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Un viaje a dónde murieron los más pesados del crimen en Sinaloa

En Culiacán, cada día aparecen las huellas de la violencia y no se sabe cuántos altares hay dedicados a los líderes del Cártel de Sinaloa

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La ciudad está inundada de cenotafios para recordar a los muertos en balaceras y en accidentes.

CULIACÁN, Sinaloa. El cenotafio levantado en memoria de Édgar Guzmán Salazar, hijo del narcotraficante Joaquín El Chapo Guzmán, es de los más visitados por aquellos turistas que se sienten atraídos por conocer las huellas que ha dejado la violencia en Culiacán, Sinaloa, una de las razones por las que han incrementado los narcotour.

“Hay una combinación de tumbas, las que recuerdan que murieron por accidente y otros a balazos. Las más visitadas, las que nos piden los turistas, es a donde mataron al hijo del chapo, y ahora nos piden también que les demos una vuelta donde fue la balacera del Ovidio, también hijo del chapo”, señala el taxista Rafael, quien se ha convertido en guía del narcotour.

El cenotafio de Édgar Guzmán Salazar y de los dos jóvenes que también ahí fueron ejecutados: César Loera Guzmán, sobrino de El Chapo y Arturo Meza Cázares, tiene la frase “siempre los amaremos”, se encuentra en el estacionamiento de la plaza comercial City Club, por el bulevar Universitarios de la capital de Sinaloa.

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Es una cruz de hierro y cantera que llama la atención ya que desde que fue asesinado en mayo del 2008, muy seguido luce flores frescas, en Navidad se llena de flores de nochebuena y en los cumpleaños de su nacimiento y deceso, es adornada con globos y vistosos arreglos florales.

En Culiacán cada día aparecen las huellas de la violencia, no se sabe a ciencia cierta cuántos altares adornan la mancha urbana, sin embargo, a diario aparece un nuevo cenotafio aquí, otro allá como una llaga que nunca cicatriza para la familia de los deudos y de la misma sociedad.

De acuerdo a ambientalistas y a estudiosos, hay más de cinco mil monumentos sembrados en la capital del estado en memoria de los que fueron ultimados por mafiosos o fallecieron de manera trágica en una calle, avenida, parques, estacionamientos y camellones.

Detallan que, si la gente se atreviera un día a contar los epitafios que hay en la ciudad, quizá tomaría conciencia de que con estas manifestaciones estropean el entorno y la psiquis de las personas, precisamente porque a cada paso que damos nos recuerdan la muerte.

El taxista quien ofrece narcotour, advierte que, si a los deudos de los que murieron en esa balacera, se les ocurre poner un epitafio por cada uno, una gran parte de la ciudad se llenaría de estos monumentos.

Si en Guanajuato existe el callejón del beso, en Culiacán, Sinaloa, existen las calles de las ejecuciones, esa es la realidad y así se los narro a los visitantes, asegura el chofer.

“La gente que nos visita, no pregunta por un evento cultural, no, siempre, algunos por curiosidad y otros porque quieren saber más, nos piden un tours “narco” por la ciudad, incluso, me llamó la atención que una familia que nos visitó, me pidieron que les hiciera un recorrido por donde estuvieran las “tumbas” de los más pesados, me llamó la atención, porque quien lo pidió fue un niño de apenas diez años”, señala y aclara que les dio un narcotour por la ciudad y luego los llevó al panteón Jardines del Humaya.

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En 2013 autoridades municipales trataron de acabar con los cenotafios, ofreciendo que, en lugar de esos pequeños monumentos, se pusieran placas con el nombre, fecha de nacimiento y fallecimiento, es decir, recordarlos con discreción, sin embargo, quedó solo en buenas intenciones.

“La ciudad, es también un encuentro de sentimientos”, sentencia el activista social, Óscar Loza Ochoa y que en el 2013 cuando era regidor propuso retirar los cenotafios para qué Culiacán no se convirtiera en un cementerio y siete años después, vemos que casi en cada esquina hay un cenotafio.

Propuso y propone que haya un lugar en Culiacán, Sinaloa, donde todos podamos ir no solo a llorar a nuestros deudos sino para que haya expresiones de solidaridad de toda la sociedad.

“El retiro es para dar la imagen de una ciudad tranquila, para que la gente que nos visita de fuera no las vea”, explicó el ex alcalde Aarón Rivas.

También se presentaron iniciativas en el Congreso del Sinaloa, pero algunas ni siquiera fueron ratificadas.

Así las calles se fueron llenado de esos pequeños altares, atrás quedaron las paredes garabateadas de grafitis para dar paso a un paisaje apocalíptico, adornado con pequeñas obras arquitectónicas en forma de criptas, cruces, mantas con fotos del fallecido, o la fallecida, leyendas de amor, recuerdos, flores, veladoras y hasta armas.

Las criptas están diseminadas desde una colonia popular hasta una zona residencial, porque los asesinatos o accidentes no distinguen raza o religión.

En la colonia siete gotas, por una rúa, que al parecer no tiene nombre, se encuentra una vieja cruz con las iniciales RR, el camino es agreste, no hay flores, solamente un montón de piedras adornan el epitafio.

“La costumbre es muy vieja. Cada vez que pasa una persona por el lugar donde murió un alma, se deposita una piedrita como signo de respeto, o que se le brinda una oración para su descanso eterno”, cuenta doña Micaela con 80 años de edad, recuerda que esa cruz tiene muchos años.

“Ahí está desde que yo recuerdo, luego Culiacán se fue llenando de cruces, y eso, está muy feo, cómo poner una lápida donde murió, para eso, está el panteón, entonces, quiere decir que cuando una persona se muera en un hospital, pues ahí también hay que ponerle una cruz”, señaló.

La señora asegura que con todo esto el miedo no existe en Culiacán como mucha gente de fuera se lo imagina.

“Aquí la vida no se detiene, ahorita vemos cómo boquea una persona al morir en la calle rafagueada y al día siguiente ya ni nos acordamos, sólo el recuerdito que le puso su familia nos lo hace presente. Vivimos en la ciudad de los responsos, porque en cada monumento al pasar rezamos”, lamenta en uno de los sitios donde hay narcotour.

Irene Medrano Villanueva │Organización Editorial Mexicana

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