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La película El Exorcista ha sobrevivido a la revolución del terror registrada en el último medio siglo

Expertos analizan su impacto en el cine

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La película El exorcista, dirigida por William Friedkin y basada en la novela homónima de William Peter Blatty, se mantiene como la película tan aterradora desde 1973.

Linda Blair en el personaje de Regan MacNeil, una niña adolescente poseída por el demonio, Ellen Burstyn como su asustada madre y Jason Miller en el papel del padre Damien Karras, el indicado para practicar el exorcismo, marcaron una época de la cultura pop en el mundo.

Ver la película en el cine fue una experiencia única para aquellos que lo vivieron. Algunos testimonios señalan que los gritos, ataques de pánico y nervios estuvieron presentes en las salas de aquella época.

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Si la cinta se convirtió en un referente no es una casualidad, sino el resultado de un cúmulo de factores que coexistieron durante su realización y fecha de estreno, el 26 de diciembre de 1973.

Antes de que El exorcista llegara a la cartelera, el género de terror estaba relegado, apunta el docente y crítico de cine, José Luis Ortega Torres.

En la década de los años 70 estaba asociado a producciones gore que, para mediar su violencia, incorporaban humor, de manera que la sensación de miedo se diluía a golpes de efecto que buscaban en el espectador reacciones desagradables, de asco, de perplejidad, de sorpresa, pero no de miedo en sí, complementa Ortega.

Mientras esa tendencia se mantenía, los tópicos del horror empezaron a ir en otras direcciones, una de ellas la que se aborda con la salida de la novela best seller de William Peter Blatty, a través de la cual el terror comenzó a hurgar en el satanismo y la presencia del diablo dentro de la sociedad.

La popularidad del libro impulsó a la película de forma exponencial, en gran parte por contar con elementos de la religión que la sociedad de Estados Unidos conocía y practicaba en algunos casos.

“No habían sido expuestos a que el diablo se inmiscuyera directamente en sus vidas. William Peter Blatty lo hizo de una forma diametralmente opuesta a lo que se había hecho en el cine de terror”, afirma José Luis Ortega.

En ese sentido, Gerardo Gil Ballesteros, expone que no sólo son las escenas de horror que iban más allá de lo que el público estaba acostumbrado, sino que la cuestión transgresora estaba también en abordar aspectos de la religión de forma directa.

Gil Ballesteros también señala que El exorcista aparece en un contexto posterior a la Guerra de Vietnam, en la que los jóvenes idealistas se habían vuelto adultos, así, crear en ellos una emoción de espanto era difícil. Es allí donde una virtud de la película aparece, al plantear vulnerar al más inocente, a una niña de un seno familiar que además se muestra en la clase alta.

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Fue una obra transgresora no sólo a nivel de género de horror, sino desde la connotación social que planteaba

“Es una película que va más allá del susto fácil, tiene otro tipo de vínculos: religiosos, sociales, por eso no ha envejecido. No puede envejecer cuando es un antes y un después”, añade Gerardo Gil.

“Eso le pega directamente a la psicología del estadounidense promedio que cree que en su casa está seguro, que cree que en su casa no les va a pasar nada porque sus hijos viven en una familia acomodada y segura. Esta película les demostró que no era verdad”, agrega José Luis Ortega.

Aunque la figura demoniaca había estado presente en historias como Häxan La brujería a través de los tiempos, es cierto que el exorcismo como ceremonia no había tenido suficiente representación como lo fue en la cinta de 1973, marcando así una primicia.

Los nombres que hicieron presencia en el reparto, así como en la dirección y guion son destacables. Hacia 1973 el director por William Friedkin tenía una carrera consolidada, con trabajos tanto en cine como en televisión.

Para El exorcista, el cineasta hizo un proyecto de terror con un amplio presupuesto, contrariamente a lo que estaba estipulado en la época.

“Era una de las lecturas del momento, cuando se anunció la adaptación fue una noticia que llamó la atención. Lo peculiar del caso es que cayó en manos de un director muy inquisitivo. Buscaron (Friedkin y William Peter Blatty) de la manera más realista posible llevar a la pantalla el libro”, explica Mauricio Matamoros Durán.

“Fue un súper elenco el que se conjuntó. Ellen Burstyn, una actriz probada en todos los escenarios no sólo fílmicos, sino en todas las tablas del entretenimiento. También es muy buen casting el de Linda Blair, fue muy acertado y el mismo Jason Miller, un hombre del entretenimiento y del arte.”, dice Gerardo Gil.

“El exorcista va a incorporar actores de primer nivel para una película de producción cara, filmada en locaciones caras”, apunta José Luis Ortega.

