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La Opinión

¿Y si Donald Trump no reconoce el resultado electoral?

En 2016, Donald Trump denunció que el proceso electoral estaba viciado a favor de la candidata Demócrata, Hillary Clinton

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Jacques Coste
Donald Trump piensa que los demócratas cometerán un fraude electora en noviembre de 2020.

Si Donald Trump, presidente de Estados Unidos, pierde las elecciones presidenciales de noviembre de 2020, ¿reconocerá su derrota?

Ésa es la pregunta que se está haciendo el círculo rojo en Estados Unidos. No se trata de un ejercicio ocioso o especulativo, pues la posibilidad de que eso ocurra está latente.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene motivos personales de sobra para no reconocer el resultado electoral. Si sale derrotado, perderá la inmunidad legal de la que gozan todos los presidentes estadounidenses.

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Con varias investigaciones abiertas en su contra, tanto por posibles delitos fiscales cometidos en su época de empresario como por irregularidades cometidas al frente del gobierno estadounidense, podría terminar en la cárcel.

Además, Donald Trump ha manifestado su talante antidemocrático desde las elecciones de 2016. Sin fundamento alguno, denunció en repetidas ocasiones que el proceso electoral estaba viciado a favor de la candidata demócrata, Hillary Clinton.

Ya como presidente, Donald Trump ha expresado que merecería permanecer en la Oficina Oval durante dos años adicionales, debido al tiempo que le han “robado” las investigaciones que se han hecho en su contra, tanto por la presunta colusión con el gobierno ruso para inclinar a su favor las elecciones de 2016 como por el uso ilegal de sus facultades para investigar al hijo de Joe Biden, el candidato presidencial demócrata.

Pero lo que ha terminado de encender las alarmas en Washington son sus constantes ataques a los sistemas remotos de votación, tales como el voto por correo y el voto de los estadounidenses que viven en el extranjero.

Debido a la pandemia de Covid-19, es altamente probable que muchos ciudadanos se valgan de estos mecanismos para emitir su voto en noviembre. Según Donald Trump, esto facilitará que los demócratas cometan un fraude electoral en su contra.

Un elemento que le añade volatilidad al ya de por sí explosivo coctel es que, históricamente, cuando una elección está apretada y se termina definiendo por los votos emitidos por mecanismos remotos, la balanza se inclina a favor del Partido Demócrata.

Esto se debe a que el electorado de las ciudades importantes es mayoritariamente demócrata y el voto por correo es una práctica más común en las grandes urbes que en las poblaciones más pequeñas.

Además, los votos remotos no se contabilizan de manera inmediata, durante la misma noche de la elección, como sí ocurre con los votos presenciales. De esta manera, si un alto porcentaje del electorado vota de manera remota, los resultados electorales definitivos tardarán algunos días en publicarse, lo que causará incertidumbre entre la ciudadanía y facilitará que Trump potencie su narrativa de fraude electoral.

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La mayoría de analistas coincide en señalar que, si el resultado electoral es muy claro a favor de los demócratas, Trump no tendrá otra opción más que reconocer su derrota; pero, si se trata de una carrera apretada —como todo parece indicar que será el caso—, es muy probable que Trump se niegue a aceptar el resultado.

Según Lawrence Douglas, jurista especialista en la materia, el sistema constitucional de Estados Unidos no está preparado para un caso así, pues la democracia estadounidense se basa más en normas no escritas, consensuadas y asimiladas por los actores políticos, que en leyes e instituciones rígidas.

Diversos analistas, entre los que destacan Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores del aclamado libro How Democracies Die, coinciden en este planteamiento.

Así pues, la Constitución estadounidense tiene muchos vacíos legales respecto a qué procede en un caso así y en Estados Unidos no hay un órgano equivalente al Tribunal Federal Electoral mexicano.

Sin embargo, las normas no escritas son las que brindan un aura de legalidad y certidumbre al sistema electoral de la Unión Americana.

Una de las principales normas de este tipo es la aceptabilidad de la derrota: que el candidato que pierda una elección reconozca el resultado y le ceda su posición pacífica y ordenadamente al ganador.

En opinión de Douglas, si Donald Trump pierde y no reconoce su derrota, se desatará una crisis constitucional en Estados Unidos, y la solución de esta crisis dependerá, en buena medida, de si los correligionarios republicanos de Trump se apegan a la narrativa trumpista o si acatan las normas no escritas, distanciándose de él y aceptando el resultado electoral.

Esto es especialmente importante, ya que el Congreso se erige como Colegio Electoral para validar y oficializar el resultado de cada elección, pero, en la actualidad, el órgano legislativo está dividido entre la mayoría republicana del Senado y la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Esto le añade aún mayor complejidad y potencialidad de conflicto al asunto.

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La Suprema Corte es la última instancia ante la cual se puede apelar una elección y también es la institución que, en caso de apelación, dicta el resultado definitivo del proceso electoral.

De hecho, tras la disputada elección del año 2000 entre George W. Bush y Al Gore, la Suprema Corte validó el resultado electoral que fue ligeramente favorable para Bush.

Como bien destaca Douglas, lo que evitó la crisis constitucional y el conflicto social poselectoral fue que Al Gore aceptó, como buen demócrata, el veredicto de la Corte. Es decir, el apego de Gore a las normas democráticas no escritas fue el factor que le puso punto final a esa difícil situación.

Paradójicamente, toda esta disyuntiva termina donde empezó: ¿y si Donald Trump no reconoce el resultado electoral?

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