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La Opinión

El festejo de la Revolución dice mucho sobre el gobierno de López Obrador

Andrés Manuel López Obrador sustituye a la Revolución por la cuarta transformación para legitimarse y mancillar a sus adversarios

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El secretario de la Defensa Nacional descarta cualquier intento de golpe de estado en contra de AMLO.

El viernes 20 de noviembre de 2020 se celebró el aniversario 110 de la Revolución mexicana. Me di a la tarea —ardua y tediosa, por cierto— de ver la ceremonia de conmemoración que organizó el presidente Andrés Manuel López Obrador. A continuación, comento los puntos que llamaron mi atención. 

En su discurso, el secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval, le dio un tremendo espaldarazo a AMLO y ratificó lo que ya todos sabemos: el ejército se está convirtiendo en la piedra angular del proyecto político obradorista y la relación entre el presidente y las fuerzas armadas es cada vez más estrecha. 

Sandoval, como lo hacen todos los secretarios de la Defensa desde que tengo memoria, señaló la “lealtad a toda prueba” del ejército a la institucionalidad democrática de México. Hasta ahí, nada nuevo.

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Lo verdaderamente destacado fue que también declaró: “Hoy, más que nunca, estamos comprometidos con la transformación”. Estas palabras pueden parecer triviales, pero no lo son. Con ellas, el general reconoció explícitamente la afinidad que existe entre las fuerzas armadas y el proyecto obradorista —“la transformación”—, así como entre él mismo y el presidente López Obrador. 

El discurso de Sandoval adquiere mayor importancia a la luz de que lo pronunció la misma semana en que el gobierno mexicano, vía Marcelo Ebrard, realizó las gestiones para que las autoridades estadounidenses liberaran al general Salvador Cienfuegos. Este hecho, a su vez, puso de relieve la importancia del ejército mexicano en la relación bilateral con Washington, el nivel de prioridad que AMLO le confiere a los cuerpos castrenses y el alto grado de influencia del poder militar sobre el poder civil. 

Después de la intervención del general Sandoval, se desplegó una representación teatral de la Revolución. Verla no tuvo desperdicio. No por su valor artístico o estético, ni porque haya sido una exhibición medianamente profesional y vistosa. La representación bien pudo haber sido obra de los estudiantes de una escuela secundaria cualquiera. 

Lo verdaderamente destacado fue que la representación sacó a relucir los orígenes priistas de López Obrador y la concepción que el presidente tiene de México como nación y como ente histórico.

Durante buena parte del siglo XX, los gobiernos posrevolucionarios utilizaban a la Revolución como mecanismo de legitimidad. La Revolución era una figura retórica poderosa para justificar cualquier decisión gubernamental y un símbolo potente para unir y cohesionar a los mexicanos en torno al presidente de la República. 

La fórmula era muy sencilla. El PRI había emanado de la Revolución mexicana y encarnaba a la Revolución Institucionalizada, por lo que todas las ideas, programas y políticas que impulsaba eran parte del legado revolucionario, y todos quienes las cuestionan eran contrarrevolucionarios. Eso servía para validar al gobierno en turno y desacreditar a los opositores. ¿Les suena conocido?

Asimismo, esta fórmula envolvía en un manto de legitimidad política y respaldo social al presidente: el jefe del Ejecutivo había salido del PRI, por tanto, era hijo de la Revolución, y nadie en su sano juicio querría cuestionar a la Revolución. ¿También les parece familiar? 

Si la respuesta a esas dos preguntas fue sí, es porque AMLO reproduce esa fórmula —sustituyendo a la Revolución por la cuarta transformación— para legitimarse a sí mismo y a su gobierno, así como para mancillar a sus adversarios.

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Todo esto viene a colación con la mencionada representación teatral porque los gobiernos posrevolucionarios, a los cuales se remonta el origen político de AMLO, introducían constantemente el símbolo de la Revolución en la esfera pública mediante todo tipo de obras artísticas, culturales, literarias y retóricas, tal y como López Obrador lo hizo en esta ocasión. 

Esto me lleva al segundo punto que comentaba: la representación teatral plasmó con precisión la concepción que el presidente tiene de la identidad histórica y nacional de México. Tan es así que, mientras los actores interpretaban sus papeles, AMLO los veía con una sonrisa de oreja a oreja. Se le notaba más que feliz y satisfecho con el espectáculo. 

Los narradores de la representación teatral, en al menos tres ocasiones, llamaron “la tercera transformación” a la Revolución. Con ello, reprodujeron la cantaleta que tanto le agrada a AMLO: su movimiento es “la cuarta transformación de la vida pública nacional”, en la que por fin los oprimidos vencerán a las élites represoras y se instaurará la justicia social. 

Así pues, AMLO concibe a la historia de México como un continuum y él se asume como heredero directo de los insurgentes, los liberales decimonónicos y los revolucionarios, pese a que todos ellos lucharon por causas distintas y a pesar de que eran grupos diversos, heterogéneos y en ocasiones enemistados entre sí.   

Por otra parte, la representación no dejaba de enaltecer a Francisco I. Madero, Emiliano Zapata y Pancho Villa como un héroes valientes e impolutos, en contraste con el ruin villano Porfirio Díaz. Los narradores lanzaban nombres de personajes, lugares y fechas a diestra y siniestra, sin contextualizar ni explicar su importancia. Y, por supuesto, no se resistían a usar apelativos cursilones y grandilocuentes para esos personajes: el Apóstol de la Democracia, el Centauro del Norte, el Caudillo del Sur.

Se trata de una historia maniquea, simplista y anticuaria, como de libro de la SEP para tercero de primaria, tal cual como la cuenta López Obrador. 

En suma, el evento conmemorativo de la Revolución fue representativo del actual gobierno en muchos sentidos: resaltó la importancia de la alianza del presidente con el ejército, sacó a relucir los usos y costumbres priistas de AMLO, y puso de relieve la visión obradorista de la historia nacional. 

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