Destacaron locaciones como la Universidad de Georgetown, además de decenas de extras, cámaras y grúas. “Incorporan mucho presupuesto y eso hace que la película se convierta en una película destinada a las grandes salas, lo que hoy conocemos como un Blockbuster. Eso hizo que el público la recibiera de inmediato”, explica Ortega.

La cinta fue un éxito rotundo que la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas no pudo dejar de considerar, a pesar de que en los Premios Oscar las películas de horror nunca habían figurado.

“Lo logra porque estamos ante a un director que está en uno de sus mejores momentos creativos”, señala Gerardo Gil.

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En la edición 46 del Premio Oscar la cinta dirigida por Friedkin tuvo nueve nominaciones, entre ellas la de Mejor Película y Mejor Director, aunque solamente levantaría el galardón en la de Mejor Guion Adaptado y Mejor Sonido, este último conformado por un gran equipo del que formó parte el mexicano Gonzalo Gavira.

Para la filmación de El exorcista, el originario de Poza Rica, Veracruz, ya había trabajado en un sinfín de proyectos mexicanos, además de tener en su trayectoria películas internacionales como El bueno, el malo y el feo de Sergio Leone y El Topo de Alejandro Jodorowsky, cuyo trabajo había impactado en Estados Unidos, apunta Mauricio Matamoros.

Fue con esa reputación con la que Gavira llegó a formar parte del equipo de El exorcista. “Buena parte de los efectos de sonido se deben a un técnico mexicano”, recuerda Mauricio Matamoros.

En su autobiografía titulada The Friedkin Connection, el director de la película relata que “antes de empezar la mezcla, había visto dos películas de Alejandro Jodorowsky, que habían sido obras maestras escandalosas.

Una era El topo, la otra La montaña sagrada y las pistas de sonido eran extraordinarias. Habían sido creadas por Gonzalo Gavira, quien vivía en México, no hablaba inglés, pero tenía un primo en Los Ángeles que pudo contactarlo por nosotros”.

El poco avance tecnológico de la época permitió que Gavira explotara su don como creador de sonidos con objetos. De esos procesos se desprenden algunas anécdotas sobre cómo pudo obtener los resultados que quedaron plasmados en la cinta definitiva.

Gonzalo Gavira lo que hacía era una labor de posproducción, que es la creación de efectos de sonido, un trabajo que es artesanal cien por ciento, que requiere de una imaginación desbordada

“La leyenda nos dice que para crear el crujido del cuello de Regan cuando le está girando la cabeza en 360 grados y nadie sabía qué hacer ni cómo poder darle el sonido, Gavira saca su cartera de cuero, la vacía, la moja y comienza a exprimirlo delante del micrófono y surge este crujido”, agrega José Luis Ramos, docente y crítico de cine.

Aquella anécdota es también narrada por Friedkin en su autobiografía narrando: “un día el Señor Gavira, un hombre bajo y de mediana edad (…) vino al estudio con su primo. Por lo general, un equipo de efectos de sonido tarda meses en montar una banda sonora.

Le pregunté al señor Gavira qué equipo necesitaba. Su único pedido fue una billetera de cuero vieja y agrietada que contenía tarjetas de crédito. Colocando la billetera cerca de un micrófono, la dobló y la giró, y eso se convirtió en el sonido de los huesos rompiéndose en el cuello del demonio mientras giraba completamente”.

“Gavira estuvo en el estudio durante unas cuatro horas, creó varios efectos clave usando solo su cuerpo y luego se fue a su pequeño pueblo en las afueras de la Ciudad de México”, cuenta Friedkin en su texto, en el que muestra asombro por cómo a pesar de no saber el idioma inglés, pudo entender en instantes qué era lo que tenía que realizar.

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“Le mostramos la película mientras su primo susurraba una traducción del diálogo. Cuando se encendieron las luces, dijo en español ‘Estoy listo’”. Así fue como Gonzalo Gavira realizó una parte del trabajo premiado con una estatuilla dorada.

En nuestro país la película se exhibió casi un año después de su lanzamiento en Estados Unidos. Llegó a las salas mexicanas el 19 de diciembre de 1974, antes de ello ya se realizaban funciones clandestinas con copias pirata en algunos puntos de la Ciudad de México.

Esta afición de los mexicanos por el terror data desde la época del cine de oro, cuando títulos como La llorona (Ramón Peón, 1933), El vampiro (Fernando Méndez, 1957), Ladrón de cadáveres (Fernando Méndez, 1957) y Hasta el viento tiene miedo (Carlos Enrique Taboada, 1968), forjaron el gusto del público por este género.

Mauricio Matamoros, periodista e investigador de cine, explicó que en nuestro país las historias se desarrollaron a partir de elementos presentes en el imaginario colectivo, hecho que las hizo conectar con la audiencia.

