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El Museo Memoria y Tolerancia destaca la importancia de la memoria histórica

Recuerda el Día Internacional de Conmemoración del Holocausto y a sus víctimas

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Foto: Cortesía MMT

Era el año de 1933, el régimen nazi tomaba el poder, mediante elecciones controló el Parlamento Alemán y a través de negociaciones y muestras de poder, a Adolph Hitler se le nombró canciller. Un cargo que no requería de elección popular, sino que era definido por el entonces presidente Paul von Hindenburg.

Hitler aprovechó el pobre estado de salud del presidente, la mayoría de su partido y sus aliados en el parlamento para volverse el actor principal de la política alemana. Al morir Hindenburg en 1934, Hitler no tenía una oposición capaz de retar sus decisiones políticas.

Mientras que en el plano interno Hitler creó una identidad excluyente, a la que llamó arios, intentó homogeneizar a la población, atentando contra toda la diversidad de Alemania. Los opositores políticos fueron los primeros perseguidos y enviados al primer campo de concentración, Dachau, abierto en marzo de 1933.

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Mientras tanto, el primer grupo vulnerable perseguido y violentado, hasta buscar su desaparición como una política estatal, fueron las personas con alguna discapacidad que fueran alemanes. Primero buscaron y lograron una esterilización masiva y posteriormente, el asesinato.

Entre las poblaciones perseguidas se encontraron los testigos de Jehová, porque se negaban a empuñar las armas y a asesinar a otras personas, y no se doblegaron ante Hitler; las personas homosexuales, aunque también se persiguió a otras personas de la diversidad sexual, pues los consideraban “corruptores de la sangre”; a los roma y sinti, que conocemos como gitanos; a los eslavos; a los prisioneros de guerra… pero no hubo una política de exterminio y desaparición como aquella que existió contra la población judía, primero la de Alemania y posteriormente la de todos los territorios conquistados y ocupados.

Aunque desde 1933 se persiguió y violentó a la población judía, y en 1935 se legisló en Alemania negándoles sus derechos y despojándolos de su ciudadanía, en 1938 la violencia se volvió generalizada, como muestra la Noche de los cristales rotos.

Desde 1919, Hitler había hablado de la remoción de la población judía de Europa, como un eufemismo, pero en 1941 definió una política con la clara intención de la destrucción total de ese pueblo y entre 1941 y 1942, Herman Göring y Reinhard Heydrich la operacionalizan. Hay que tener en cuenta que, aunque la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto suceden al mismo tiempo, son dos procesos separados y no deben confundirse.

Las consecuencias del Holocausto las conocemos, más de seis millones de judíos asesinados o muertos por conexión directa con estas acciones y políticas. Cuando Raphael Lemkin acuñó el término genocidio, pensó en los armenios, un pueblo que había vivido una intención parecida a manos del Imperio Turco Otomano, pues cuando Hitler lanzó una de sus campañas militares, dijo “quién se acuerda hoy de los armenios”, pero pensó también en aquel momento en el presente de los judíos y como hacia adelante, no debería permitirse este tipo de acciones y como habría que salvaguardar la diversidad que como humanidad nos compone, pensando principalmente como grupos protegidos en la nacionalidad, la etnia, la raza y la religión.

Aunque en los juicios de Nuremberg, que juzgaron a los principales líderes nazis no se enjuició a nadie por genocidio, los principios recogidos del tribunal, junto con la memoria de lo acontecido y las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, dieron pie a un nuevo sistema de Derecho Internacional.

Dicho sistema está sustentado en pilares como la Organización de las Naciones Unidas, una organización que salvaguarda la paz y la seguridad internacionales e intenta evitar el flagelo de la guerra, además de que coordina acciones políticas, económicas, sociales y culturales a nivel internacional; la Declaración Universal de los Derechos Humanos,como un instrumento que guía el deber ser de los Estados y los seres humanos, como un horizonte de sentido, y que define que todos los seres humanos nacemos libre e iguales en dignidad y derechos; y por otro lado, un instrumento punitivo, que busca disuadir y también castigar a quienes cometan el crimen de crímenes, el genocidio.

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Así pues, cada 27 de enero rememoramos lo acontecido, pero también reconocemos el largo camino que nos falta por recorrer en torno a la no discriminación y a la erradicación del odio; por último, movilizamos esta memoria, para construir una contención, que evite que estos hechos puedan volver a ocurrir.

Dr. Adán García Fajardo* / El Sol de México

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