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Virgen de Guadalupe: Inspiración para el arte chicano

Muchos artistas y escritores chicanos utilizan la imagen de Guadalupe para redefinir a la gente de las zonas fronterizas.

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Virgen de Guadalupe: Inspiración para el arte chicano

En 1975, el artista chicano Amado M. Peña describió la brutalidad con la que opera la policía mostrando la cabeza ensangrentada de Santos Rodríguez, de 12 años, a quien los oficiales de Dallas habían disparado por supuestamente robar ocho dólares de una máquina expendedora. La pintura titulada “Aquellos que han muerto” enumeraba además los nombres de otros jóvenes chicanos asesinados por las autoridades.

Al fondo, Peña incluyó hileras de calaveras, un gesto que, según explica la historiadora del arte Carmen Ramos, “evoca la muerte y se conecta con las imágenes de calaveras utilizadas con frecuencia en las prácticas religiosas mesoamericanas y en el arte mexicano moderno”.

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El trabajo de Peña fue parte de lo que llegó a conocerse como el movimiento artístico chicano. A lo largo de los años sesentas y setentas del siglo pasado, el arte chicano condenó enérgicamente la discriminación, la desigualdad y la opresión cultural que enfrentaban los mexicoamericanos en Estados Unidos.

Al mismo tiempo, muchos artistas chicanos entrelazaron símbolos de creencias antiguas mexicanas y contemporáneas en todo su arte político.

Icono de movimientos sociales y políticos

Hoy considerada protectora de los marginados, la Virgen de Guadalupe es un icono de los movimientos sociales y políticos mexicano-estadounidenses. Como figura espiritual importante, a menudo se la ve como un símbolo de fe, protección y esperanza.

Conocida como la patrona de piel oscura de México, la leyenda explica que la Virgen de Guadalupe se apareció milagrosamente a un indígena en México en 1531.

En particular, tomó la forma de una mujer mestiza que hablaba náhuatl, la lengua de los pueblos colonizados. A lo largo de los siglos, su imagen llegó a asociarse con poblaciones vulnerables, especialmente como defensora de los migrantes que emprenden viajes inciertos.

En el siglo XIX, Miguel Hidalgo y Costilla hizo un llamado a toda Nueva España para independizarse de España. Hidalgo llevaba el estandarte de Guadalupe mientras reunía a los combatientes. Los soldados portaron su imagen en las batallas por la independencia de México de 1810 y nuevamente en la guerra civil mexicana de 1910-20.

En Estados Unidos, César Chávez y Dolores Huerta, líderes del Sindicato Unido de Trabajadores Agrícolas, llevaron la imagen de la virgen en las huelgas de los años 60 contra las empresas productoras de uva. Así, los organizadores del Movimiento Chicano afirmaron sus luchas por la equidad económica y racial como una empresa espiritual.

Símbolo de empoderamiento

Posteriormente las perspectivas feministas y de género se volvieron más prominentes en el arte a medida que las artistas chicanas exploraban conceptos complejos de identidad.

Muchos artistas chicanos conectaron las interpretaciones de la virgen con el cambio político y cultural. Guadalupe se usaba con frecuencia para expresar ideales feministas, como en el trabajo de las artistas Yolanda López y Ester Hernández.

En las últimas décadas muchos artistas chicanos han utilizado a Guadalupe para expresarse, como en el caso de Liliana Wilson, una artista chileno-estadounidense conocida por sus obras de arte que abordan cuestiones de inmigración y derechos humanos y cuya pintura de 1987 “El Color de la Esperanza”, muestra a Guadalupe salvaguardando a un joven.

Muchos artistas y escritores chicanos utilizan la imagen de Guadalupe para redefinir a la gente de las zonas fronterizas como representantes de un nuevo espacio híbrido. La propia Guadalupe es vista como una entidad híbrida; su aparición ocurrió en el sitio sagrado previamente dedicado a la diosa azteca Tonantzin, también conocida como Coatlique o la “Madre de los Dioses”.

Para las chicanas, la fusión de Tonantzin y la Virgen de Guadalupe es una forma de recuperación cultural.

Les permite afirmar sus identidades mestizas mientras reinterpretan los símbolos religiosos para reflejar mejor sus diversas experiencias y valores. Basándose en esta comprensión de Guadalupe como una entidad híbrida que representa las tierras fronterizas, en 1995 el artista Santa Barraza pintó la imagen de la Virgen en la espalda de un migrante mestizo y tituló el arte “Nepantla”.

Nepantla, muy discutido dentro de los círculos intelectuales y artísticos chicanos, expresa un espacio psicológico de incertidumbre y pérdida, especialmente dentro de las zonas fronterizas. Esta palabra náhuatl representa un estado de transición y cambio, especialmente en lo que se refiere al mestizaje cultural.

Para Barraza, esta imagen de Nepantla también representa una tierra histórica, emocional y espiritual: entre México y Texas, entre lo real y lo celestial, y entre la realidad presente y el mundo mítico de los antiguos aztecas y mayas.

A la luz de visiones del mundo y sistemas de poder en constante conflicto, escritores como Elizondo y la teórica chicana Gloria Anzaldúa presentan esta noción de Guadalupe como una nueva sensibilidad mestiza que abraza las identidades mixtas como medio de adaptación y supervivencia.

En los escritos de Elizondo y Anzaldúa, así como para muchos dentro de las comunidades chicanas del siglo XXI, Guadalupe es el “signo de la nueva creación”, un tercer espacio que acepta la experiencia vivida de la diferencia y apoya las necesidades de quienes sufren injusticias sociales.

Judith Huacuja* | El Sol de México

* Profesora de Historia del Arte, Universidad de Dayton.

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