos, el pequeño pueblo de las Islas Canarias, en España

Dos barrios compiten por tener los juegos pirotécnicos más espectaculares

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MADRID, España. En su edición número 250 y en un raro homenaje a la Santa Cruz, dos barrios del pequeño municipio de Los Realejos, en Tenerife, a los pies del Orotava y del Teide, se disputan este 3 de mayo durante casi dos horas el título de los mejores juegos pirotécnicos.

Con toneladas de pólvora y una sofisticada tecnología, explosiones, colores evanescentes, fuegos efímeros, tracas y relámpagos iluminan y hacen vibrar las calles y los barrios de El Sol y El Medio, cuyos habitantes desfilan por las calles con la cruz, pero deteniéndose entre cohetes que se lanzan desde las campas aisladas, pero también de las azoteas de las casas.

Volcanes, carcasas, palmeras, cohetes, candelas, bengalas, bombetas, voladoras, petardos, truenos, fuentes y baterías crean multitud de efectos visuales, combinando colores, estallidos, destellos, cruces de direcciones y también tonos sonoros en forma de estallidos, chispas, silbidos, explosiones.

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Esas explosiones son resultado de distintas combinaciones de salitre, azufre, carbón vegetal, sulfato de cobre, alcanfor, dextrina, antimonio y de la destreza de unos artesanos dedicados al raro oficio de crear obras maestras que terminan convertidas en humo.

En este “pique” pacífico entre los dos barrios la única vencedora es la Santa Cruz, objeto de devoción y una tradición que se ha heredado a las generaciones más jóvenes.

La celebración es Fiesta de Interés Turístico Nacional desde 2015 y aspira a ser de Interés Turístico Internacional.

Cuenta la historia que en 1666, un jinete cruzaba el barranco del Pago de la Higa, cuando su caballo se detuvo bruscamente y se negó a seguir. El amo, molesto, lo azuzó para que caminara, y el caballo terminó tirándolo de la montura. Cuando el jinete se recuperó de la caída descubrió al animal escarbando la tierra.

De entre las piedras asomó entonces una cruz de madera, y el hacendado, conmovido ante el acontecimiento, dispuso levantar una capilla en ese mismo lugar, el Montículo de la Suerte, que con el tiempo sería el templo del Apóstol Santiago, en conmemoración de la festividad en que los soldados castellanos dieron por finalizada la conquista de Tenerife.

De aquella cruz solo quedaron unos pocos maderos que ahora están en el interior de una cruz de filigrana de plata (1677), que es la que desfila por las calles el 2 y 3 de mayo de cada año.

Es también la cruz –las cruces porque son más de 300 las que se exhiben en el municipio– otra de las rivalidades en el pueblo, donde compiten por tener los mejores adornos en capillas, portales, ventanas, escaparates, interiores de viviendas, patios, o simples paredes donde se colocan cruces, lo mismo que en riscos, peñas en el mar, caminos y quebradas en el monte.

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Cientos de cruces y millones de flores formando enrames deslumbrantes o modestos que forman un catálogo de las más bellas y olorosas variedades. Orquídeas, anturios, rosas gigantes, tulipanes, claveles, margaritas, calas y, naturalmente, la Strelitzia reginae, más conocida como ave del paraíso, la más típica de Islas Canarias.

Todo ello, a partir de la rivalidad entre esos dos barrios surgida en 1770, debido a los contrastes económicos, entre marqueses y campesinos.

El “pique” consistía en que al paso de la Cruz en procesión, cada calle encendía hogueras, humos de colores y se hacía mucho ruido, de modo que ganaba aquella que mayores fogatas, mayores columnas de humo o más ruido hubiera hecho.

Pero tras la irrupción de las pirotecnias en estas fiestas, se pasaron a vivir auténticas batallas campales con petardos y voladores que surcaban el cielo en horizontal buscando la calle “enemiga”.

Lo que comenzó con hogueras, humos de colores, ruidos, tracas y regueros de pólvora colocados por los fieles en las aceras y zaguanes de las casas, pasó a ser auténticas batallas campales con petardos y voladores que surcaban el cielo en horizontal buscando la calle “enemiga”.

Esa “guerra” es un motivo de fiesta en uno de los pueblos más decorados y bellos de España, que conserva la esencia de venerar a la Cruz, acogiendo a sus visitantes que cada año admiran la devoción y entrega que los vecinos.

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