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La Opinión

Las mañaneras AMLO le hacen sombra a la estrategia contra el Covid-19

Las mañaneras son usadas por Andrés Manuel López Obrador para dictar la agenda pública, pero no para articular una imagen sólida para frenar el Covid-19

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Jacques Coste

La errática respuesta del presidente Andrés Manuel López Obrador ante la crisis del coronavirus (Covid-19) ha puesto de manifiesto un problema general de su gobierno: el exceso de comunicación.

A primera vista, uno catalogaría como un signo de apertura y transparencia que el presidente comparezca ante los medios de comunicación cada mañana y que los altos funcionarios del gobierno federal estén en constante contacto con la prensa. No es así. Las mañaneras no son ejercicios de rendición de cuentas. Más bien, son el mecanismo que AMLO utiliza para dictar la agenda pública y acomodarla a sus intereses.

En tiempos de paz y estabilidad, esta estrategia funciona medianamente bien. En efecto, López Obrador ha tenido un alto nivel de control de los temas que se debaten en la esfera pública en lo que va del sexenio. 

En tiempos de crisis e inestabilidad, como el actual, esta estrategia genera problemas de diversa índole para quien la ejerce. Es decir, en el marco de la pandemia de Covid-19, el exceso de comunicación está mermando la capacidad de respuesta del gobierno federal y está menoscabando la credibilidad del presidente López Obrador.

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Los problemas derivados del exceso de comunicación se agravan cuando un personaje como AMLO está en el poder. ¿Por qué? Porque se dice y se desdice constantemente; porque tiene problemas para articular ideas claras y para expresar en palabras lo que está pensando; porque solicita a los miembros de su gabinete que expliquen puntos sobre los temas de su especialidad, pero los contradice casi inmediatamente, y, sobre todo, porque solamente sabe responder de tres maneras cuando se le presenta un problema o un escenario difícil a su gobierno: 

  1. A pesar de que este problema específico es grave, su gobierno está trabajando para solucionar el principal problema de México, que es la corrupción. Solucionando esa cuestión, se solucionarán todas los demás. 
  2. Atacar a sus “adversarios”, culparlos del problema o acusarlos de querer sacar réditos políticos de él. Esos “adversarios” son personajes enigmáticos y variopintos. Pueden ser “los conservadores”, “los fifís”, “la mafia del poder”, “los criminales de cuello blanco”, “los neoliberales” u otros. Prácticamente nunca puntualiza quiénes entran dentro de estas categorías y cómo están intentando beneficiarse del problema que enfrenta el gobierno.
  3. Desviar la atención del problema, para lo cual evade las preguntas que le formulan sobre un asunto en particular (por ejemplo, cuando lo cuestionaron sobre su estrategia de combate al huachicol y respondió con una reflexión acerca de si el término correcto es gasolinera o gasolinería), o bien, da algún anuncio importante para tratar de opacar la crisis (por ejemplo, cuando anunció que la venta de boletos de la rifa del avión presidencial iniciaría el mismo día del paro nacional de las mujeres). 

Tan sólo en la mañanera del 30 de marzo, López Obrador recurrió a estas tres fórmulas mientras hacía referencia a la crisis del Covid-19.

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Primero, acusó a “los conservadores corruptos” de quererlo enviar a cuarentena para poder tomar las riendas del país. 

Luego, intentó desviar la atención de la crisis de salud asegurando que el gobierno mexicano no recurrirá a las soluciones neoliberales de “congelar los salarios”, “hacer recortes de personal” o endeudarse con el Fondo Monetario Internacional para salir de esta crisis.

Finalmente, señaló que “erradicar la corrupción” es “la campaña principal”, pues, aunque el gobierno ejercerá acciones para combatir la pandemia, “la [cuarta] transformación no se puede detener”. 

En resumen, en términos de comunicación política, el escaso repertorio discursivo de AMLO para responder a las situaciones difíciles está siendo insuficiente para gestionar la crisis del Covid-19. 

Sin embargo, ése es el menor de los problemas del presidente. Sus errores de comunicación están poniendo en apuros a las autoridades de salud pública para enfrentar la crisis sanitaria que apenas comienza.

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En este rubro, la víctima principal del exceso de comunicación presidencial es el subsecretario Hugo López-Gatell, a quien AMLO designó como encargado de liderar la estrategia gubernamental frente a este enorme reto sanitario y como vocero para transmitirle a la sociedad las acciones del gobierno. 

En primer lugar, el que López-Gatell establezca ciertas medidas que la sociedad debe seguir para ralentizar la propagación del virus y AMLO sea el primero que las rompe pone en serios aprietos al subsecretario, pues lo orilla a buscar maneras de justificar las acciones de su jefe. Observamos la máxima expresión de este problema cuando el subsecretario aseguró que “La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.  Esto le hace perder credibilidad como supuesto especialista en epidemiología y salud pública. 

En segundo lugar, el que López-Gatell esté obligado a comparecer ante los medios de comunicación cada tarde lo ha expuesto a un desgaste innecesario. Por obvias razones, sus conferencias de prensa se han vuelto repetitivas y carentes de sustancia. Si no hay nada nuevo que informar, ¿para qué convocar a los medios de comunicación diariamente? 

En tercer lugar, la falta de información sobre el número de pruebas de Covid-19 que están realizando las autoridades mexicanas evita que estas conferencias de prensa satisfagan su objetivo de rendir cuentas y disminuye la credibilidad del gobierno federal. 

Además, tanto el propio AMLO como López-Gatell y muchos otros altos funcionarios han sido víctimas del exceso de comunicación en otro sentido: mientras más te expongas a los medios de comunicación, es más probable que caigas en deslices, incoherencias o contradicciones. Esto ocurre a diario con este gobierno.

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El exceso de comunicación de López Obrador es síntoma de uno de los errores más graves del actual presidente: la creencia de que hablar sobre los problemas del país es equivalente a solucionarlos. 

Para AMLO, no hay diferencias entre el terreno discursivo y el mundo real: decretar el fin de la corrupción es igual a erradicarla en la realidad, declarar que hay bienestar en el pueblo es suficiente para que los mexicanos vivan bien y asegurar que el gobierno federal está tomando todas las medidas para combatir el Covid-19 basta para frenar la pandemia. 

El gobierno mexicano contó con un activo valioso para mitigar los efectos de la pandemia: el tiempo. Tiempo para prepararse. Tiempo para observar las buenas prácticas de otros países, adaptarlas y replicarlas en el nuestro. Tiempo para reconvertir los hospitales y los centros de salud. Tiempo para imponer medidas estrictas de distanciamiento social con el fin de evitar los contagios.

El presidente López Obrador desperdició ese valioso activo dedicándose a hablar, hablar y hablar, y ni siquiera a hablar para exhortar a la gente a que permaneciera en su hogar, sino para alentarla a que siguiera en las calles; ni siquiera a hablar para sentar un buen ejemplo, sino para dar el peor de los ejemplos al decir “abrácense, no pasa nada” y al continuar sus giras dando apretones de manos, besos, abrazos y hasta un mordisco en el cachete de una niña y saludo caluroso a la madre del narcotraficante más infame de la historia de México.

Por Jacques Coste

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