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El Extranjero

Putin es el zar que no quiere abdicar

El presidente de Rusia, Vladimir Putin, está obligado por ley a dejar el Kremlin en 2024, pero ya inició el camino para seguir controlando el poder

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El presidente de Rusia, Vladimir Putin, inició la semana pasada a preparar el camino para seguir controlando el poder en su país, al más puro estilo de los zares, porque está obligado por ley a dejar el Kremlin en 2024.

Putin anunció la mayor reforma política de los últimos 25 años, pero dejó sin responder la pregunta más importante. ¿Cuál será su papel en el futuro orden político de Rusia?

¿La del zar paternalista o autócrata comunista que no puede dejar solo a su pueblo o la del mandatario que guiará la transición en la sombra?

Antes de ser presidente, Putin fue nombrado, 25 de julio 1998, jefe de los servicios de inteligencia, el FSB, sucesor del KGB soviético al cual se había incorporado en 1975.

Un año más tarde se convirtió en el primer ministro de Borís Yeltsin. En octubre ordena la intervención de las tropas rusas en Chechenia contra los separatistas. Cuando su jefe renuncia el 31 de diciembre 1999, es designado presidente interino.

El 26 de marzo 2000, fue  elegido presidente en primera vuelta y reelegido en 2004. Al no poder ejercer más de dos mandatos presidenciales consecutivos, en 2008, hace que su primer ministro, Dmitri Medvedev, sea elegido como su sucesor y él asume el cargo de jefe de gobierno.

Lo importante era permanecer en el primer círculo de poder, solo cuatro años después y con un Medvedev completamente desdibujado, se convierte nuevamente en 2012, en mandatario tras ser reelegido en primera vuelta para un mandato extendido a seis años.

En lo que coinciden todos los analistas es que Putin no renunciará a su posición de liderazgo forjada durante los últimos 20 años y que es aceptada a querer o no por toda la élite política rusa. Puede que no permanezca en el Kremlin después de 2024, pero sean quienes sean los futuros dirigentes rusos deberán rendirle pleitesía y seguramente pedirle consejo.

Putin dijo que llegó el momento de revisar el superpresidencialismo ruso, prometiendo reducir las prerrogativas del jefe de estado y aumentar las del Parlamento que designará al primer ministro.

Los expertos dicen que quiere restringir los poderes presidenciales en coincidencia con su salida del Kremlin, mientras se prepara para un nuevo cargo.  “Creo que Putin seguirá siendo la figura principal en Rusia, como lo ha sido durante los últimos 20 años”, le dijo la agencia francesa Afp la experta rusa Maria Lipman.

Algunos imaginan a Putin como el árbitro supremo, por encima de la refriega política con una posición a medida, como lo hizo Nursultan Nazarbayev en Kazajstán al convertirse en 2019 en una especie de padre de la Nación, dejando la presidencia a un allegado obediente.

Putin podría, por ejemplo, mantenerse como jefe del Consejo de Estado –un cuerpo político reforzado por su reforma constitucional– y además del poderoso Consejo de Seguridad. O podría encarar algo completamente diferente, todo dependerá de como decida mover los hilos de poder.

A pesar de una popularidad de alrededor del 70 por ciento –una de las mejores en el mundo–, Putin sabe que la erosión y las nuevas generaciones amenazan su poder tras 20 años de ejercicio. Una “demanda de cambio ha surgido claramente dentro de la sociedad”, dijo el mandatario ruso durante más reciente discurso ante la élite política rusa.

Moscú fue escenario durante el verano de 2019 del mayor movimiento de protesta ruso desde el regreso de Putin al Kremlin en 2012, que había abandonado provisoriamente para ser primer ministro, debido a la limitación de mandatos presidenciales.

Lee: Putin propone cambios a la Constitución y todo su gabinete renuncia

En septiembre de 2019, el partido pro presidencial, Rusia Unida, era tan impopular que sus candidatos en las elecciones locales de Moscú se presentaron bajo “el cobijo de otros partidos”.

En 2021 están programadas elecciones legislativas y Rusia Unida, según encuestas, tiene el respaldo de un tercio de votantes, lejos de 54 por ciento obtenido en los comicios de 2016.

El leal primer ministro Dimitri Medvedev, en el cargo durante ocho años, vio su popularidad estancarse entre 30 y 38 por ciento. Pero el nombramiento de otro jefe de gobierno, significa un nuevo comienzo. Y Mijail Mishustin, jefe del Servicio de Impuestos Federales, es un desconocido, pero no un recién llegado.

A los 53 años, se le considera un alto funcionario particularmente eficiente y defensor de la digitalización. Fue capaz de transformar la oficina recaudadora de impuestos, una burocracia esclerótica y corrupta, en un órgano eficiente y temido.

Además, con este perfil más tecnocrático que político, no aparece como un posible sucesor y menos como rival. De hecho, muchos consideran al ya nuevo primer ministro, Mijaíl Mishustin, un hombre de paja.

