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La Opinión

La renuncia de Bernie Sanders es producto de su inflexibilidad

En 2016 y 2020, el establishment del Partido Demócrata le jugó en contra de Bernie Sanders, quien dejó el camino libre a Joe Biden

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Jacques Coste

Bernie Sanders anunció su salida de la contienda para obtener la candidatura del Partido Demócrata a la presidencia de Estados Unidos.

Cuando iniciaron las elecciones primarias del partido, el senador por Vermont era el favorito en las encuestas y muchos pensaban que sería el rival de Donald Trump en los comicios presidenciales de noviembre. 

Sin embargo, su candidatura se fue cayendo poco a poco frente a la del ex vicepresidente Joe Biden, que, tras el anuncio de Sanders, se ha convertido en el candidato demócrata de facto.

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En 2016, algo muy similar le ocurrió a Bernie Sanders. Durante las primarias demócratas de ese año, peleó codo a codo con Hillary Clinton por la nominación presidencial e incluso hubo momentos en que parecía que el senador derrotaría a la antigua secretaria de Estado, pero finalmente Clinton obtuvo la victoria.

En 2016 y 2020, el establishment partidista le jugó en contra a Sanders e hizo todo lo posible para obstaculizar su candidatura. Sin duda, ésa fue una de las principales causas de su fracaso en ambos intentos. 

Pero, en mi opinión, la principal razón de sus derrotas es la inflexibilidad que lo caracteriza. 

La flexibilidad y el pragmatismo son dos de las virtudes más preciadas en política, pues de ellas emana la capacidad de negociar para llegar a acuerdos con tus contrapartes. Eso implica renunciar a algunas de tus convicciones, pero también brinda la posibilidad de impulsar los puntos prioritarios de tu agenda.

La política no es un juego de suma cero, ni un espacio propicio para una mentalidad de “todo o nada”. Hay que sentarse a negociar. Hay que ceder para obtener concesiones de aliados y rivales. Hay que dar para recibir. 

Todo esto no significa que un político no pueda tener convicciones o no deba defender ciertos principios, una agenda de gobierno o un proyecto político. Pero sí quiere decir que, en aras de lograr los objetivos principales de ese proyecto, debe renunciar a sus propósitos secundarios para obtener la aprobación y el visto bueno de una porción mayor de los sectores de distinto signo político y de la ciudadanía en general.

Bernie Sanders se autodefine como un socialista. Durante su larga carrera legislativa, ha demostrado ser un político progresista cuyo principal interés está en el bienestar social y en lograr una sociedad más igualitaria.

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Aunque en realidad Sanders se parece más a un socialdemócrata escandinavo que a un comunista soviético, en Estados Unidos hay un miedo difundido a todo lo que “tenga cara” de socialismo. 

Desde la segunda mitad del siglo XX, en la Unión Americana, se ubica al Partido Demócrata como una fuerza política más progresista y al Partido Republicano como una agrupación más conservadora, pero no hay una alternativa partidista de izquierda y hay una percepción negativa bastante generalizada contra esa parte del espectro político.

Si esa percepción negativa de la izquierda está presente en sectores amplios del electorado estadounidense, está aún más enraizada en el entramado institucional de ambos partidos políticos. Por eso, es sumamente complicado que demócratas o republicanos elijan a una figura tan “radical” como Sanders para ser su candidato presidencial. 

Sanders es plenamente consciente de esta realidad y, tras su derrota ante Hillary Clinton en las elecciones primarias de 2016, debió haber sido todavía más consciente de ello. 

Sin embargo, pareciera que nada aprendió de su primer intento fallido para ser candidato presidencial y, en su segundo intento, se lanzó a la presidencia exactamente con la misma plataforma, las mismas propuestas y el mismo tono de campaña: severo contra el establishment político, duro contra el modelo económico capitalista, crítico con el empresariado estadounidense y, por momentos, hasta incendiario con todo “el sistema”.

Mayor flexibilidad para negociar con el establishment, bajar el tono de su discurso y moderar sus ambiciosas propuestas sociales, aunque sin renunciar por completo a una agenda sustantiva de bienestar social y mayor participación del Estado en la economía, hubiera ampliado su base electoral hacia sectores sociales a los que jamás llegó y hubiera aumentado las posibilidades de que el aparato institucional partidista aceptara su candidatura. 

Su rigidez ideológica, su carencia de pragmatismo y su falta de voluntad negociadora le impidieron llegar a la Casa Blanca. Su inflexibilidad fue su ruina. 

La inflexibilidad hundiendo un proyecto político con tintes de reivindicación social y económica. ¿Les suena conocido a los mexicanos?

Por Jacques Coste Cacho

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