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La Opinión

Una más de la oposición

La oposición fue impotente frente a esta marrullería política, pues carecía de los votos en el Congreso para rechazar una reforma a leyes secundarias. 

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Jacques Coste

Cuando fue la marcha en defensa del INE que se llevó a cabo el 13 de noviembre, muchos de sus promotores y participantes, guiados por el entusiasmo y un optimismo desbordante, pronosticaron que habíamos alcanzado un punto de inflexión: por fin, los sectores sociales que se oponen al proyecto político obradorista se movilizaron y se mostraron listos para proteger el sistema electoral y plantarle cara al gobierno en su intentona de capturar al árbitro. 

No le resto mérito a esta marcha. Es cierto que el rechazo a la reforma electoral ha sido la única causa que ha cohesionado y articulado a sectores sociales variopintos de oposición. También es verdad que el número de asistentes fue muy grande y que, exceptuando las manifestaciones del movimiento feminista, no habíamos visto a las oposiciones disputarle la calle al obradorismo. 

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Sin embargo, no es menos cierto que la energía cívica de la marcha nubló el juicio de los promotores y los participantes, y los orilló a cantar victoria antes de tiempo. Una golondrina no hace verano. 

Insisto, no le resto importancia a la marcha como evento aislado y como una voz fuerte y decidida de rechazo a la reforma electoral, pero a nivel sistémico la manifestación no representó cambio alguno. La correlación de fuerzas políticas previa al 13 de noviembre sigue vigente, el presidente López Obrador impulsó su reforma pese al rechazo de amplios sectores sociales y no hubo manifestaciones posteriores. 

Quizá el efecto más notable de la marcha fue elevar el costo político para la coalición opositora (especialmente para el PRI) de no mantener la cohesión interna en torno al rechazo a la reforma electoral. No es poca cosa. En efecto, la oposición se mostró unida en el Congreso al votar en contra de los cambios constitucionales en materia electoral. 

Pese a este voto de rechazo y para sorpresa de nadie, el presidente López Obrador recurrió a su artimaña favorita: reformar leyes secundarias para materializar sus reformas políticas, sin importarle la constitucionalidad de estos cambios. 

La oposición fue impotente frente a esta marrullería política, pues carecía de los votos en el Congreso para rechazar una reforma a leyes secundarias. 

El ser minoría en el Congreso y el nulo respeto constitucional del obradorismo limitaban enormemente las alternativas y el margen de maniobra de la oposición. Sin embargo, una vez más atestiguamos las falencias de los partidos opositores. 

Si alguna lección dejó López Obrador sobre cómo ser un buen opositor, es que la política no solamente se hace en las cámaras del Congreso, en los restaurantes, las cantinas y las oficinas de gobierno; también se hace en las calles y en la plaza pública. Y no sólo se hace en la capital, sino también en los estados y en el territorio, a ras de tierra. 

Los partidos de oposición no fueron capaces de entenderlo, mucho menos de ponerlo en práctica. Se montaron en la convocatoria de una marcha para defender a la autoridad electoral y, con eso, sintieron que cumplieron su parte; pero no alcanzaron a dimensionar que no bastaba con una manifestación aislada para frenar la reforma electoral. 

Las movilizaciones sociales que prosperan, las que logran obtener concesiones del gobierno o las que modifican el curso de acción del poder en turno son continuas: es decir, esfuerzos de largo aliento, no lances fugaces. 

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No basta con llenar Paseo de la Reforma y caminar al Monumento a la Revolución un día. No basta con tomarse la foto acompañando a los manifestantes. No es suficiente subir un videíto diciendo que el PRI salvará a la democracia mexicana junto con los ciudadanos. 

Quizá López Obrador hubiese pasado su reforma electoral regresiva aun con amplios sectores sociales tomando las calles; pero el costo político hubiera sido mucho más alto, la indignación ciudadana hubiese producido consecuencias electorales más profundas y duraderas, las oposiciones tendrían una bandera en torno a la cual unirse y los partidos opositores se habrían lavado la cara un poco: podrían presentarse frente al electorado como aquellos que dieron la batalla hasta el final e intentaron bloquear la reforma por todos los medios posibles. No fue así. Hoy, siguen siendo los mismos timoratos de siempre. 

Había que llevar la política a las calles, tanto en la capital como en los estados, pero prefirieron conservarla en el Congreso. Había que adelantarse al Plan B de López Obrador, pero el presidente otra vez los madrugó. Había que tejer lazos duraderos con los ciudadanos, pero prefirieron tomarse la foto en la marcha, para luego regresar a sus distantes y cómodas posiciones en los partidos. 

Habrá quienes me digan que por qué no critico la ausencia de escrúpulos y respeto constitucional de López Obrador o la abyección de los legisladores oficialistas. Asimismo, me preguntarán por qué culpo a la oposición de las marrullerías políticas del oficialismo. A todos ellos les respondo que he criticado estos aspectos consistente y enérgicamente, y que no culpo a la oposición de este desenlace, pero intento exhortarlos a reconsiderar si realmente piensan que estos partidos de oposición podrán aglutinar el descontento ciudadano en 2024. Yo creo que no. 

Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica (Instituto Mora y Tirant Lo Blanch, 2022). También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político. 

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