“Su nominación como primer ministro apunta a tener una jefatura de gobierno basada en la eficiencia y centrada en la agenda nacional”, señaló en Twitter Dmitri Trenin, director del centro Carnegie en Moscú.

En su discurso del pasado miércoles el jefe de Estado estableció objetivos complejos: enriquecer a los rusos, detener la crisis demográfica, modernizar el país. Y todo antes de 2024.

Con alto prestigio

El jefe del Departamento de Politología y Sociología de la Universidad Plejánov de Moscú, Andréi Koshkin, comentó que “al día de hoy la gestión de Putin, sobre todo en política exterior, es muy valorada. Muchos querrían que el potencial acumulado durante estos 20 años se siga aprovechando en un futuro.

Y para muestra un botón, en marzo 2014, Putin anexiona la península ucraniana de Crimea tras su ocupación por tropas rusas y un referéndum considerado ilegal por la comunidad internacional. Rusia se convirtió en el primer país de este nuevo siglo en quitarle territorio a otra nación.

Además en septiembre 2015 proporcionó apoyo militar al régimen del presidente sirio Bashar al-Asad, quien lucha con los rebeldes opositores –apoyados por Estados Unidos– desde hace casi nueve años para que renuncie al poder. 

El caso es que Putin tiene varias opciones. Podría seguir la senda marcada por el histórico dirigente chino Deng Xiaoping. Deng abandonó su último cargo en 1989 después de la Matanza de Tiananmen, pero los chinos siguieron considerándole el auténtico líder del gigante asiático hasta su muerte en 1997.

Precisamente, fue él quien impulsó las reformas económicas y el retorno de Hong Kong a su redil. Puede asumir la jefatura del gobierno una vez entren en vigor las nuevas reformas constitucionales, pues será la Duma (Cámara baja del Parlamento ruso) la que nombre al primer ministro.

De hecho, un hombre muy cercano al Kremlin, el viceprimer ministro Vitali Mutkó, aseguró que el Consejo de Estado formará parte del poder Ejecutivo. Eso es lo que hizo recientemente uno de los dirigentes postsoviéticos más respetados por Putin, el primer presidente de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev.

Después de 30 años en el poder, renunció a la jefatura del Estado, pero no se retiró, ya que desde marzo pasado dirige el Consejo de Seguridad -órgano que asesora al presidente en materia de política militar y de seguridad- por lo que sigue marcando el destino del país.

Tiene el futuro en sus manos

“Putin es un gestor poco eficiente, pero un talentoso demagogo. En Rusia no habrá parlamentarismo, lo que habrá es absolutismo. La Duma no ha recibido grandes poderes y siguen apareciendo nuevas estructuras ejecutivas”, declaró en una entrevista  Ruslán Jasbulátov, presidente del Parlamento.

Sonaban muchos nombres para suceder a Putin en 2024 –el dimisionario primer ministro, Dmitri Medvédev; el alcalde de Moscú, Serguéi Sobianin, e incluso el extitular de Finanzas y actual presidente del Tribunal de Cuentas, Alexéi Kudrin– pero él ha optado por el secretismo. Sigue sin elegir a su nuevo delfín, a su sucesor.

Esa es la principal crítica que le hacen hoy muchos columnistas a Putin en la prensa local. En vez de allanar el camino para una transición indolora, en la que una nueva generación de políticos asumiría las riendas del país, Putin conserva su influencia y demuestra que el sistema político no puede funcionar sin su arbitraje.

De paso, Putin debilitó la figura del primer ministro, que dependerá de la aprobación de la Duma, y la del Presidente, que no podrá ejercer más de dos mandatos de seis años cada uno.

“Lo que hemos escuchado…es simplemente el cambio en la forma de manipulación, que no funcionará sin Putin. Es una idea mala e inviable para el traspaso del poder”, señaló Gleb Pavloski, antiguo asesor del Kremlin.

Lo que pasó desapercibido para muchos es que Putin también llamó a incluir en la Constitución un artículo en virtud del cual los tratados internacionales no serían cumplidos por Rusia si su contenido se contradice con la Carta Magna o viola los derechos de los ciudadanos.

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Dicha propuesta fue interpretada como un reforzamiento del aislamiento del país en el marco de la mentalidad de fortaleza asediada que ha cundido en este país desde la anexión de Crimea (2014), que provocó una andanada de sanciones occidentales.

El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, intentó explicar que no es una “situación excepcional” y que dichos artículos existen también en Alemania y el Reino Unido, y recordó que en Estados Unidos el derecho internacional es algo secundario.

Lo que es innegable es que Putin sigue siendo el hombre fuerte de Rusia, el cazador de osos, el pescador, el jugador de Hockey, amante del automovilismo, del judo, del esquí, del buceo y del senderismo, pero sobre todo, es el político que a colocado a su país como un protagonistas de las principales decisiones en el plano de la geopolítica mundial.

El zar Putin le devolvió a Rusia la etiqueta de potencia mundial que parece había perdido durante el gobierno de Borís Yeltsin.

Por: Alfonso López Orrante

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