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La Opinión

El país de fantasía de López Obrador

Andrés Manuel López Obrador asumió el poder cansado y con prisa por cambiar al país, luego de 18 años de pelear por ganar una elección

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A juzgar por los discursos que pronuncia todas las mañanas, pareciera que el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, vive en un país de fantasía.

La corrupción se terminó (que le avisen a Manuel Bartlett, el director de la Comisión Federal de Electricidad y dueño de varias casas de dudosa procedencia). El pueblo está feliz, feliz, feliz (¡Yupi, qué alegría!). Todavía no se registra crecimiento económico, pero sí hay bienestar social y la economía pronto crecerá gracias Pemex, la nueva palanca del desarrollo nacional (José López Portillo estaría orgulloso).

Alcanzaremos un sistema de salud como el de los países escandinavos en unos cuantos meses (¡Bendito seas, Insabi!). Ya se puede notar un cambio de paradigma en la política de seguridad y combate al narcotráfico (ajá, claro, con todo y la Guardia Nacional), lo que derivó en un punto de inflexión en la gráfica de homicidios diarios (a pesar de que 2019 fue el año más violento de la historia reciente de México).

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El país de fantasía de López Obrador
El país de fantasía de López Obrador

El México del presidente es un lugar lleno de paz, armonía, felicidad y fraternidad, donde la gente goza de todas las libertades y todos los derechos habidos y por haber, y en donde basta con que acusemos a los criminales con sus mamacitas y con sus abuelitas para que se porten bien y no delincan más.

Hasta hace unos meses, pensaba que el México del presidente era una narrativa. Creía que era una estrategia retórica de la que AMLO se valía para impulsar su proyecto de nación, arengar a sus bases, mantener al electorado esperanzado y acaparar la atención de los medios de comunicación.

Eso sería, hasta cierto punto, normal. Todos los políticos utilizan el discurso a su favor, pintando la situación del país mejor de lo que en realidad está y dibujando un futuro esperanzador, con el objetivo de brindar certidumbre a la población y evitar el descontento ciudadano.

Pero creo que el México de López Obrador no es meramente una narrativa ni una estrategia discursiva. Considero que es algo mucho más preocupante. Pienso que, para el presidente, ese país realmente existe. Es decir, no es una herramienta retórica; es una fantasía arraigada en su mente, tan arraigada que para él es real.

Después de 18 años de luchar por la presidencia (algunos dicen que 12, pero su pugna empezó desde el año 2000, cuando llegó a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México), López Obrador asumió el poder cansado y con prisa por cambiar al país cuanto antes. Ese cansancio y esa prisa han causado estragos en el mandatario.

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El cansancio ha mermado su capacidad para gobernar y la prisa lo ha orillado a tomar malas decisiones. El cansancio —provocado por tanta arenga, tantas giras, tantas promesas, tantos enfrentamientos, tantos mítines y tanta pugna— lo ha hecho sentir como un campeón, pese que apenas logró cumplir su primer objetivo: llegar a la presidencia.

Con su triunfo electoral, consumó su lucha y, ahora, está disfrutando esa victoria al máximo. Se quedó dormido en sus laureles, inmerso en el sueño profundo y tranquilo de quien cumplió con su misión, y aún no ha despertado.

México necesita un jefe de Estado, pero en lugar de eso tiene a un presidente electo que sigue disfrutando las mieles de su victoria en las casillas. La prisa de cambiarlo todo y tan rápido como sea posible, propia de alguien que lleva 18 años prometiendo una política diferente y una transformación nacional, ha nublado su juicio y su capacidad de decisión.

El presidente no prevé las consecuencias de sus actos. Da un paso sin pensar en el siguiente. Emprende proyectos sin reparar en los riesgos que representan. Implementa políticas sin reflexionar en sus condiciones de posibilidad.

Pero, claro, después de 18 años, ¿quién va a tener tiempo para tomar decisiones concienzudas?, ¿quién va a tener tiempo de estudiar si un programa o una institución funciona o no para decidir su destino?, ¿quién va a tener tiempo de promover cambios graduales y no transformaciones abruptas?

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Después de 18 años en campaña, no tiene tiempo para esperar a ver los frutos de su gobierno. Por eso, en su mente, la transformación que está impulsando ya se gestó.

Llegó a la presidencia, que debía ser su primera parada, pero se saltó el camino para arribar a su destino final. Ese camino estaba pavimentado de políticas públicas con objetivos claros, programas sociales con reglas de operación bien establecidas e inversiones gubernamentales y privadas para dinamizar la economía. Ese destino final eran las promesas cumplidas y los proyectos logrados. Quiso dar un salto de un extremo a otro. En su mente, lo logró; en la realidad, padecemos su intento fallido.

A veces, me pregunto qué hubiera ocurrido si hubiese ganado la presidencia en 2006, porque creo que el López Obrador de entonces (con la misma enjundia, pero sin ese cansancio y esa prisa) es muy diferente al de ahora (fatigado, senil, apresurado).

Por Jacques Coste Cacho

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