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Precios altos y anuncios: El streaming usa las viejas tácticas de la televisión por cable
Las empresas de streaming han atraído a la gente con promesas de una experiencia de visualización mejor y más económica.
Hay una cosa con la que los televidentes pueden contar en 2024: tarifas más altas y más comerciales, pues los principales servicios de streaming (Amazon, Netflix, Hulu, Disney+ y Max) han anunciado aumentos de tarifas y nuevas políticas publicitarias.
Como muestro en mi nuevo libro, Política 24 horas al día, 7 días a la semana: la televisión por cable y la fragmentación de Estados Unidos desde Watergate hasta Fox News, el auge del streaming que ha puesto en peligro la televisión por cable en realidad se basa en el mismo modelo de negocio que hizo que los televidentes pagaran para suscripciones mensuales hace décadas.
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Al igual que sus predecesores del cable, las empresas de streaming han atraído a la gente con promesas de una experiencia de visualización mejor y más económica. Y ahora que tienen una sólida base de suscriptores, están en el proceso de aumentar las tarifas y al mismo tiempo introducir más comerciales y agrupar programación para que los clientes paguen cada vez más.
Aunque hay una diferencia. Cuando las compañías de cable intentaron tácticas similares a finales de los años ochenta, hubo un alboroto por parte de los políticos que calificaron tales prácticas comerciales de “injustas” para sus electores. Ahora, no se oye nada, una señal de cuán acostumbrados, nos hemos vuelto a los caprichos de las corporaciones que intentan exprimir a sus clientes.
Detener la marea de la “televisión de paga”
Al igual que las empresas de streaming, los empresarios de la televisión por cable en la década de 1960 vieron el potencial comercial de enmarcar la televisión por cable como un camino hacia más opciones con menos comerciales.
En ese momento, las regulaciones federales aplastaron la competencia al permitir que las “tres grandes” cadenas de transmisión (CBS, NBC y ABC) dominaran las ondas siempre que también sirvieran a un “interés público” vagamente definido. Los anunciantes financiaban el coste de los programas, lo que significaba que, si bien los espectadores no tenían que pagar una factura mensual de televisión, sí tenían que soportar los anuncios.
A medida que las frustraciones por los límites de la televisión abierta se intensificaron en todo el espectro político durante la década de 1970, los consumidores, los funcionarios electos y los reguladores abrazaron el potencial de la televisión por cable para ofrecer una alternativa.
A mediados de la década de los setenta, los experimentos con programación difundida vía satélite en sistemas de cable probaron nuevos tipos de canales y programas especializados para ver si el público podría estar interesado.
En 1975, HBO apostó a que un combate de boxeo internacional en vivo entre Muhammad Ali y Joe Frazier, “Thrilla in Manila”, impulsaría su atribulada operación de televisión de pago.
Así fue: los ingresos por servicios de televisión de pago como HBO, que se lanzó por primera vez en 1972, se dispararon de 29 millones de dólares en 1975 a 769 millones de dólares en 1980.
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Todo lo viejo es nuevo otra vez
Los ataques contra los cables fueron efectivos en la campaña electoral de Al Gore y su compañero de fórmula más destacado, el gobernador de Arkansas, Bill Clinton. Pero, una vez en el cargo, cambiaron de rumbo.
Querían que la industria privada construyera la autopista de la información que consideraban central para su agenda de gobierno, y las compañías de cable eran las propietarias de los cables coaxiales que llegaban a millones de hogares.
Cuatro años más tarde, Gore y Clinton celebraron la Ley de Telecomunicaciones de 1996, que recortó muchas medidas reguladoras de precios que Gore había defendido durante la campaña electoral de 1992.
¿Lo racional? Que la competencia en el mercado y la elección de programación por sí solas podrían redundar en beneficio del interés público. ¿El resultado? La expansión de un panorama mediático forjado en el terreno de las empresas privas y sus márgenes de beneficio.
A pesar de las frustraciones actuales con los cambios diseñados para mejorar los resultados (aumentos de tarifas, límites para compartir contraseñas, contratos exclusivos de transmisión de eventos deportivos) la gente ya no recurre a los políticos para que los ayuden a navegar y abordar estas preocupaciones como lo hacía antes.
Kathryn Cramer Brownell* | El Sol de México
* Profesora de Historia, Universidad Purdue.
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