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La Opinión

El evangelio político de AMLO

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador soltó su evangelio político: “O se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país”

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AMLO aplica un evangelio con la extinción de dominio a los criminales/ Foto: Cuartoscuro

El Evangelio según San Lucas, en su Capítulo 11 versículo 23, atribuye a Jesús de Nazareth las siguientes palabras: “Quien no está conmigo, está contra Mí; y quien no acumula conmigo, desparrama”.

Dos mil años después Andrés Manuel López Obrador en su visita de supervisión de las obras de rehabilitación de la Refinería Lázaro Cárdenas en Minatitlán, Veracruz, aseveró: “No hay para donde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país, se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos”.

En la misma tónica de todo o nada, señaló al referirse a sus detractores: “Qué bueno que se definan, nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde, no es tiempo de simulaciones o somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas”.

El evangelio  es claro: el que no está a favor de AMLO, pues en automático está en su contra, cerrando cualquier posibilidad de diálogo, entendimiento y de comunicación. No hay punto medio, alternativas, opciones, otras salidas. Pero un pensamiento tan radical puede llevar a otro aún más incendiario: se tiene que cumplir lo que AMLO diga, aunque sea por la fuerza.

AMLO se muestra en su discurso político como poseedor de la verdad (la única verdad). Él nunca se equivoca, siempre tiene otros datos; él no miente, no roba, no traiciona, lo que además lo protege contra el coronavirus (Covid-19), según los dichos del fundador de Morena.

No usa cubre bocas ni careta, no guarda sana distancia ni obedece indicaciones sanitarias, porque es diferente a todos, diría que es cuasi sagrado; se pinta como el nuevo Prometeo que viene a salvar nuestra civilización. Aplica para sí mismo el siguiente pasaje del Evangelio según San Juan: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al padre sino por mí”.

AMLO tiene que ser un modelo de inmaculada reputación, intachable y honorable. Solo con la fuerza de su ejemplo, caerá el sistema político y económico envuelto por la corrupción de “los otros”, sus adversarios.

Su valor moral contagiará a todo aquél que lo mire y por supuesto, que lo siga, redimiendo al pueblo de la pobreza.

Esto me lleva a reflexionar sobre otra similitud con el siguiente pasaje del evangelio: Zaqueo, un recaudador de impuestos que se había enriquecido defraudando a su pueblo, cuando vio ver pasar a Jesús experimentó una conversión inmediata, según el Evangelio de San Lucas.

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Zaqueo se conmovió tanto que fue consciente de lo que había hecho y le dijo a Jesús: “Daré, señor la mitad de mis bienes a los pobres y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple”.

El evangelio de AMLO es hoy aplicar la Ley Federal de Extinción de Dominio para quitarle sus bienes y entregárselos al “Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (INDEP)”.

La figura de AMLO me evoca a la de un párroco decimonónico, máxima autoridad de su pueblo, estudioso de las sagradas escrituras y bondadoso consejero, pastor y guía de sus ovejas, protector de los humildes, pero también regañón y colérico.

Los usos constantes de las palabras “conservadores y liberales”, para referirse a sus enemigos y a los adeptos de su causa, resulta un absurdo anacronismo que fomenta la división entre los gobernados.

Etiquetar y calificar a la gente de “fifís” y “pobres”, solo logra fracturar la relación entre empresarios y trabajadores; los unos malos y los otros buenos; entre los de arriba y los de abajo, según el colectivo imaginario revolucionario.

Pero los verdaderos evangelios no son un mensaje de desunión, por el contrario, proclaman que se debe amar al prójimo; poner la otra mejilla ante el primer agravio; hacer el bien sin que una mano sepa lo que hizo la otra; se debe perdonar al ofensor; se debe respetar la legalidad y dar a la autoridad lo que es de la autoridad. Está muy lejos de convertirse AMLO en la figura mesiánica que pretende simular.

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Todo esto incentiva al desorden, a la desobediencia como regla de actuación, al autoritarismo y a fomentar un caldo de cultivo propicio para generar encono, rabia, desunión y violencia, que lamentablemente está escalando cada día.

La situación social se complica más, el desempleo avanza y las empresas quiebran. La “cuarentena” (eufemismo) se está prolongando, con el consecuente desgaste emocional de las personas y familias. El miedo se apodera de una sociedad que está ansiosa y sedienta de un cambio, pero uno de verdad, uno que mejore su situación, no que la empeore.

La falla de Andrés (no en sentido topográfico) es su ánimo de confrontación y descalificación, envuelto en un halo de soberbia.

Hoy más que nunca aplica el siguiente pasaje bíblico: “Honroso es al hombre evitar la contienda, pero el necio se enreda en discusiones.” (Proverbios 20:3)

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