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La Opinión

López Obrador, la historia y la esperanza en el porvenir

Cada vez es más notorio que el presidente Andrés Manuel López Obrador recurre a la manipulación del pasado para pasar a la historia

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Los gobiernos panistas también acudían con frecuencia a la historia.

“Un rasgo común de las sociedades cerradas del siglo XX, tanto de izquierda como de derecha, era la manipulación de la historia. Distorsionar el pasado es el mecanismo más viejo para controlar el conocimiento: si tienes el poder para interpretar lo que pasó (o puedes simplemente mentir al respecto), el presente y el futuro están a tu disposición”.

La cita es de Tony Judt, en su libro Pensando el siglo XX, una obra maestra. Viene a cuento porque el uso político de la historia es un sello distintivo del obradorismo. No es del todo nuevo.

Todos los presidentes y todos los gobiernos acuden a la historia nacional para justificar sus decisiones, legitimar sus acciones, fomentar el patriotismo, cohesionar a la sociedad y dotar de fuerza a su discurso.

Los políticos estadounidenses aluden constantemente a los padres fundadores al hablar del rumbo de país que debe tomar la Unión Americana o al discutir sobre la Constitución, la república o la democracia. Invocan a Abraham Lincoln y Martin L. King al debatir sobre racismo y a Franklin D. Roosevelt para justificar las políticas de bienestar social. Incluso, se apoyan en estas figuras para pedir el voto de los ciudadanos en las campañas electorales.

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Lo mismo hacen los políticos en las demás democracias avanzadas. En Francia, evocan constantemente episodios como la Revolución, la resistencia y la Ilustración.  En Reino Unido, las menciones a Churchill, como ejemplo, o a Chamberlain, como antiejemplo, son recurrentes.

Esto también ocurre en los regímenes no democráticos, como Cuba o Rusia. Basta con escuchar los discursos en torno a la Revolución en La Habana o con oír a Putin cada Día de la Victoria, cuando celebran su triunfo en la Gran Guerra Patriótica (para nosotros, Segunda Guerra Mundial).

En México, el uso político de la historia como mecanismo de legitimidad y detonador del orgullo nacional tampoco es nuevo. La hegemonía del PRI durante el siglo XX se cimentaba, en buena medida, en la historia: el partido tricolor encarnaba a la Revolución institucionalizada, por lo que todas las ideas, programas y políticas que impulsaba eran parte del legado revolucionario, y todo aquél que las cuestionaba era contrarrevolucionario.

Los gobiernos panistas también acudían con frecuencia a la historia. Recordemos los festejos del Bicentenario que impulsó Felipe Calderón.

Entonces, ¿qué tiene de particular el uso político de la historia del obradorismo? Lo novedoso está en el grado de manipulación del pasado en el que incurre el presidente López Obrador y en su afán, cada vez más notorio y desenfrenado, de pasar a la historia nacional.

Insisto, es normal que los líderes de todos los países se valgan de una interpretación a modo de la historia para beneficio de su proyecto político. Pero la manipulación obradorista del pasado rebasa los límites aceptables de esta práctica. Un buen ejemplo es cómo López Obrador, la no-primera dama y sus seguidores justifican el acoso gubernamental al periodismo crítico con el argumento de que Francisco I. Madero fue derrocado por culpa del asedio de la prensa. 

Historiadores serios, como Ariel Rodríguez Kuri, han documentando ampliamente que, en efecto, la prensa defensora del porfirismo fue férrea y hasta sucia con el maderismo, lo cual fungió como catalizador de su caída.

Una cosa es eso y otro asunto muy diferente es la burda simplificación de asegurar que los medios críticos tumbaron a Madero y argumentar que, para evitar que “la historia se repita”, hay que asediar, en las mañaneras, con las instituciones de gobierno y con un ejército virtual de golpeadores, a todos los periodistas y columnistas críticos de la actualidad. 

Todas las semanas encontramos ejemplos de sobresimplificación complementada por manipulación histórica en este gobierno.

Por ejemplo, AMLO cita recurrentemente a Lázaro Cárdenas y Adolfo López Mateos para justificar el nacionalismo energético, sin tomar en cuenta los cambios en el contexto energético mundial, tanto en materia geopolítica como en relación con las energías limpias y el desarrollo sostenible. 

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Asimismo, ha exigido en repetidas ocasiones que España y El Vaticano ofrezcan disculpas por “la conquista”, sin considerar que México es producto de ese proceso de mestizaje y fusión cultural, y sin ofrecer disculpas por la marginación que viven las comunidades indígenas de nuestro país, en parte, por la indiferencia gubernamental. 

López Obrador manipula, incluso, el pasado reciente. Ha posicionado al “fraude de 2006”, que jamás ha logrado acreditar, como uno de los momentos fundacionales de su movimiento político. 

Esta burda y constante manipulación del pasado se combina con la obsesión del presidente por sentarse junto a las figuras más prominentes de nuestra historia. Autodenomina a su proyecto político “cuarta transformación” porque lo equipara con “las otras tres transformaciones históricas” de México —Independencia, Reforma y Revolución—, con lo que compara su llegada al poder con esos tres procesos históricos. 

Retórica y simbólicamente, se coloca a la par de Juárez, Madero, Zapata, Morelos y compañía, de manera velada o explícita. En sus escritos y sus discursos, desde sus libros hasta sus cartas y conferencias matutinas, manifiesta que está en la presidencia para cumplir con la misión que —según él— insurgentes, reformistas y revolucionarios iniciaron, pero no consumaron: “arrancar la corrupción de la vida pública nacional”. 

Con esto, vuelvo a la cita inaugural de este texto. El movimiento obradorista vende esperanza: “Morena es la esperanza de México” o “tengamos esperanza en el porvenir”. Por eso, es tan poderoso.

Por eso, la aprobación presidencial no cae. Por eso, las bases obradoristas son inamovibles. Ahí radica la importancia de la historia para el obradorismo. Ya lo dijo Judt: “si tienes el poder para interpretar lo que pasó (o puedes simplemente mentir al respecto), el presente y el futuro están a tu disposición”.

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