“Hay características esenciales en el cine mexicano en general, en el cine fantástico en específico, pues obviamente tenemos el cine de luchadores, y elementos como las brujas, etcétera. Mucho de ello se debe en parte a que en el cine mexicano buscaron de alguna manera reproducir las fórmulas de la historia”.

El experto explica que los realizadores tomaron elementos del cine extranjero para complementar sus narraciones, especialmente del trabajo proveniente de Hollywood.

Es entre los años cincuenta y setenta cuando se desarrolla una gran cantidad de cine fantástico en México, aunque en su opinión El fantasma del convento (Fernando de Fuentes, 1934) y Dos monjes (Juan Bustillo Oro, 1934) son las primeras películas mexicanas de terror.

“Curiosamente no reproducen los elementos que estaba proponiendo en aquella época el cine estadounidense, sino por el contrario, repetían o estaban influenciadas por los elementos artísticos que estaban llegando con películas como Nosferatu o El gabinete del doctor Caligari, películas que marcaron el cine mundial”.

La cineasta mexicana Gigi Saúl Guerrero, quien recientemente se sumó a la franquicia de terror VHS, opina que el gusto de los mexicanos por el horror proviene también de la relación cercana que se tiene con el más allá.

Los mexicanos tenemos una perspectiva diferente de la muerte, la celebramos, no le tenemos miedo. No tememos a lo que es oscuro. Somos muy espirituales, nos gusta creer en todo lo que da miedo, nos gusta manifestar un poco lo que da miedo y curiosidad.

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La también actriz agregó que tal como lo señaló Guillermo del Toro tras ganar el Oscar, el simple hecho de haber nacido en un país con una cultura tan amplia, alimenta la mente de los cineastas y el público.

“Tenemos una cantidad de leyendas, mitología, cultura, historia, que es super mágico. Eso hace que nuestras historias puedan resaltar”, comentó Gigi, quien considera a Huesera (Michelle Garza Cervera, 2022) y Vuelven (Issa López, 2017) dos de las cintas imperdibles para los amantes del género.

Mauricio Matamoros opina que títulos como El barón del terror (Chano Urueta, 1962) y el cine de luchadores, entre las que destacan El Santo contra las momias de Guanajuato (Federico Curiel, 1972) y El Santo contra las mujeres vampiro (Alfonso Corona Blake, 1962), contienen escenas y diálogos que provocan risa en el espectador.

En su momento recibieron críticas, pero hoy son clásicos del cine nacional, e incluso se han lanzado ediciones especiales y de colección en formato Blu-Ray, tanto en México como en Estados Unidos.

“No logran su cometido de aterrorizar, pero sí te divierten y resultan inolvidables por lo mismo. Es un tipo de cine de horror que se desarrolló mucho en México, esto no es en detrimento, sino una de las variantes del cine fantástico y de terror”.

Y agregó que “era un cine inolvidable. Podías haberlo visto cuando eras niño, adolescente o joven, y te marcaba. Al día de hoy es un cine que se sigue recordando, y también ha comenzado, de alguna manera, a ser revalorado”.

Además de El Santo, el cine de luchadores también contó con la presencia de figuras como Blue Demon y Mil Máscaras, quienes combatían amenazas sobrenaturales que iban desde vampiros, hombres lobo hasta momias o extraterrestres.

Matamoros subrayó que dentro del terror mexicano también destacan cineastas como Gabriel Retes, Arturo Ripstein y Felipe Cazals, quienes plasmaron en su trabajo horrores de la vida real, relacionados con el malestar social.

“Hay una generación de cineastas muy respetados desde que comienzan a trabajar hasta el día de hoy que digamos no hicieron cine de horror con esa finalidad, ellos hicieron un cine naturalista, incluso de denuncia, que de alguna manera resulta cine de terror por las historias terribles y trágicas”.

Títulos como El apando, Las Poquianchis y Canoa (las tres dirigidas por Felipe Cazals, y estrenadas en el año 1976), y Los albañiles (Jorge Fons, 1976), figuran dentro de esta lista.

Juan López Moctezuma, quien dirigió cintas como Secuestrada, Alucarda: la hija de las tinieblas y El alimento del miedo forma también parte del grupo de realizadores cuyo trabajo escandalizó a algunos sectores del público, debido a los temas que abordaba (secuestros y adoración a satanás, por mencionar algunos).

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Mauricio Matamoros refiere que el suyo “es un cine que si bien es impactante, se va un poco más hacia el gran guiñol, es decir, hacia la exageración, hacia el cine gore. Incluso hoy día sigue siendo criticado”.

Para acercarse al terror mexicano, el experto recomienda ver Cronos, de Guillermo del Toro, Misterios de ultratumba de Fernando Méndez y El libro de piedra de Carlos Enrique Taboada.

Luis Valdovinos y Belén Eligio | El Sol de México

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