Sonora
Un pozole de postre: repostera sonorense imprime realismo a sus pasteles
Elda Esparza es capaz de preparar desde una cabeza de Frankenstein hasta un hot-dog o una cebolla hecha de pan, fondant, betún y chocolate moldeable
HERMOSILLO, Sonora. Elda Esparza es una artista en la creación de pasteles. Con sus manos moldea y pinta esculturas comestibles que van desde la cabeza de Frankenstein hasta un hot-dog, una cebolla o un plato de pozole hechos de pan, fondant y chocolate moldeable.
Para la hermosillense de 29 años, hornear y decorar un pastel de pan y betún convencional no le parecía gran cosa, por eso, la exploración, el juego y la “prueba y error” la llevaron a probar cosas distintas para lograr piezas únicas.
Hermosillo no parecía una ciudad con mucho mercado para este tipo de pasteles, sin embargo, la contingencia por Covid-19 le demostró lo contrario: empezó por subir los videos y fotos de sus experimentos a las redes sociales y los clientes llegaron prácticamente solos.
“Siempre quise hacer los pasteles más reales y fue súper difícil al principio”, dijo Elda, “porque, obviamente, tienes que dar tu catálogo, dar a conocer qué sabes hacer y lo mío eran pasteles más casuales, para piñatas o bautizos, pero este año dije: ya, quiero dedicarme a lo que realmente me gusta, que es el realismo”.
Después de estudiar gastronomía en Hermosillo y hotelería en Monterrey, Elda abrió su propia pastelería a los 23 años. Tenía una vitrina y pasteles de todo tipo. El reto de emprender sola fue una aventura que duró dos años, hasta que cerró el lugar por no sentirse contenta.
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“No tenía la visión de qué era lo que quería hacer”, dijo, “simplemente, no me llenaba hacer pasteles de betún normal, clásicos… son súper lindos, ricos y todo, pero no sentía ese: ‘me quiero despertar todos los días y hacerlo‘”. Entonces, se llevó todas sus cosas a casa.
Luego entró a trabajar a un restaurante, después a una repostería francesa. Pasó otro par de años trabajando y, aunque había mucha gente que le decía que era buena y talentosa, Elda no sentía que fuera suficiente.
“¿Dónde quiero estar?”, se preguntó en varias ocasiones, “me hacía falta creérmela para poder explotar o encontrar mi punto y lo que quiero ser; renuncié a la repostería y decidí que esto va a ser por mi cuenta”. Y el equipo que le había quedado de su antiguo negocio lo reordenó en la sala de su casa.
“Para empezar, no tengo sala, ahora es una cocina”, ríe Elda, “tiene una barra enorme, como de dos metros y medio, puse un rack donde tengo todo el producto, cajas de almacén y un refrigerador súper grande; la vitrina la vendí porque jamás me cabría, puse repisas para poner todo el instrumental… estaba pensando que antes ni llenaba nada y ahora creo que ya se sobrepasó. En unos cuatro años más quisiera ampliar y tener mi espacio un poco más privado”.
Ahora dedica horas a la creación de cada pastel. Primero, investiga sobre lo que quiere crear, dibuja un boceto y prueba con colores y formas. Se ha concentrado en lo básico: le fascinan las frutas y verduras que se ven como si estuvieran en cualquier mercado.
“Hacer una naranja es todo un ‘show’ porque tú puedes hacer una bola redonda y naranja, pero darle el realismo no es fácil”, explicó Elda, “fui investigando sobre tendencias, cómo hacer estructuras, cómo hacer las facciones del rostro. Eso me llevó a encontrar que esto es lo que quiero hacer. Hay gente que va a querer otro tipo de pasteles y no me cierro a hacerlos, pero creo que encontré mi fuerte y es el realismo”.
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La repostería y las artes plásticas le vienen desde niña, afirmó. Siempre quiso un “micro-hornito” -un juguete para hacer pasteles- y después creció para querer ser chef o artista. No podía estudiar ambas licenciaturas al mismo tiempo, pero sí decidió combinarlas después.
“Tal vez la gente vea los pasteles y crea que son súper sencillos, bonitos y diga que tal vez me tardé bien poquito tiempo, pero, en realidad, son pasteles muy complejos, complicados”, afirmó Elda, “hornear no tiene ciencia, pero lo complicado es darles la figura, el moldeado, el rellenado y los rasgos que tienen”.
El pastel del plato de pozole le tomó siete horas de trabajo. Entre cada arreglo, debía meterlo y sacarlo del refrigerador por intervalos, por que el calor de Hermosillo no permitía dejarlo afuera por mucho tiempo. Mientras enfriaba el pastel, iba moldeando los pequeños “granos de maíz” hechos con chocolate o pintaba la “lechuga” hecha con una hoja de oblea detallada con colorantes comestibles diluidos en vodka.
Con la pandemia de Covid-19, temió perder su empleo, sin embargo, encontró en la situación una oportunidad de experimentar y lograr pasteles memorables para las personas que festejaron sus eventos en casa, con pocos invitados y no con las grandes celebraciones acostumbradas.
“Amo ver la cara de los clientes, que me manden un mensaje de ‘me encantó el pastel’ y que me recomienden me hace sentir plena y que estoy -por primera vez en tantos años- haciendo algo que realmente amo y me gusta; saber que mi cliente tuvo un buen pastel, que tuvo un día súper especial y que yo fui parte de ello”.
Un pastel y una persona no son lo mismo, pero, definitivamente, Elda se moldeó como la más grande de sus creaciones, afirmó.
“Soy una autodidacta”, sostuvo, “fui a la escuela, pero todo esto fue ver y practicar; si no me sale, practicar otra vez porque me tiene que salir. Quizás, lo aferrada que soy, me llevó a algo bueno”.
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Ahora da clases a otras mujeres emprendedoras de la repostería, con la intención de compartir lo que ella misma ha experimentado y aprendido.
“Siempre fui muy independiente, me fui joven de la casa de mis papás y mi proceso fue difícil; abrir y cerrar la pastelería, aunque a veces me ven y me dicen que lo hice muy rápido, pero me tomó nueve años llegar a conocerme, aceptarme y creer en mí, que es lo principal: es como el amor, si no te amas tú primero, ¿quién lo hará?”.
Por ello, quiere desarrollar su intención de compartir lo que sabe con más mujeres, hasta lograr contratar a todas aquellas hermosillenses talentosas que ha conocido, para formar una empresa juntas.
“En un futuro próximo, quiero tener mi propio estudio de pasteles, no tanto una pastelería tradicional con vitrina, sino una tienda donde entres y tengas la oportunidad de ver el proceso de los pasteles, a la gente que trabaja; me he rodeado de mujeres súper talentosas, buenas e inspiradas y siento que, más que un trabajo, podría crear una familia donde nos apoyemos para salir adelante y poder trabajar en comunidad entre nosotras para prosperar”.
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