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Sonora

La Cuaresma y Semana Santa Yaqui en Hermosillo es un tesoro cultural desprotegido

Durante muchos años, las ceremonias se han ido disgregando a partir de los grupos yaquis en La Matanza y El Coloso

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HERMOSILLO, Sonora. Aunque la celebración yaqui de la Cuaresma y la Semana Santa en Hermosillo es parte de una tradición que identifica a un sector importante de la capital sonorense, no recibe el valor que merece, a pesar de los esfuerzos de la etnia por preservar la ceremonia.

Para Tonatiuh Castro Silva, investigador de la Dirección General de Culturas Populares, Indígenas y Urbanas del Instituto Sonorense de Cultura (ISC), la historia de esta tradición se asocia a la territorialidad que ha ocupado la tribu yoreme a lo largo de los siglos.

Recordó que, a mediados del siglo 18, donde se ubica actualmente la colonia Villa de Seris, en Hermosillo, en ese entonces Villa del Pitic, Agustín de Vildósola mandó a construir una hacienda a través de métodos cuestionables.

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“En el caso del sitio que hoy conocemos como Hermosillo, capital de Sonora, es importante revisar la historia para identificar en qué momento de la historia regional como del pueblo yaqui, es que coincide esta etnia y su cultura con el contexto geográfico el Sonora y su conjunto.

En la década de 1740, el cargo de capitán general lo ejercía Agustín de Vildósola, cargo equiparable al de gobernador en la actualidad y lo hacía de forma conveniente a sus intereses personales”, dijo.

Entre las irregularidades, está la creación de dicha hacienda, desviar el cauce del Río Sonora para alimentar sus tierras agrícolas y tener de esclavos a miembros de distintos pueblos originarios, entre ellos, miembros de la etnia yaqui.

Con estas irregularidades registradas por el Juez Pesquisidor José Rafael Rodríguez Gallardo en 1748, el capitán Agustín de Vildósola tuvo que dimitir del cargo, sin embargo, muchos yaquis optaron por quedarse a trabajar la tierra, a pesar de haber obtenido su libertad.

“Se les podía localizar trabajando en ranchos, haciendas o pueblos mineros en la región, y así mantuvieron su presencia trabajando en lo que ahora es Hermosillo, de forma que cuando México se constituye como una República moderna y se obtiene la independencia, el pueblo yaqui ya residía en Hermosillo, por lo que las instituciones deben reconocerlos como un pueblo lo originario”, agregó.

Sin embargo, su vida ceremonial se ha mantenido como una tradición importante a pesar de los años, independientemente del territorio en el que se encuentren.

“En Hermosillo, la tradición de Cuaresma y Semana Santa se ha realizado en distintas ubicaciones, no propiamente en los siete sitios que en la actualidad es posible observar la tradición.

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Se han realizado en ubicaciones como la colonia La Manga, en la colonia San Benito, en el sitio ocupado por décadas por el Hospital General del Estado, también en la colonia El Mariachi, que fue su barrio hasta 1928, cuando fueron expulsados por el Ayuntamiento de Hermosillo”, señaló.

Por otro lado, los lugares actuales donde se realizan las ramadas yaquis son las comunidades asentadas al sur del Cerro de la Campana, como Las Pilas, La Matanza, Hacienda de la Flor, así como El Coloso Alto y Coloso Bajo, a donde llegaron tras ser desplazados por el gobierno municipal al ser desalojados de El Mariachi, entre 1928 y 1930.

Durante muchos años, las ceremonias se han ido disgregando a partir de los grupos yaquis en La Matanza y El Coloso, lo cual es importante para establecer los lazos familiares y afectivos que existen entre los grupos ceremoniales, así como para identificar las diferencias entre unos y otros, aunque originalmente constituyeron un solo grupo.

Los chapayecas, que para el pueblo yaqui significa “de nariz grande”, son una representación de los fariseos que entregaron a Jesús, así como de los soldados romanos que se encargaron de su crucifixión, siendo fruto de la representación teatral que utilizaron los jesuitas para evangelizar a los yoremes.

Es esta representación que se ejecuta en las ramadas la que puede apreciarse como parte de ritual de la Cuaresma y la Semana Santa, que concluye con la quema de máscaras de los chapayecas durante la mañana del Sábado de Resurrección, que simboliza la purificación de los pecados.

La teatralidad detrás del ritual es en parte fruto de la evangelización que se combinó con la cosmogonía del pueblo yaqui, y se mantiene vigente hasta el día de hoy, aunque en un contexto muy diferente al que posiblemente imaginaron los ancestros yoremes.

Fuera de su territorio original, en los asentamientos visualizados que fueron habitados por el pueblo yaqui, como en Hermosillo y Baja California Sur, existe un problema con el uso y apropiación del suelo, es decir, con los sitios específicos de habitación y vida ceremonial, puntualizó el investigador.

“En la ciudad de Hermosillo se asientan principalmente en el lado sur del Cerro de la Campana, así como en el Coloso, sin embargo, en cuanto a los sitios ceremoniales, es lamentable que la generalidad de los grupos carece de un sitio propio, es decir, no tienen posesión legal, y esto afecta la continuidad de la identidad en términos de su espacio”, resaltó Castro Silva.

En el caso del grupo yaqui de La Matanza, realizan sus actividades ceremoniales en el parque conmemorativo junto al Vado del Río; en el Coloso Alto se realiza detrás una unidad deportiva; en El Cárcamo, en un sitio que no les pertenece, en Las Amapolas de forma similar.

“En El Ranchito se realiza en el parque del barrio, no obstante que ese parque se creó, en una situación lamentable y peculiar, sobre el cementerio de la comunidad yaqui de Hermosillo, y en el caso del grupo ritual más reciente, en terrenos que pertenecen al instituto Kino, en un área deportiva en préstamo”, detalló.

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Todos estos casos tienen en común la falta de la posesión legal, en contraste con la determinación tomada en Santa Rosalía, Baja California Sur, por parte del Congreso local, que declaró la celebración de la Cuaresma y Semana Santa yaqui-mestiza como patrimonio de la entidad, mientras que en Sonora no hay protección legal de la ceremonia, a pesar de ser en términos territoriales la cuna de la tradición yoreme.

Gustavo Moreno / El Sol de Hermosillo

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