La Opinión
En política, la forma es fondo
Se le atribuye a Jesús Reyes Heroles la famosa frase: “En política, la forma es fondo”. Esto significa que los discursos, los rituales, las tradiciones, los gestos, el comportamiento institucional e incluso la elegancia son especialmente importantes a la hora de participar en la cosa pública y llevar a cabo actos de gobierno
Se le atribuye a Jesús Reyes Heroles la famosa frase: “En política, la forma es fondo”. Esto significa que los discursos, los rituales, las tradiciones, los gestos, el comportamiento institucional e incluso la elegancia son especialmente importantes a la hora de participar en la cosa pública y llevar a cabo actos de gobierno.
Los sistemas políticos de todos los países tienen tradiciones, formalidades y rituales característicos que van más allá de la apariencia pura, toda vez que desempeñan una función específica para la pervivencia y la estabilidad de los regímenes políticos.
Por ejemplo, en Estados Unidos, el tour por la Casa Blanca que el presidente saliente brinda al mandatario entrante puede parecer un vil espectáculo, pero en realidad envía el mensaje de que la transmisión pacífica del poder es un elemento fundamental de la democracia americana.
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En México, el régimen priista se caracterizaba por eso: por cuidar las formas y los rituales para proyectar la imagen de un presidente fuerte, un gobierno capaz y una profunda estabilidad política.
En la actualidad, el presidente López Obrador muestra un gusto particular por los símbolos, pero no en un sentido convencional. Estoy seguro de que también para él la forma es fondo y, por eso, cada día se encarga de mostrarnos el fondo de su gobierno mediante la forma en que se conduce como presidente.
Cada mañana, el presidente da una larga perorata para dictar la agenda a su gabinete y a los legisladores de su partido, pero también para demostrar que es un presidente diferente. “Ya no es como antes, no somos iguales”, suele decir.
Tan urgido está por demostrar que encabeza un gobierno diferente, que lo primero que ha hecho es terminar con las formas que caracterizaban a sus antecesores.
¿Para qué llegar preparado a una conferencia de prensa si puedo decir lo que me venga en gana una vez que tome el micrófono? ¿Para qué coordinar discretamente la campaña electoral de mi partido si puedo meterme burdamente en el proceso electoral?
¿Para qué aceptar institucionalmente los contrapesos —como el Poder Judicial o el INE—, aunque rezongue de su existencia en privado, si puedo despotricar contra ellos públicamente en cada mañanera?
¿Para qué mantener en la discreción mi amistad con algunos empresarios si puedo invitarlos a mi rancho en Palenque y fotografiarme con ellos?
Insisto, en política, la forma es fondo. Y la forma en que el obradorismo se condujo la semana pasada dice mucho de este gobierno, de este presidente y de hacia dónde vamos como país.
Primero, los legisladores de Morena y sus aliados aprobaron, al vapor, una serie de iniciativas de suma importancia como si fuesen temas menores, que no requirieran discusión ni análisis. Mostraron un comportamiento totalmente despótico y prepotente ante las demás bancadas.
En ese sentido, usaron repetidamente frases como: “Le pese a quien le pese, esta iniciativa va”.
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Incluso, en el audio del Salón Verde, donde sesionó la Comisión de Justicia, se escuchó decir a la diputada del PES, Nancy Reséndiz: “Pinche Mier, está diciendo que la votemos”, haciendo referencia a que el líder morenista en la Cámara les estaba instruyendo que aprobaran la ampliación del mandato del ministro presidente de la Suprema Corte por dos años.
Es decir, los legisladores obradoristas, como lo suelen hacer, mostraron un desprecio total por las formas que se deben guardar en una discusión legislativa y en un recinto parlamentario.
Segundo, la forma en que el presidente se condujo en la cumbre virtual que el gobierno estadounidense organizó para hacerle frente al cambio climático y otros retos ambientales mostró su desinterés total por la política exterior y por el desarrollo sostenible.
Con total descaro, AMLO anunció frente a todos los reporteros presentes en Palacio Nacional que no escucharía las intervenciones de sus homólogos para, así, enfocarse de lleno en su conferencia mañanera.
Prácticamente, sólo puso atención a la cumbre climática en su turno de participar y se limitó a hablar sobre yacimientos petroleros, producción de hidrocarburos y temas similares.
En resumen, aprovechó la cumbre de medio ambiente para dejar en claro que no le interesan en lo más mínimo la diplomacia o las relaciones internacionales y que, en su gobierno, no existe ni existirá política ambiental alguna, más allá de sembrar arbolitos, claro.
Podría llenar páginas y más páginas de ejemplos de este tipo, pero no es necesario. El punto es que las formas en política importan y mucho. Por eso, no debemos cometer el error de pensar que este tipo de eventos son simples ocurrencias o desplantes inocuos. Más bien, nos señalan con claridad el rumbo que ha tomado este gobierno.
Twitter: @PelonCoste
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