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Los graffiteros son los nuevos muralistas que proyectan el entorno social en México

En los últimos años, los artistas urbanos han atraído la atención de galeristas, promotores culturales, incluso, de marcas de productos ajenos al arte

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Foto: Laura Lovera

El crecimiento potencial del muralismo de la década de los 20 llega hasta nuestros días con una nueva generación de artistas urbanos y graffiteros que toman los muros urbanos para recuperar el espacio público.

Diseñadores gráficos o artistas visuales que convierten la barda de una casa o terreno en un lienzo blanco para proyectar su entorno social, su presente, como lo hicieron a mediados del siglo XX los tres grandes: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Los jóvenes de hoy son los artistas urbanos que integran la generación de los nuevos muralistas.

Si bien una de sus premisas es mantenerse al margen del mercado como un acto de rebeldía, en los últimos años han atraído la atención de galeristas, promotores culturales e incluso de marcas de productos ajenos al arte que encuentran en estas manifestaciones medios de difusión creativa.

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“Hay organizaciones y galerías que empezaron a salir a la calle con artistas interesados en el tema y hay muchas marcas que se empezaron a interesar en artistas anónimos para hacer su trabajo tal vez con un enfoque más comercial y popular, y es impresionante cómo ha crecido este trabajo, del periodo que comencé a investigar en el 2015 y 2016 eran más escasos y difíciles encontrar a estos artistas y ahora que estoy retomando la investigación no me doy abasto con la cantidad de artistas, diario conozco un artista nuevo, diario aparece un festival o encuentro nuevo de arte urbano y sí me atrevo a decir que hay una efervescencia del muralismo actual”, refiere Cinthya Arvide, autora del libro Somos Muro, que recopila el trabajo de artistas urbanos.

La publicación es un catálogo de creadores mexicanos, en su mayoría autodidactas, que protagonizan los festivales y encuentros de arte urbano. Es un registro fotográfico de su obra, muchas veces efímera, con el objetivo de dar cuenta del crecimiento del movimiento artístico que ha dejado la informalidad y la ilegalidad del clásico graffiti para convertirse en una corriente formal.

Arvide detalla en entrevista que el arte urbano se fortaleció a partir de la década de los 80 y 90 como propuesta emergente. Festivales y encuentros alternos, al margen del mercado del arte global, reunieron a una generación de autodidactas que marcaron distancia con su trabajo de la pinta o el graffiti ilegal para crear narrativas más complejas contenidas en composiciones visuales.

Algunos intentan recuperar la cosmovisión prehispánica que es la gran fuente de inspiración de ahora como lo fue en los años 20, pero ahora se tiene otro contexto y se refleja mucho esa época, también recurren mucho a la representación de lo indígena hoy, tradiciones, folklores, texturas, vestimentas y dan cuenta de su incorporación en el presente. Otro tema es el mundo animal y medio ambiente, por supuesto hay temas femeninos, la migración y el cambio climático”, detalló quien prepara la continuación de su libro.

Son relatos sobre la feminidad, el entorno, la crisis social, la descomposición, la política o proyecciones del paisaje natural a partir de una construcción formal de imágenes que buscan la visibilidad.

“El graffiti es solo una marca, una huella, la firma que alguien pone en un lugar para señalar que estuvo ahí, que llegó hasta ahí y lo hace desde la ilegalidad y el anonimato, pero lo que ahora vemos es un arte más permanente, con apoyo de galerías o instituciones y es un nuevo muralismo abierto al público, que quiere dialogar con la gente, que requiere de un trabajo de largo aliento, recursos y el soporte de la institución.

“Es una escena totalmente efervescente, en crecimiento exponencial, diría que es abrumadora la velocidad en que crece el número de artistas interesados y la manera en cómo se comparten las obras es interesante, porque influye mucho la tecnología, ahora no sólo la ves en la calle sino en el teléfono celular y no importa que sean efímeras”, explica.

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La investigación de Arvide da cuenta de una veintena de artistas: Saner, Sego, Jesús Benítez, Germen Crew, Seher One, Smithe, Diego Zelaya, Norte, Rod Villa, Jorge Tellaeche, Lesuperdemon, Minoz, Neuzz, Fusca, Paola Delfín, Alfredo Libre Gutiérrez, Spaik, Colectivo Chachachá, Cix y Alegría del Prado. La mayoría nacieron en la década de los 80, y todos son mexicanos.

El compendio de obras hace un panorama de las distintas formas de arte callejero, desde los trabajos en colectivo, obras efímeras y propuestas individuales que buscan la permanencia. Una de las líneas que tienen en común, además de pertenecer a la generación de los 80, es que crecieron con influencia de internet, cómics, hip hop, el skateboarding y los videojuegos con lo que construyeron una narrativa del arte de otros países.

En términos artísticos, sus composiciones coinciden con una estética propia a los videojuegos y a los colores e iconos de la cultura mexicana. Aunque se diferencian en las temáticas, pues no todos se interesan por la denuncia social; también hay piezas más íntimas y otras que retoman el origen prehispánico.

Arvide traza una diferencia entre el grafiti y el arte urbano a partir del sentido de cada disciplina. Explica que el grafiti se deriva de las pintas en paredes, y se asocian a expresiones de rebeldía. Estas son hechas con pintura aerosol, la mayoría son oraciones en lenguaje encriptado y su intención es delimitar un territorio. Los autores no son propiamente artistas y su objetivo no es crear una obra de valor estético. Buscan, tal vez, reconocimiento social.

Mientras el arte urbano, que se ha llamado también post-graffiti y su definición sigue ampliándose, opera de otra forma. Emplea una diversidad de técnicas, que pueden incluir aerosol, pintura acrílica, esténciles o plantillas, calcomanías, carteles y murales. El fin es generar obras de arte en la calle, tanto en propiedad privada como pública.

Uno de los casos de artistas urbanos es Jesús Benítez, que inició con pintas a los 13 años de edad, pero ahora sus composiciones se refieren a universos de ciencia ficción. Un caso similar es Spaik, que inició en 1999 con grafiti y, luego de viajar por el país y conocer otros lenguajes pictóricos, construyó una estética inspirada en leyendas y tradiciones de culturas nativas de México y de América Latina.

Arvide comenta que aun cuando el muralismo callejero crece en reconocimiento y es mayor su inserción al mercado, mantiene su carácter efímero y busca consolidarse como la nueva generación de arte mural mexicano.

Sonia Ávila | El Sol de México

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