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Inteligencia Artificial

El viaje a un concierto virtual de los muñecos de Tex-Tex

Tex-Tex, una banda de rock fundada por tres hermanos oriundos de Tlaxcala, dan un concierto virtual a todos sus fans que viven confinados por el Covid-19

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Tex-Tex respeta la sana distancia. Foto: Saúl López/Cuartoscuro.

Mi primera experiencia virtual: Tex-Tex, los muñecos cerca de ti. El coronavirus (Covid-19), pandemia que obliga. Setenta pesos costó el código de acceso en Boletia. Setenta pesos que debo.

A las 20:00 horas había que conectarse y no quise ser puntual, pensé que en el mundo digital y con la conexión Izzi recién revisada todo estaría chingón. Me equivoqué. Abajo les cuento.

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Tex-Tex llegó a mi cabeza cuando andaba por el CCH Azcapotzalco, de la UNAM, cuando quería unos tenis Converse de lona azul marino. Sin mayor complicación sus rolas se quedaron en mi corazón. Con Un toque mágico imaginaba que pronto llegaría algo que, quizás, mi vida haría cambiar, con La calle 16, lo recuerdo bien, me molestaba saber que existieran personas gandallas, de esas que gustan de estar chingando a la otredad, pero Lalo Tex terminaba por decirme en esa canción que el humor es una pastilla que se debe tomar cada 24 horas. En ese tiempo, a mis 17 años, Regresa era la mejor rola para pensar en el buen amor que nada más no llegaba.

La verdad no sé cuántos discos tiene Tex-Tex (los tres hermanos fundadores son oriundos de San Juan Ixtenco, Tlaxcala, por allá donde la fiesta es larga, me ha contado mi hermana) ni quiero googlear. Me gusta escucharlos. Me gusta cantar con ellos. Me gusta bailar su música. Por la casa familiar andan algunos casetes y discos de ellos.

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Entonces encendí la computadora y le di click al link guardado en el mail. En el hogar se miraba una película y me puse los audífonos mientras comía. En una primera parte cantaron varias rolas en esa onda que llaman desenchufada:  Me haces volar, Flor de mayo… Bien, agradable para iniciar. Se me antojaba una cerveza y también no estar sentado (mi cabeza no puede romper la relación computadora-silla). A las 20:35 hubo una pausa en la que se rifaron cuatro chalecos bonitos.

Se me invitaban al live chat con un avatar identificado con letras y números. De entrada, no me animé. La transmisión era vista en ese momento por 108 personas, que en realidad éramos más: mi hijo Líber escuchó unos dos minutos y mi hija Ariadna unos segundos.

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En 1992 entré por primera ocasión al teatro Isabela Corona, cerquita del Metro Tlatelolco. En ese lunes de clínicas de rock estuvo Tex-Tex, Nina Galindo y El haragán. Mucho desmadre divertido, con el debido respeto que todo teatro merece. La música estaba en el escenario y yo en una butaca con un amigo cecehachero al que le pasaron una bachita que también me pasó. Con miedo y muchas ganas le di unos jaloncitos. Ahí quedé sorprendido con la manera en que Lalo Tex (que hoy en gloria esté) tocaba la guitarra y cotorreaba con todos.

Sencillo, sincero, ese fue el Tex-Tex que miré. Sin dejar de pensar en la música con la que crecí en casa (Sonora Santanera, Julio Jaramillo o las cumbias del Tequendama de oro, por ejemplo) años después comencé a ir a tocadas de eso que unos llaman, con desdén, rock pesado y otros  rock urbano. Para mí era música que me hacía pensar y pasar un buen momento.

Muchos grupos pude escuchar en vivo. Solo, siempre solo. El amigo ese desapareció y tenía claro que eso no me iba a detener.

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En la parte eléctrica del concierto-web tocaron la de Castillos españoles (“una tarde me fueron a decir: tu mamá se está muriendo y en su agonía pregunta por ti. Yo salí de ahí corriendo, pero ya no la vi”). Y sí, el recuerdo me apretó un poco el pecho y unas lágrimas se me escurrieron.

 La pantalla de la computadora HP de pronto se congelaba y tomé varias capturas para atestiguar. No sabía que la protección del streaming no lo permitía. Por si las moscas tomé unas fotos con el teléfono móvil.

La transmisión, dijo Chucho Tex, era desde un lugar dispuesto para los espectáculos en Ciudad Neza, donde había público respetando la sana distancia al bailar y con cubrebocas. Imagino, imagino, que también había cervezas.

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Amigo, es una de mis canciones favoritas (“es muy chingón contar con un amigo cuando sientes que te agobian tus sentidos”). Las historias breves me gustan, por eso Martín Rocka me rifa y Perdido me parece un reportaje con música. El hijo desobediente es un divertido tema de protesta.

El grupo ha hecho tantos y curiosos duetos que suelen no gustar a muchos. Su música, aún con la base del cuatro por cuatro de guitarra, bajo y guitarra, se ha enriquecido. El talento que se comparte es el que transciende.

Hace cinco años pude mirar en la feria del libro del Centro Nacional de las Artes a Rubén Albarrán cantando con Tex-Tex la de Asterisco 86. En YouTube se puede encontrar la guitarra que aportó Lalo Tex a una rola de Panteón Rococó o la versión que hicieron de Qué feo estoy del gran Rockdrigo González.

Tex- Tex ahora es un grupo de cinco o de siete músicos, entre ellos Lalo Tex jr, de quien se dice, aunque no se ha comprobado, en lugar de dar los primeros pasos, rasgó los primeros acordes en una guitarrita de madera.

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En un intento por interactuar, Chucho Tex dijo el sábado: ¿qué pasó, ya se cansaron, ya se pusieron hasta la madre allá donde están? Yo regalé una sonrisa a pantalla y me puse de pie.

En el chat alguien escribió: No hay rola que no esté chingona y hubo varios pulgares arriba en respuesta. Chucho mandó saludos a la gente (en realidad banda) de la colonia Martín Carrera, de Pachuca, de Arizona, de Atlanta.

Lamentablemente no se consideró el que solicité para la colonia Doctores (pienso que se perdió, como muchas cosas más, en los chats tan usados por estos días).

Antes de terminar con Te vas a acordar de mí, Chucho agradeció a quienes se conectaron a la red para mirarlos y apoyarlos porque antes tocaban una, dos, tres o más veces por semana y desde marzo no lo habían hecho con público y cobrando. Yo también le agradecí el momento y los tantos recuerdos.

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PD larga

No, no se me olvidó contar qué pasó con la conexión Izzi recién revisada. A las 21:43, valiendo madre, se cayó. Le pedí a mi Ale que preguntara en el call center de la empresa qué pasaba mientras me conectaba desde el teléfono móvil propiedad del lugar de trabajo. Luego de dos minutos ya estaba en otra pantalla viendo a Tex Tex. A las 21:54 horas volvió la conexión y volví a la computadora.

Por Alejandro de la Rosa

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