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La Opinión

Vladimir Putin expande su poder en Rusia y el mundo

Vladimir Putin, presidente de Rusia, estará en el poder hasta 2036, lo que le permitirá permanecer en el Kremlin más tiempo que Iósif Stalin

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Vladimir Putin se propuso devolverle a su país el estatus de superpotencia.

Mientras el mundo se debate en una guerra sanitaria contra el coronavirus (Covid-19), uno de los personajes más poderosos del mundo consolida su permanencia en el poder y es el caso de Vladimir Putin, quien el 1 de julio de 2020 consiguió que los rusos respaldan su permanencia en el gobierno hasta el 2036 y contando.

Sería un error no reconocer que el presidente ruso volvió a colocar a su país en los primeros planos. Antes de su llegada al poder, Boris Yeltsin había sumergido a Rusia en una de las peores debacles de su historia, bajo la mirada paternalista de Estados Unidos, de hecho se fue por la puerta trasera y, al mismo tiempo, eso permitió la llegada del ex agente de la KGB en diciembre de 1999.

A Putin le quedaban tres años de su actual mandato, pero no se iba a quedar con los brazos cruzados para entregarle el poder a quién sabe quién, para que en un dos por tres desbarate todo lo que ha fincado en 20 años, mejor organizó e impulsó una reforma constitucional para abrirse camino otros 16 años más. Luego ya veremos.

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A través de toda una semana de votación (del 25 de junio al 1 de julio de 2020), al menos 70 por ciento de los rusos aprobó la reforma que le permite al moderno zar gobernar por dos períodos más. Quienes concurrieron a votar tuvieron acceso a rifas y premios de distinta naturaleza, como atractivo anzuelo para que la gente no dejara de concurrir a las urnas.

El reto era grande porque a diferencia de otros años la popularidad de Vladimir Putin venía decreciendo por su sistemático acoso a la oposición y a que los jóvenes rusos ya apuestan por un cambio de rumbo. Por supuesto que no son argumentos suficientes para el presidente de Rusia decline el poder, máxime que está a punto de volver a las cumbres de los países más poderosos del planeta (G7).

Vladimir Putin logró su cometido con una combinación de estrategias, como obligar a los empleados públicos a votar por el sí y una avalancha de publicidad favorable, mientras acallaba las voces disidentes. De hecho, el articulito de su reelección aparecía al final del texto, oculto detrás de toda clase de reformas populares y hasta populistas, como la indexación de las pensiones, la presencia de Dios en la Constitución y el reconocimiento exclusivo del matrimonio entre hombre y mujer. 

Ahora, el nuevo zar tiene el camino libre para seguir hasta 2036 al mando del país más extenso del mundo, con un poder prácticamente ilimitado, lo que le permitirá permanecer en el Kremlin más tiempo que el propio Stalin.

Putin se propuso devolverle a su país el estatus de superpotencia. Beneficiado por el repunte del petróleo tras la recesión de los años 90, fortaleció a las decadentes Fuerzas Armadas a la vez que instauró un plan de gobierno más cercano al autoritarismo que a la democracia. 

Como describe la periodista Catherine Belton en su libro La gente de Putin: “Cuando llegó al poder, lo hizo diciendo que no era más que un gerente contratado. Pero luego se convirtió en el accionista que controla toda Rusia”.

Putin lanzó su potencializado Ejército contra los separatistas de Chechenia, que ya lo habían humillado en la era de Yeltsin, y logró su objetivo de instalar en esa república un gobierno que obedeciera a Moscú. También monopolizó sectores como el petrolero y el energético en aras de fortalecer su proyecto a toda costa.

El lado oscuro del prolongado mandato de Putin contempla también el cierre de periódicos y estaciones de televisión de la oposición, encarcelamiento, exilio y asesinato de rivales políticos y económicos, así como el restablecimiento del dominio de un solo partido en el Parlamento y los gobiernos regionales. 

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En 2008, cuando terminó su segundo periodo consecutivo, puso a un títere como presidente a  Dmitri Medvedev, pero se mantuvo en el gabinete como primer ministro. Durante los cuatro años de su incondicional, Putin manejó los hilos del país en la sombra, y aprovechó para mover una de las fichas clave para eternizar más adelante su permanencia en el Kremlin. 

Recién llegó a la presidencia, Medvedev realizó varias enmiendas a la Constitución, entre ellas una para aumentar el mandato presidencial de cuatro a seis años. Y en 2012, con su popularidad intacta, Putin regresó para comenzar su tercer periodo presidencial y el periodo que lo consolidaría como uno de los hombres más influyentes del mundo.

Luego de controlar a su gusto el interior de Rusia, comenzó a proyectar su influencia fuera de sus fronteras, casi siempre con métodos inmorales. Aprovechó todas las luchas democráticas de los últimos 20 años, como el exitoso impulso de Kosovo por la independencia en 2008, las protestas que desencadenaron la guerra civil en Siria en 2011, las protestas de la plaza Bolotnaya en Moscú en 2011 y 2012 o el levantamiento de Maidán en Ucrania, en 2014, con el fin de alimentar la idea de que enemigos externos amenazaban los legítimos intereses rusos. 

Pero si algo encumbró a Putin fue la anexión de Crimea hace más de seis años, ha sido uno de los objetivos estratégicos de Rusia a lo largo de la historia. La anexión representa para Moscú un mayor control en el suministro de gas y más presencia en el Medio Oriente, esto derivó en el enojo de Occidente y en el bloque económico de la Unión Europea. Pero el presidente ruso ha sabido sortear eso y más. 

Hoy Moscú es el enemigo número uno de las democracias liberales de Occidente. Ya lo demostró en las elecciones de Estados Unidos en 2016, cuando prácticamente puso en la Casa Blanca a Donald Trump y con el apoyo al Brexit en Reino Unido, lo que provocó un sismo en la Unión Europea que hasta el día de hoy no se puede arreglar.

Una investigación de The Washington Post asegura que la influencia rusa ha llegado peligrosamente al terreno de la guerra. El medio asevera que el Departamento Central de Inteligencia ruso les habría ofrecido dinero a los talibanes por cada soldado muerto de Estados Unidos y la OTAN en Afganistán. 

El ministro de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, aseguró que “este simple rumor muestra claramente la escasa inteligencia de los servicios secretos estadounidenses que han inventado esta tontería sin sentido, en lugar de idear algo más plausible”. 

Pero que Donald Trump haya pasado por alto este tema demuestra la influencia que Putin ejerce sobre el magnate inmobiliario. 

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Pero quedó en claro que, aun conociéndola, el magnate prefirió ignorarla por la extraña relación que sostiene con su par ruso. 

Joe Biden, virtual rival demócrata en las elecciones presidenciales de noviembre escribió en Twitter que, al desconocer los dineros ofrecidos desde Moscú a los talibanes: “Trump sigue rindiendo un vergonzoso homenaje a Putin”.

Los alcances máximos de Putin todavía están por verse, pues le queda un buen trecho en el poder. Baste con señalar que en América Latina, tiene una base que no ha explotado al máximo, Venezuela, país con el que frecuentemente Rusia realiza prácticas militares y que ha financiado en más de una ocasión para mantener a flote el gobierno de Nicolás Maduro.

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