Seguridad
Culiacán: un ángel presta ayuda en medio de la guerra del narco
Alejandro es un paramédico que atiende a las víctimas de la guerra entre criminales y autoridades que azota a muchas ciudades como Culiacán
CULIACÁN, Sinaloa. – Un conflicto invisible se vivía en la ciudad para esas fechas, nada grave a los que no prestaban atención, pero esa noche de aroma tibio estalló el conflicto en la zona norte de Culiacán: varios autos quemados y algunos heridos, una ambulancia abandonada y el rumor del rescate anónimo de una lejana lucha.
Alejandro platicaba en la sala de radio con el operador; una noche tranquila hasta entonces. Las llamadas comenzaron a llegar y eran reportes confusos de heridos y disparos en Culiacán, Sinaloa.
Una de esas llamadas venía de un joven que se identificó como paramédico, pero la prisa y temor que demostraba en su voz no obedecía el protocolo de identificación oficial. Sin embargo, salieron a donde indicaban todos los reportes sin saber que irían a las fauces de la guerra.
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Ese paramédico que llamó dijo que estaba herido, pero había alcanzado a irse de la zona de guerra. Alejandro iba de jefe de servicio y recibía indicaciones por la radio de la ambulancia. Los caminos que llevaban al destino lucían más solos y silenciosos de lo normal, como si algo quisiera avisarle que ese camino llevaba a la muerte.
Camionetas de investidura oficial venían a gran velocidad en sentido contrario a la ambulancia, un espectáculo de luces rojas y blancas que confundían a los paramédicos. Manos temblorosas se asomaban de las ventanas para avisar que siguieran adelante, que allá había heridos.
Alejandro miró al frente una hilera de camiones de asalto incendiados y un tremendo caos entre los sobrevivientes.
El socorrista concluyó rápidamente que esa lucha había sido diferente a las que había visto; los daños y destrozos correspondían a armas de gran poder. Algo grande pasó aquí, pensó.
Sin saber realmente qué era, Alejandro miró a dos guerreros de traje verde asomarse a su ambulancia. Por su caminar supo que estaban heridos y al ver manchas marrones escurriendo de sus brazos y piernas entendió que eran disparos.
Los dos hombres le indicaron a Alejandro que allá al fondo, detrás del fuego, había otra persona más con heridas graves en una ambulancia, que lo ayudara a él primero. El equipo de Cruz Roja se repartió y Alejandro fue a auxiliar al otro hombre.
Durante esos minutos de servicio los sentidos de Alejandro se adaptaban al sonido sordo del fuego carcomiendo el acero, la pólvora y el aroma de sangre esparcida en el suelo.
El paramédico se acercó a la ambulancia abandonada que correspondía a un lugar ajeno a esta ciudad. Se asomó a la puerta trasera y miró un hombre tendido que abrazaba su arma al igual que su vida.
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Alejandro comenzó a auxiliarlo mientras cortaba sus ropas verdes manchadas de sangre; el joven de tez morena y acento sureño tenía conocimientos de curaciones y medicina. Al tiempo que indicaba a Alejandro sus heridas le iba pidiendo materiales para su atención.
Cerca de cinco disparos repartidos en el cuerpo del herido le decían a Alejandro que debía trasladarlo rápido a un hospital; los orificios tenían entrada y salida en su mayoría, así que el paramédico debía controlar la hemorragia y mantener con vida al joven.
Mientras el caos continuaba afuera y la guerra se trasladaba a otro punto, el guerrero miró a Alejandro y le dijo: “compa, usted es un ángel”. Alejandro siguió asistiendo sus heridas con gran diligencia mientras pensaba en esa ironía ya que no se considera creyente.
Era el momento de irse pero todos se sentían vulnerables ante un potencial regreso de las fuerzas agresoras; unos guerreros heridos pedían histéricos que los llevaran a un hospital pero Alejandro impuso su calma y esperaron a otra ambulancia para trasladar a todos juntos.
Después de unas horas ya iban al hospital y Alejandro no se separó del guerrero herido que atendía. Lo mantuvo con vida hasta la recepción de urgencias y allí fue intervenido por médicos que apreciaron el gran trabajo de los paramédicos.
Alejandro trabajó bajo la adrenalina y no le dio tiempo a que el miedo lo paralizara y mientras esperaba indicaciones para moverse a la estación, recordó al paramédico que había llamado a la estación, quizás seguía afuera, herido, pero tras unos minutos preguntando por radio, dieron con él; estaba a salvo en un hospital.
La noche en que esa guerra se hizo visible dejó en Alejandro una marca que no olvidará y el recuerdo del joven herido a quien no le preguntó su nombre; para recordarlo, decidió identificarlo cómo él lo llamó: Ángel.
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