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Barba Azul es el cabaret que se niega a morir en la Ciudad de México

Ubicado en la colonia Obrera, ha permanecido fiel a lo que fue, con su historia y sus inquietantes figuras en las paredes

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Foto: Barba Azul

En las noches del otrora Distrito Federal, los cabarets o salones de baile tuvieron su apogeo; historias y mitos que se han contado en novelas y películas, y actualmente, en la Ciudad de México algunos, como el Barba Azul, luchan por sobrevivir a la pandemia y la consecuente crisis económica, la clientela aunque escasa, aún busca evadirse al ritmo de la música.

Junto con el Balalaika, mejor conocido como El Bala, el Barba Azul sobrevive en la colonia Obrera, entre varios que existieron en esa zona de la alcaldía Cuauhtémoc que iba de la Diagonal 20 de Noviembre a la glorieta del Tío Sam, que se llamaba así por un centro nocturno que estaba ahí con ese nombre y que ya desapareció.

El Ratón fue el primer negocio en caer, se ubicaba en el Eje Central y ahora es una funeraria, luego cerraron sus puertas El Molino Rojo, El Quinto Patio, El Caballo Loco, La Burbuja o La Burbu, que terminó convertida en una distribuidora de llantas, antes de que dejara de funcionar El Mocambo ya no abrió sus cortinas El San Francisco o San Pancho.

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Aunque no era un cabaret precisamente, el Salón Colonia, con sus dos caras monumentales de negritos que franqueaban su escenario, era el favorito de los aficionados y expertos en bailar danzón.

Sin embargo, el Barba Azul, o El Barbas, se aferra a la vida y sigue en servicio y, aunque en algunas ocasiones le han puesto sellos de clausura o suspensión de actividades, permanece para que sus clientes y nuevos visitantes recuerden como eran los centros nocturnos de la zona que proliferaron ahí en el siglo pasado.

Junto a la puerta de acceso hay un zaguán de fierro de color azul y en el que está pintada la faz del terrible Barba Azul, un feminicida que vivió entre 1400 y 1440, que enamoraba a las mujeres, a quienes encerraba en su castillo y finalmente eran asesinadas. El rostro es el de un hombre maduro de mirada penetrante, su peinado cae en un pico sobre su frente, sin faltar la barba azulada.

Luego está la marquesina que anunciaba el grupo que iba a tocar durante una temporada, como sería Son Inmensidad, y la fachada simula las torres de un castillo, como el mismo donde el terrible asesino europeo de mujeres recluía a sus víctimas.

A la entrada, los anuncios de rigor por medio del cual aclara que en ese lugar no se discrimina o que no pueden pasar menores de 18 años ni policías uniformados; tras de que el portero revisa al cliente, a fin de verificar que no porte armas o quiera meter a escondidas una botella.

El lugar siempre en penumbras, con su pista al centro rodeada de mesas y a un lado de la entrada el dueño del lugar colocó la barra, en la que no hay servicio porque toda bebida es servida donde se siente el comensal.

A quien entraba por primera vez al local le sorprendían las figuras en relieve que adornan sus paredes, como en el exterior, la efigie principal: el rostro del sádico feminicida Barba Azul, también había imágenes de mujeres en minifalda y otros personajes alumbrados con focos de luz fluorescente y que si uno volteaba a ver repentinamente parecían de seres de carne y hueso.

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El local tenía dos plantas, en la baja estaba el salón principal con su pista de baile y las mesas que, en lo que llegaba la clientela, eran ocupadas por ficheras con el uniforme de rigor: minifalda, algunas con medias negras, caladas o color natural, escotes provocativos, con sus rostros pintados exageradamente y peinadas con laca.

Cervezas no se venden en ese local, solamente se ofrecen cubas de bacacha blanco con coca cola, o ese refresco con brandy, para los muy exigentes whisky y sólo los valientes se atreven a tomar vodka tonic o tequila, porque raspan la garganta y a los tres tragos el bebedor ya está borracho.

La parte de arriba también tenía también su pista, aunque más chica, para bailar, pero era muy socorrida por clientes y la acompañante en turno, porque tenía gabinetes y para subir a ella había dos escaleras, una a cada lado de la pista, pero últimamente esa parte ya no daba servicio y la clientela solamente era atendida en la planta baja.

El terremoto de 1985, la proliferación de los table dance o despachos contables, la crisis económica y otros factores llevaron a la extinción de los cabarets de rompe y rasga, aunque el castillo del Barbas está aferrado a la vida.

Luego, la pandemia por Covid-19 les dio otro golpe. Cerraron por casi dos años ante las restricciones sanitarias para evitar contagios y regresaron apenas el mes pasado.

Uno de los eventos que revivió con la reapertura fue la noche de ficheros. La edición 18 de esta actividad, y también la primera luego de la pandemia, se organizó el fin de semana pasado.

“Quien compre la ficha manda”, es la comitiva con la que Luis, Alexander, César, Saúl, Jonathan y tres hombres más trabajan la noche del viernes.

Entre las clásicas luces neón destacan dos mesas por el brillo que detonan las camisas blancas. Ahí los ficheros esperan que los llamen al servicio: 20 pesos por cada baile, el que el cliente pida, y sólo hasta las 2 de la mañana. Luego son libres de seguir el ritmo de la música como deseen.

Lucy es quien se encarga de vender las fichas. Lleva más de 10 años trabajando como fichera en el Barba Azul y sabe cómo convencer a las personas pues su carisma envuelve a cualquiera que platique con ella, pero en esta ocasión su atención está centrada en las mujeres.

Recorre las casi 50 mesas del lugar con la billetera en mano mientras los ficheros no se mueven de sus mesas: ahí platican de sí mismos, del baile y algunos sobre la experiencia pues se trata de su primera vez en el evento.

Lucy los conoce y se encarga de presumir los dotes de baile que tienen sus compañeros, se los cuenta a las mujeres, pero también lo hace con cualquier persona interesada en la ficha. Confiesa que aunque tiene el control de esa noche, para ella es más fácil convencer a los hombres de que le compren una copa y luego bailen con ella.

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La primera canción con la que se estrenan los ficheros es Cañonazos, de la Sonora Matancera, pues Karina fue la primera clienta de la noche. La pareja es la única que toma la pista.

La orquesta sigue con El Sofá, de Daniel Santos y se suman otras parejas. Pero Idilio, de Willie Colón, convence a quienes aún estaban sentados en sus asientos a dirigirse al centro del cabaret.

Para Alexandro, uno de los ficheros primerizos, fue una experiencia de cuestionar privilegios.

“Gracias por crear esta plataforma. Ni por asomo vivimos lo que viven las ficheras en una jornada por mil razones, sin embargo, presentarte ante la oportunidad de cuestionar lo establecido siempre genera aprendizaje”, contó.

Lucy los aconsejó toda la noche tal como lo hiciera doña Olga, mejor conocida como La Mami, con las acompañantes. La Mami fue protagonista del documental que lleva su apodo sobre el espacio de confianza en al que se convirtió el Barba Azul.

“Ellas no están ahí nada más por gusto, tienen una razón. En realidad este es un trabajo como cualquier otro, cada quien tiene sus límites y pone su tope hasta dónde quiere llegar”, confesó Olga hace un año.

El lugar inspiró para ser escenario de películas, como Cayó de la gloria El Diablo (José Estrada, 1972), protagonizada por Ignacio López Tarso, quien encarnó a un pobre diablo enamorado de Claudia Islas y una noche va a buscarla a ese sitio para verla bailar en un escenario rodeado de esas figuras en relieve.

Manuel Cosme | El Sol de México

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