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La Opinión

¿Lorenzo Córdova o Arturo Zaldívar?

Desde hace tiempo, el INE y, particularmente, el consejero presidente, Lorenzo Córdova, y su mano derecha, Ciro Murayama, son blancos constantes de los ataques del presidente López Obrador y sus seguidores

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Jacques Coste

Desde hace tiempo, el INE y, particularmente, el consejero presidente, Lorenzo Córdova, y su mano derecha, Ciro Murayama, son blancos constantes de los ataques del presidente López Obrador y sus seguidores.

Los acusan de ser árbitros imparciales, que tienen un sesgo antimorenista, por lo que no son confiables. Denuncian que son “representantes del PRIAN” en el Consejo General del INE, una institución que —según ellos— carece de credibilidad porque “ha facilitado los fraudes electorales del pasado”.

Ahora, en plena temporada electoral, estas críticas se han exacerbado con el objetivo de minar la legitimidad del vigilante de las elecciones para que, en caso de que Morena obtenga un resultado adverso, se pueda culpar al INE y a sus “consejeros corruptos”.

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Como lo suelen hacer los futbolistas y entrenadores incapaces de asimilar una derrota, es más fácil culpar al “árbitro vendido” que al mal desempeño del equipo.

Esta maniobra también le será útil a Morena y al presidente para desatender los mandatos del INE que exigen que los funcionarios públicos no hagan campaña a favor de su partido. Incluso, podría servirles como narrativa para impulsar una reforma electoral que incluya una autoridad comicial menos autónoma y la posible salida anticipada de Córdova y Murayama del Consejo General del Instituto.

Ahora bien, ¿cómo han respondido Córdova y Murayama ante estos embates? De manera muy frontal, estridente y abierta, contestan con videos en redes sociales y con artículos en la prensa defendiendo la autonomía y la probidad de la institución a la que representan.

Con frecuencia, mandan indirectas —nada veladas— sobre los peligros que enfrenta la democracia ante los gobiernos autoritarios y los discursos populistas. Para decirlo coloquialmente: reaccionan rápido y en caliente.

Responden de manera totalmente opuesta a como lo suele hacer el ministro presidente de la Suprema Corte, Arturo Zaldívar. El Instituto Nacional Electoral y el máximo tribunal operan en un contexto muy parecido: constantes ataques retóricos, cuestionamientos frecuentes a su legitimidad e incluso insultos por parte del presidente, el partido oficial y sus seguidores.

Sin embargo, Zaldívar suele responder con total mesura, prudencia y, en ocasiones, hasta con deferencia hacia la figura presidencial.

Algunos han acusado a Zaldívar de zalamero y pusilánime. Yo mismo me indigné profundamente cuando el ministro presidente ejecutó una maroma espectacular con tal de validar la consulta popular para juzgar a los expresidentes y, así, complacer a López Obrador.


Más allá de estas críticas, con el actual redoble de los ataques contra el INE, cabe preguntarnos: ¿qué es preferible el “modelo Córdova” o la “fórmula Zaldívar” para responder ante las presiones presidenciales? ¿La reacción vocal y decidida, o la combinación entre silencio cómplice, a veces, y tímida réplica, en otras ocasiones?

A la luz del previsible futuro político inmediato de ambas instituciones, la fórmula Zaldívar ha resultado más efectiva. Me explico.

Personalmente, admiro a Lorenzo Córdova y a Ciro Murayama. Me parecen personas brillantes y comulgo con sus ideas sobre lo que es y debe ser la democracia. Al mismo tiempo, creo que su labor como consejeros ha sido ejemplar, pues siempre han velado por la Constitución y la institucionalidad democrática en sus resoluciones. No obstante, creo que se han excedido en su protagonismo público y en su discurso frontal y enérgico para defender INE.

Esto juega en contra de la propia institución que buscan proteger, toda vez que la coloca en el foco de la mirada pública y abona a la credibilidad de la narrativa obradorista que dibuja al INE como parte de la oposición a su gobierno.

Estar en el centro del debate público genera un ambiente de presión excesiva sobre el INE, pues todas y cada una de sus decisiones se escudriñan minuciosamente. Además, las contestaciones de los consejeros electorales al presidente no hacen más que favorecer el juego político de López Obrador, pues el Instituto Electoral ocupa, en el terreno simbólico, el hueco que han dejado los debilitados partidos de oposición.

Y recordemos que la narrativa obradorista requiere de enemigos para ser tan efectiva y poderosa como es. Por estos motivos, existe el peligro latente de que el presidente impulse una reforma electoral para disolver o transformar al INE o, al menos, de que la institución pierda autonomía, y Ciro Murayama y Lorenzo Córdova pierdan sus asientos en el Consejo General por medio de alguna estratagema política.

Mientras tanto, la templanza de Arturo Zaldívar ante los distintos ataques que el Poder Judicial y la Corte han sufrido en distintos momentos del sexenio ha contribuido a enfriar el ambiente político cuando la judicatura se ha enfrentado coyunturas adversas o presiones excesivas.

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Esa templanza también le brindó a Zaldívar la oportunidad de ser el arquitecto de la
Reforma Judicial y ha logrado que la Corte esté a salvo, por ahora, de alguna maniobra
mediante la cual el Poder Ejecutivo capture por completo al Poder Judicial.

Dicho lo anterior, debo aclarar que, si bien la fórmula Zaldívar ha resultado más efectiva, el ministro presidente haría bien en calibrar su estrategia y moderar su actitud obsequiosa
hacia el Ejecutivo.

La prudencia y la templanza no se deben transformar en deferencia y elogio. La discreción no se debe convertir en complicidad. Evitar el conflicto abierto no debe ser sinónimo de sumisión.

En el caso de la consulta popular para juzgar a expresidentes, la prudencia no imperó en la Corte; reinó la ignominia. La fórmula Zaldívar le ha comprado minutos políticos valiosos a la Corte y le ha brindado al máximo tribunal cierto margen de maniobra e independencia. Zaldívar y los demás ministros deberían aprovechar ese tiempo y ese espacio para defender la Constitución, no para complacer al presidente López Obrador.

A su vez, Murayama y Córdova tienen muchas lecciones que aprender sobre cómo liderar una institución autónoma en un escenario político tan espinoso y complicado. Volviendo a los símiles futboleros: el árbitro hace mejor su trabajo cuando los espectadores se concentran en los jugadores, y no en el silbante.

Twitter: @PelonCoste

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