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La Opinión

Las fuerzas armadas y el presidente

Al presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador le gusta que sus órdenes se cumplan sin miramientos y las fuerzas armadas acatan y ejecutan

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Jacques Coste
Al presidente no le gusta rendir cuentas y, usando al Ejército, no tiene que hacerlo.

Dos trabajos periodísticos publicados la semana pasada dejaron en evidencia a las fuerzas armadas. Primero, El Universal publicó un reportaje que da cuenta de una ejecución extrajudicial en Nuevo Laredo, Tamaulipas. Después, El País presentó una investigación sobre manejos irregulares y desvíos de recursos por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) entre 2013 y 2019. 

Estos hechos adquieren especial importancia a la luz de la propensión del presidente López Obrador a utilizar al Ejército para toda clase de labores: desde la seguridad pública hasta la construcción de obras de infraestructura y la administración de los puertos. 

Como bien lo han dicho varios analistas, López Obrador está recargando cada vez más su proyecto político en las fuerzas armadas. Cada que una labor se le complica, el Ejército está ahí para sacarla adelante. 

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La organización militar tiene la ventaja de ser completamente vertical y jerárquica. En muchos sentidos, esto la hace más eficiente y rápida que las estructuras burocráticas civiles. 

El militar recibe una orden, la acata y la ejecuta. Eso es especialmente atractivo para un presidente que aborrece los largos trámites administrativos, que detesta los tediosos procedimientos institucionales, que no admite cuestionamientos y que gobierna por encargos, no por cargos. 

¿Quién mejor para llevar a cabo un encargo del presidente que un militar? 

Si se le instruye a un funcionario civil que realice una labor que está fuera de su área de competencia o que rebasa sus facultades legales, probablemente cuestione la orden o sea incapaz de llevarla a cabo. En cambio, un militar aceptará la encomienda y la ejecutará. 

Al menos eso piensa el presidente, aunque, en realidad, las cosas no son así de sencillas. 

Los dos reportajes mencionados son tan sólo un par de ejemplos de los problemas que puede producir el uso excesivo del Ejército.  

La corrupción en el interior de las fuerzas armadas y las violaciones a derechos humanos cometidas por elementos castrenses no son ninguna novedad. 

En cuanto a la corrupción, López Obrador —y también Felipe Calderón en su momento— cometió el error de creer que los militares son incorruptibles porque son militares. En realidad, el Ejército es como cualquier otra institución: hay elementos honestos y capaces; hay elementos deshonestos y corruptos. El vestir un uniforme camuflado no te hace inmune a la corrupción. 

Respecto a las violaciones a derechos humanos, el Ejército lleva cometiéndoles desde hace más de una década. Desde que se militarizó la seguridad pública, se han registrado múltiples violaciones a derechos humanos cometidas por soldados, entre las que destacan, precisamente, las ejecuciones extrajudiciales. Los casos de Tlatlaya (2014) y de los alumnos del Tec de Monterrey (2010) son representativos, pero de ninguna manera los únicos.

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Los problemas mostrados por estos trabajos periodísticos —la corrupción y las violaciones a derechos humanos— ponen de relieve dos rasgos intrínsecos del Ejército: la opacidad y la discrecionalidad en el manejo de recursos. 

Cada que ha habido una ejecución extrajudicial, la primera reacción del Ejército es negarla o encubrirla: opacidad. 

Bajo el paraguas legitimador de la seguridad nacional, los procedimientos institucionales y la administración del presupuesto de las fuerzas armadas son mucho menos transparentes que los de las instituciones civiles: opacidad y discrecionalidad.  

Esas características son dos de los factores que hacen a las fuerzas armadas tan eficientes y, a la vez, dos elementos que comparten con el presidente. 

Al presidente no le gusta rendir cuentas y, usando al Ejército, no tiene que hacerlo. Al presidente le gusta que sus órdenes se cumplan sin miramientos y el Ejército acata y ejecuta. Al presidente le gusta gastar los recursos públicos a su antojo y el Ejército es un instrumento para ello. Al presidente no le gustan las instituciones y el Ejército es un trampolín para saltar por encima de ellas. 

Opacidad y discrecionalidad es lo que ofrecen las fuerzas armadas. Opacidad y discrecionalidad para gobernar es lo que quiere el presidente.

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