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La Opinión

La incongruencia es el signo de la discusión pública de hoy

AMLO exacerba la discusión en redes sociales y en medios tradicionales, en las sobremesas, los cafés y las charlas entre familiares, amigos y vecinos

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Jacques Coste

La discusión pública ha tomado un ritmo tan vertiginoso que pocas veces nos detenemos a analizarla a profundidad. En las redes sociales, lo que era noticia por la mañana dejó de serlo por la noche.

Los usuarios debaten —si a eso se le puede llamar debatir— con descalificaciones personales, en el mejor de los casos, e insultos directos, en muchas otras ocasiones, pero rara vez con argumentos. Se habla y se busca imponer verdades, pero no se escucha ni se dialoga.

La inmensa cantidad de declaraciones incendiarias, mentiras abiertas y ataques retóricos del presidente López Obrador redobla el ritmo del debate, al tiempo de elevar el tono y disminuir la calidad de la discusión.

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Además, exacerba la polarización preexistente en redes sociales y en medios tradicionales, pero también en el terreno: en la convivencia social del día a día, en las sobremesas, los cafés y las charlas entre familiares, amigos y vecinos.

Entre todo esto, nos perdemos en el ruido de la discusión. Nos detenemos a respaldar o a desmentir cada declaración u ocurrencia presidencial. Nos detenemos a responderle a ése que nos insultó o a apoyar a ése que publicó un comentario de nuestro agrado. Nos detenemos a darle like y compartir a tal o cual noticia y, unos minutos después, ya estamos compartiendo la siguiente nota.

Pero jamás nos detenemos a pensar en lo que estamos haciendo: ¿sobre qué estamos discutiendo?, ¿cuál es el debate de fondo?, ¿qué posición tomaré en torno a este tema y por qué?, ¿estoy de acuerdo o en desacuerdo con esta propuesta solamente porque el presidente la apoya o la repudia?

Esto nos lleva a ser profundamente incongruentes e inconsistentes con nuestros planteamientos. Así pues, nuestra participación en la discusión pública suele ser todo menos armónica y coherente. Un día opinamos que esto es blanco y al día siguiente decimos que es negro, sin siquiera reparar en que estamos cayendo en una contradicción. Y aquí me refiero a los usuarios de redes sociales en general, pero también a quienes tenemos la fortuna de contar con algún espacio en los medios de comunicación.

Para ilustrar esta situación, planteo un ejemplo muy reciente. Carlos Loret de Mola reveló, en un reportaje de Latinus, que Argos, la casa productora de Epigmenio Ibarra, recibió a mediados de 2020 un crédito por 150 millones de pesos del banco público Bancomext.

Los opositores al presidente compartieron la nota una y otra vez, acompañada de consignas como “El gobierno no rescató a las pymes en la pandemia, pero bien que le prestó a su propagandista favorito”. En cambio, los obradoristas tacharon a Loret de conservador y reaccionario.

A los pocos días, Álvaro Delgado publicó un reportaje en Sin Embargo, en el que revela la identidad de los principales inversionistas de Latinus, entre quienes destacan dos parientes del político priista Roberto Madrazo. Ahora, los papeles se invirtieron.

Quienes se oponen al presidente defendieron a Latinus, mientras que los obradoristas difundieron la nota con comentarios como “Aquí se demuestra que Loret de Mola sigue trabajando para la mafia del poder”.

Mi posición personal ante este tema es la siguiente: los casos de Argos y Latinus son distintos. Es por lo menos sospechoso que la empresa de Epigmenio Ibarra, uno de los comunicadores oficialistas principales, reciba dinero público, sobre todo considerando el régimen de “austeridad republicana” que ha instaurado estegobierno.

En el caso de Latinus, es irrefutable que el origen del financiamiento de los medios de comunicación incide en su contenido, pero eso no resta veracidad ni valor periodístico a los reportajes.

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Sin embargo, mi posición personal aquí importa poco. Lo relevante es señalar las inconsistencias y contradicciones del debate público. Los que llamaron chayotero a Epigmenio Ibarra se indignaron cuando sus oponentes utilizaron ese mismo adjetivo contra Loret.

Los que arguyeron que todos los reportajes comprometedores para López Obrador que Latinus difunde se explican por el financiamiento de Roberto Madrazo se enfadaron porque se argumentó lo mismo en torno a Epigmenio y su obradorismo confeso.

Hace unos días, encontré otros dos ejemplos muy ilustrativos de la profunda incongruencia que impera en la discusión pública actual. Primero, Rafael Barajas, El Fisgón, colgó en su cuenta de Twitter un mensaje que rezaba: “Al poder se le revisa, no se le aplaude”.

El propio caricaturista de La Jornada declaró en una entrevista hace unos meses: “Con Andrés Manuel me pasa con mucha frecuencia que no estoy de acuerdo con cosas que dice. Pero ahora, mi reflejo es preguntarme: ‘¿Qué es lo que no estoy entendiendo?’. Y sí, me doy cuenta de que, con mucha frecuencia, a la larga, él tiene razón”. Eso me suena mucho a aplauso y muy poco a revisión.

Segundo, Hernán Gómez, publicó una reseña sobre el nuevo libro de Roger Bartra, en la que critica al autor porque su texto está plagado de afirmaciones biliosas y adjetivos, pero su reseña se dedica más a desacreditar a Bartra con alusiones ad hominem que a discutir los argumentos del texto. Es decir, comete el mismo pecado que señala en su interlocutor.

En suma, junto a la polarización, la incongruencia es el signo de la discusión pública de hoy. Hay que estar a favor o en contra del presidente, ser obradorista o anti-AMLO, ser “demócrata” o “trasformador”.

Se debe mostrar compromiso total e irrefutable con uno u otro bando, no importa si eso nos lleva a sostener posiciones totalmente contradictorias y actitudes poco reflexivas por incoherentes. No estoy en contra de tomar partido, de asumir una identidad partidista o de defender un proyecto político. Estoy en contra de hacerlo ciega y sordamente.

Las contradicciones y la prisa no nos permiten madurar ideas ni construir argumentos para sostener nuestras posiciones, mucho menos para expresarlas y contrastarlas con las de los demás.

Twitter: @PelonCoste

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