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En Yucatán la impunidad encubre tortura que viven mujeres trans

Shantal Guerrero Romero es una mujer trans pasó tres días con los ojos vendados, con grilletes en los pies y esposas en las manos.

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En Yucatán la impunidad encubre tortura que viven mujeres trans

“Me pusieron una faja, en los dedos de los pies y en la lengua me conectaron como esos artefactos con los que le pasan corriente a los coches y comenzaron a subir al voltaje para que me diera toques”, declara Shantal Guerrero Romero.

Esta mujer trans pasó tres días con los ojos vendados, con grilletes en los pies y esposas en las manos, mientras recibía golpes en los oídos, la cabeza y las costillas para declararse culpable del asesinato de Daniel, un crimen que no cometió en Yucatán.

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Han pasado casi seis años y su caso sigue impune: ningún funcionario ha sido cesado de su cargo y no hay investigaciones al respecto.

En Mérida, Shantal tiene su estética y ahí recibe a personas de todas las edades. Día a día trata de rehacer su vida después de la tortura vivida.

“La Shanty se parece a Gloria Trevi ¿verdad?”, pregunta una mujer que se acerca a ofrecer comida en el momento de la entrevista. Shantal le responde que ese día no pedirá comida porque le toca ir al ‘convento’, el nombre que le dio entre sus amistades al Centro de Readaptación Social (Cereso) de Mérida, en el que pasó casi cinco años después de ser acusada de homicidio; y a donde va religiosamente a ver a sus amigas y amigos que ahí continúan.

“Soy Shantal y soy una mujer transgénero. Tengo 52 años y nací aquí en Yucatán. Aquí es donde tengo mi vida y aquí fui víctima de tortura”, agrega mientras termina de delinearse los labios. Es una mujer alta, delgada, de cabello largo y ondulado.

Viste una blusa de manta, color blanco y con unos botones dorados muy vistosos al frente. Es una mujer que sonríe mucho. Le gusta usar labial rojo porque resalta su rostro. Asegura que sus clientas no le creen cuando les cuenta que estuvo en la cárcel.

Shantal comenzó una relación hace 11 años con Daniel, un joven originario de Veracruz, con quien describe que todo avanzó muy rápido. Al paso del tiempo, se dio cuenta que él tenía un uso problemático de alcohol.

La relación siguió y, desde su recuerdo, considera que Daniel la trataba bien. Vivían juntos en la colonia Francisco I. Madero y ahí, Shantal notó que su pareja tenía un uso problemático de sustancias sin receta médica, con el argumento de controlar delirios de persecución, pero esto sin supervisión profesional.

Un domingo, después de una jornada de trabajo, Shantal quiso descansar un poco mientras Daniel se tomaba unas cervezas en la piscina de la casa.

“Me fui a acostar, recuerdo que estaban pasando ‘Pequeños Gigantes’ porque se escuchaba la canción de Jesy & Joy: ‘Corre corazón’. Cuando desperté ya estaba ‘Televisa Deportes’ y Daniel no estaba en la cama. Lo busqué por toda la casa y cuando salí al patio creí que estaba jugando, porque le hablé y no respondió. Entonces, comencé a gritar asustada. Salieron mis vecinos y mi mamá y vimos que Daniel estaba muerto”.

Enseguida llegó una ambulancia y los paramédicos confirmaron que la causa de su muerte fue una congestión alcohólica.

Al poco tiempo llegaron familiares de Daniel, entre ellos, su hermano Adrián Huerta, quien trabajaba en el Poder Judicial.

Con el argumento de hacer las diligencias correspondientes, les pidieron desalojar la casa y los familiares de Daniel le indicaron a Shantal que no se presentara al velorio. Al día siguiente, recibió una llamada telefónica de parte de judiciales quienes le dijeron que tenía que identificar el cuerpo y le permitirían darle el último adiós a su pareja. Aunque le pareció extraño, aceptó porque creyó que era la oportunidad para despedirse.

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Tras la llamada, fueron por ella a donde estaba, en casa de una amiga. Shantal se subió al vehículo y la trasladaron a un cuarto que, asegura, está detrás de las instalaciones de la Fiscalía General del Estado (FGE).

“Había sólo una ventana y una banca de las que hay en las iglesias, un colchón viejo y un ropero. Me pidieron mi cartera, me quitaron mi dinero e identificación, me hicieron quitarme la blusa y el pantalón. ‘Ahora vas a saber por qué somos judiciales’, me dijeron”.

Shantal recuerda que la desnudaron, le colocaron las manos detrás de la espalda y la esposaron, en los pies le colocaron grilletes.

Durante tres días permaneció con los ojos vendados, mientras recibía choques eléctricos, golpes en los oídos, la cabeza y las costillas para firmar la declaración del asesinato de Daniel, un crimen que no cometió.

“Tú eres quien lo mató y debes firmar esos papeles porque es tu declaración, me decían. Me pusieron una faja, en los dedos de los pies y en la lengua me conectaron como esos artefactos con los que le pasan corriente a los coches y comenzaron a subir al voltaje para que me diera toques. Yo sentía que mi cabeza estaba a punto de estallar”.

A Shantal la amenazaron. De no firmar la declaración, le harían exactamente lo mismo a su mamá y hermana, además de que a ellas las violarían.

“Tuve que firmar. Me dijeron: báñate porque te vamos a llevar a tu nueva casa”.

Así la llevaron a una ‘casa de arraigo’ en donde estuvo alrededor de 21 días y luego fue trasladada al Cereso, en donde al ingresar tuvo la oportunidad de dar su verdadera declaración y a pesar de ello, estuvo en prisión casi cinco años. Durante este periodo, lidió con la transfobia del sistema.

El juez de apellido Vázquez Juan, por ejemplo, la sentenció sin revisar pruebas a 20 años por el delito de homicidio calificado con alevosía, ventaja y traición. Shantal no firmó su sentencia, pero sí su apelación.

Al apelar, la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) retomó su caso y revocó la sentencia por falta de pruebas, esto llevó a que Shantal fuera puesta inmediatamente en libertad después de casi cinco años en prisión.

Esta investigación fue realizada en el marco del proyecto “Periodistas contra la Tortura” con el acompañamiento de Documenta. Para mayor información contactar a: [email protected]

Itzel Chan | Documenta-OEM | El Sol de México

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