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El Extranjero

Los principios de política exterior en tiempos de la 4T

Los gobiernos de México utilizan la Constitución ya sea para validar decisiones en temas de política exterior por ejemplo

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Existe un mito en torno a la política exterior mexicana, el cual ha sido repetido tantas veces que ya se toma como una verdad incuestionable. Me refiero al carácter principalista de nuestra diplomacia.

De acuerdo con este mito, los principios tradicionales de la política exterior mexicana, consagrados en el artículo 89, fracción X, de nuestra Carta Magna, son los fundamentos que rigen nuestras relaciones internacionales, nuestras interacciones con otros gobiernos y nuestra participación en los distintos foros multilaterales.

Estos principios son: la autodeterminación de los pueblos, la no intervención, la solución pacífica de controversias, la proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales, la igualdad jurídica de los Estados, la cooperación internacional para el desarrollo, el respeto, la protección y promoción de los derechos humanos, así como la lucha por la paz y la seguridad internacionales.

En realidad, la política exterior de México, como la de cualquier otro país, es altamente pragmática y sus principios no son valores sacrosantos. Más bien, son instrumentos de los que se vale el gobierno en turno para legitimar, explicar y respaldar sus acciones en materia diplomática y de política internacional.

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No estoy diciendo que estos principios no sirvan o que carezcan de valor, mucho menos que sean una farsa. Lo que sostengo es que estos principios, más que fungir como guía para que el presidente en turno tome decisiones diplomáticas acertadas, funcionan como manto legitimador de dichas decisiones, las cuales responden a las necesidades, la agenda, los intereses y las posibilidades del gobierno mexicano en determinado momento.

En suma, el gobierno mexicano siempre ha utilizado sus principios de política exterior de manera pragmática e instrumental. Así, históricamente, los presidentes y los cancilleres han enarbolado tal o cual principio de política exterior, e ignorado algún otro, según sus intereses.

Además, los principios de política exterior no se han aplicado a rajatabla, sino que se han interpretado de diferentes formas en distintos momentos históricos.

Por ejemplo, desde el triunfo de la revolución cubana en 1959, los gobiernos priístas invocaban los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos para abstenerse o votar en contra de todas las resoluciones que criticaran la situación política o social de Cuba en el seno de las organizaciones internacionales, como la ONU o la OEA.

Sin embargo, en los gobiernos de Zedillo y Fox, el sentido del voto mexicano cambió, y nuestro país comenzó a votar a favor de las resoluciones que condenaban la ausencia de democracia y la endeble condición de los derechos humanos en Cuba.

Para legitimar el nuevo activismo internacional mexicano a favor de los derechos humano, cuya motivación era que nuestro país quería mejorar su imagen y sus relaciones con las democracias occidentales (principalmente, con Estados Unidos y la Unión Europea), se incorporó el principio de protección a los derechos humanos a la Constitución en 2011. Es decir, este principio no existía y poco o nada tenía que ver con la tradición diplomática de México, pero se incluyó en la Carta Magna para tener un instrumento con el cual legitimar las decisiones de política exterior en este sentido.

Aunque algunos criticaron a los gobiernos panistas por “inventar” este principio de política exterior, la verdad es que todos los demás también tienen un espíritu pragmático. Por ejemplo, los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos, responden a nuestra cercanía geográfica con Estados Unidos y a la historia de invasiones militares e injerencismo político que compartimos con ese país y con varias naciones europeas.

Es decir, para evitar que otros gobiernos se metieran en los asuntos internos de México y para blindarse de futuras intervenciones militares extranjeras, los gobiernos posrevolucionarios mexicanos invocaban estos dos principios. Los utilizaban como elementos discursivos en los foros multilaterales y en los intercambios diplomáticos para dejar en claro que ellos no opinarían sobre las decisiones de otros gobiernos ni se involucrarían en los asuntos políticos de otros países, por lo que esperaban el mismo trato de sus contrapartes a cambio.

En síntesis, la política exterior mexicana no es principalista; es pragmática. Desde el siglo pasado y hasta nuestros días, los mencionados principios no constituyen el eje de la toma de decisiones en materia de política internacional. La verdadera prioridad de la diplomacia mexicana es, y ha sido, mantener una buena relación con Estados Unidos.

Y no lo digo con un tono nacionalista, ni rasgándome las vestiduras. Al contrario, creo que no hay mayor muestra del realismo y el pragmatismo de nuestra política exterior a que ésta se centre en conservar una buena relación con Washington.

Somos vecinos del país más poderoso del mundo. Debemos actuar en consecuencia y obtener réditos de ello.

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Todo esto viene a cuento por el reciente rumor que sostiene que, a cambio de que Trump no declarara a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, López Obrador le pidió a Evo Morales que saliera del país.

Evo Morales se encuentra en Cuba, supuestamente, para someterse a un tratamiento médico. Pero varias notas periodísticas aseguran que ya no regresará a México, pues desde la isla partirá hacia Argentina para continuar su exilio político en ese país.

Esto sólo confirmaría que, como lo fue para las administraciones panistas y príistas, para el gobierno de la 4T, es más importante mantener una buena relación con Estados Unidos que cualquiera de los principios tradicionales de la diplomacia mexicana.

Por: Jacques Coste Cacho

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