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La Opinión

Andrés Manuel López Obrador controla la agenda pública como Carlos Salinas de Gortari

Carlos Salinas de Gortari fue el último presidente con un proyecto político claro y ambicioso para México hasta la llegada de Andrés López Obrador

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Decir que el presidente López Obrador controla la agenda pública es algo trillado. Todo mundo lo dice y todo mundo lo sabe. No obstante, con su convalecencia de la semana pasada, nos dimos cuenta de cuánta razón hay en ese dicho. 

Se percibió un vacío notable en la esfera pública nacional. Fue palpable lo abrumadora que es la presencia de AMLO en la discusión pública y en el espacio político de México. 

Pienso que ningún presidente ha acaparado tanto poder como López Obrador en tiempos recientes, con la posible excepción de Carlos Salinas de Gortari, durante sus primeros años de gobierno. 

Salinas también fue, quizá, el último presidente con un proyecto político tan claro y ambicioso para México hasta la llegada de López Obrador. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con esos proyectos, pero es claro que ambos arribaron al gobierno con una visión clara del futuro que querían para México y decididos a usar el poder presidencial al máximo para generar cambios estructurales en el país.

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Aquí vale la pena hacer un matiz: tener una visión de futuro clara no implica que habrá claridad en los mecanismos para materializar esa visión y tener mucho poder no implica que se usará con criterio y pragmatismo.

Salinas tenía mayor claridad en ese sentido, pues era pragmático, contaba con una habilidad política notable, con conocimientos técnicos muy sólidos y con un equipo destacado de colaboradores cercanos. Por su parte, AMLO también posee una astucia política innata, pero destruye sin saber qué va a construir para remplazar lo que demolió, plantea objetivos poco realistas para sus políticas y su gabinete es mediocre en términos generales. 

En lo que AMLO le lleva una clara ventaja a Salinas es en materia de comunicación. Más allá de la promoción del Programa Nacional de Solidaridad, el gobierno salinista no fue particularmente destacado en el rubro de la comunicación y él no era especialmente carismático ni un orador de altos vuelos. 

En tanto, AMLO es un fenómeno de comunicación política en sí mismo. Es un comunicador único en su tipo. No es un gran orador, pero tiene una habilidad muy particular para controlar la discusión pública desde las mañaneras. 

Desde ahí, dicta línea al gabinete y al Congreso, impulsa los temas prioritarios de su agenda, decreta quiénes son “los enemigos del pueblo”, refuerza su identidad popular y su vocación social, y siembra confusión e inquietud en la arena pública mediante mentiras y medias verdades.

Además, tiene un carisma difícil de medir o de palpar, pero es claro que mucha gente lo quiere genuinamente. No se trata solamente de la admiración o el respeto que generan algunos líderes políticos. Es una conexión profunda. Es un cariño auténtico y una fidelidad inamovible, con ciertos tintes épicos y de culto a la personalidad. 

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Por el mismo motivo, López Obrador encabeza un gobierno y un partido completamente personalistas. El único núcleo aglutinador de Morena se llama Andrés Manuel. La única voz autorizada para aprobar o rechazar decisiones políticas es la suya. 

A diferencia de lo que ocurría en el régimen priista, donde el gran poder del mandatario emanaba de la institución presidencial, ahora el poder procede directamente de la persona de AMLO, no de la institución. 

En suma, López Obrador y Salinas son parecidos en cuanto al inmenso poder que lograron aglutinar en poco tiempo, pero son muy distintos en cuanto a los mecanismos que usaron para ejercer ese poder, las agendas que impulsaron y sus atributos como gobernantes.  

El poder de Salinas se desmoronó hacia el final de su mandato por razones que vale la pena comentar en otro espacio. El poder de AMLO no ha hecho más que crecer en estos dos años de gobierno, pero aún queda el trecho más complicado del sexenio, en el que enfrentará desafíos de todo tipo. 

¿AMLO logrará mantener su hegemonía hasta el final del sexenio o sufrirá el mismo destino que Salinas? ¿Un gobierno personalista con políticas públicas erráticas y con pocos cuadros de peso será suficiente para consolidar el proyecto político del presidente? 

¿Su carisma y su gran habilidad como comunicador serán suficientes para mantener su hegemonía política o se trata de un fenómeno pasajero? ¿Cuánto puede durar el éxito de un gobierno que depende enteramente de su líder y el simbolismo que representa, pero que cuenta con pocos logros concretos y materiales? 

Estas preguntas siguen abiertas. El tiempo se encargará de contestarlas. 

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