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La Opinión

Las implicaciones geopolíticas de las elecciones de Estados Unidos

Las estrategias geopolíticas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump fueron abrir un frente contra China e Irán, pero sigue el comercio con el mundo

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Jacques Coste
El Covid-19 modificará las tensiones geopolíticas existentes y creará otras nuevas.

Las elecciones presidenciales de Estados Unidos que se celebrarán en noviembre de este año tienen enormes implicaciones geopolíticas, diplomáticas y, en general, impactarán fuertemente en el sistema internacional.

Donald Trump es un presidente sui generis en todos los sentidos, desde su modo de expresarse hasta su estilo personal de gobernar, pasando por la relación que sostiene con su partido y la manera en que utiliza Twitter como herramienta política. La conducción de las relaciones exteriores y geopolíticas no es la excepción .

Es famosa la frase “Estados Unidos no tiene amigos; tiene intereses” que pronunció el secretario de Estado, John Foster Dulles, en los años cincuenta. Ese dicho es cierto en muchos sentidos, pero no debe interpretarse hasta el extremo, ya que, si bien la Unión Americana no tiene “amigos”, sí tiene aliados que con los que comparte “intereses”.

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Así, en la historia reciente e independientemente de si hay un presidente demócrata o republicano en la Casa Blanca, Washington ha defendido ciertos principios (como la defensa y la promoción de la democracia, el libre mercado y los derechos humanos) y ha procurado tener relaciones cercanas con ciertos aliados con los que comparte intereses, como Alemania, Corea del Sur, Japón, Reino Unido y, nos guste o no, México.

La defensa genuina de esos intereses está a discusión, pues en muchas ocasiones ha enarbolado la defensa de la democracia para legitimar intervenciones militares o acciones diplomáticas que en realidad responden a intereses políticos, económicos o de seguridad.

Lo mismo cabe decir de los “amigos” de Estados Unidos. En realidad, Washington no los respalda en la arena internacional, porque se preocupa genuinamente por el bienestar de esos países, sino porque obtiene un beneficio al apoyarlos y al sostener relaciones cercanas con ellos.

Sea porque genuinamente cree en los principios democráticos o sea porque esos principios sirven para legitimar el orden internacional que más le conviene, Washington los ha defendido y promovido a capa y espada desde hace décadas. 

La política exterior de Estados Unidos es pragmática por excelencia, por lo que la manera de enarbolar esos principios y proteger sus intereses y a sus aliados ha cambiado con cada presidente en turno y de acuerdo con las coyunturas internacionales que se han ido presentando en cada momento de la historia.

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Además, hay ciertas diferencias en cuanto al actuar internacional de ambos partidos políticos (por ejemplo, los republicanos son más belicistas que los demócratas) y cada uno tiene estrategias geopolíticas.

Pero, amén del presidente en turno, la coyuntura histórica y el partido político en el poder, esos principios, esos intereses y esos aliados habían marcado ciertas líneas identificables en la política exterior de Washington.

Con Donald Trump, esto cambió radicalmente y la política exterior estadounidense ha sido errática, impredecible y se ha desmarcado de las características tradicionales de la diplomacia de ese país.

Por eso, la elección de este año será tan importante en materia internacional, pues de ella dependerá que la política exterior, las estrategias geopolíticas y el aparato de seguridad internacional de Washington regresen a regirse conforme a los parámetros tradicionales o que la imprevisibilidad trumpista continúe, junto con la consecuente inestabilidad del sistema internacional.

Basta con repasar algunos ejemplos a vuelo de pájaro (lo que implica dejar de lado los múltiples matices y la complejidad de estos asuntos).

La estrategia trumpista de máxima presión hacia Irán ha causado la expiración de facto del acuerdo nuclear que mantiene controladas las aspiraciones iraníes de convertirse en una potencia bélica-nuclear.

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La asfixia económica al régimen iraní no ha hecho otra cosa que intensificar el activismo internacional de Teherán mediante la presencia de guerrillas y grupos paramilitares en sus países vecinos. Todo esto ha contribuido a la volatilidad del Medio Oriente.

La aquiescencia de Trump hacia a Rusia ha dejado la puerta abierta para que Moscú intervenga con toda libertad en conflictos externos e incluso en elecciones de otros países. Así, Putin puede promover su agenda internacional pro autoritaria y antidemocrática sin demasiados obstáculos. 

China ha aprovechado los vacíos de poder que ha dejado el aislacionismo de Trump para consolidar su presencia y sus buenas relaciones con países de todo el mundo, principalmente mediante sus innovadores mecanismos de cooperación para el desarrollo y la inversión en infraestructura. Esto ha hecho que los países en vías de desarrollo volteen cada vez más hacia el modelo político-económico chino en detrimento del modelo estadounidense.

Sin embargo, al mismo tiempo, Washington se ha embarcado en una guerra comercial con Beijing, la cual ha ocasionado estragos en la economía global y es sumamente dudoso que la Unión Americana haya obtenido algún beneficio tangible de ella. 

El Covid-19 producirá cambios en el sistema internacional, modificará las tensiones geopolíticas existentes y creará otras nuevas. Asimismo, oportunidades geoestratégicas, económicas y diplomáticas surgirán una vez que termine la pandemia. Beijing, Moscú y otros actores estarán atentos a esas oportunidades. 

De la elección de noviembre dependerá qué posición tome Washington ante los asuntos que ya están sobre el tablero geopolítico y los que se gesten como consecuencia de la pandemia. Por eso mismo, los electores estadounidenses definirán en buen grado el rumbo del sistema internacional posterior a la pandemia.

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