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La Opinión

La visita que Donald Trump espera para catapultar su campaña

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump espera con los brazos abiertos la visita de Estado de Andrés Manuel López Obrador

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La visita que Donald Trump espera para catapultar su campaña
Andrés Manuel López Obrador irá a Estados Unidos a presenciar la entrada del T-MEC.

Qué ciertas las palabras de El Príncipe de Nicolás  Maquiavelo: “Un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas.” Resulta muy significativo que Andrés Manuel López Obrador haya decidido que su primer viaje al extranjero como presidente de México sea para visitar a Donald Trump.

Se prevé sea la primera semana de julio de 2020, cuando entra en vigor el Tratado Estados Unidos, México y Canadá (T-MEC), uno de los acuerdos comerciales más grandes del mundo.

A López Obrador lo acompañará el secretario de Relaciones Exteriores (SRE), Marcelo Ebrard, la secretaria de Economía (SE), Graciela Márquez y el jefe de la Oficina de la Presidencia Alfonso Romo para dejar en el pasado el Tratado de Libre Comercio de AMérica del Norte (TLCAN).

Lo que sí se sabe es que la reunión no será el 1 de julio, ya que en voz de AMLO “cumplimos dos años de triunfo histórico democrático, y ese día vamos a hacer una ceremonia”. 

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“Son dos años del triunfo del pueblo de México, de elecciones limpias, libres, en donde la mayoría del pueblo decide llevar a cabo una transformación. Es realmente un día histórico tiene que ver con la democracia del país, por eso no podría salir del país”, declaró el presidente de la República.

Para esa ceremonia también se espera la participación del primer Ministro de Canadá, Justin Trudeau. El viaje de AMLO está claro que el objetivo principal es la reunión bilateral con Trump.

El viaje también es importante para AMLO, quiere agradecer personalmente a Donald Trump por su apoyo en el abasto de insumos médicos para atender a los pacientes y personal médico que está al frente de la batalla contra el coronavirus (Covid-19).

Donald Trump durante su visita a Yuma, Arizona, para supervisar una parte del muro fronterizo, confirmó que planea recibir pronto en la Casa Blanca a AMLO, sin dar más detalles.

¿Cuál será el verdadero trasfondo político de esta visita?

Las relaciones entre México y Estados Unidos se habían ensuciado desde que Donald Trump era candidato presidencial, debido a las amenazas e insultos en contra de la migración mexicana que utilizó como propaganda de campaña. 

Según las estadísticas electorales, en agosto de 2016 era muy clara la ventaja de Hillary Clinton frente a Trump, pero en un acto sin precedentes el ex secretario de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Luis Videgaray Caso invitó al candidato presidencial Donald Trump a México. 

El candidato Republicano aprovechó el momento para que en Los Pinos criticara a los migrantes mexicanos en Estados Unidos, así como amenazó que levantaría un muro y México lo iba a pagar. 

El discurso anti inmigrante catapultó la carrera presidencial de Donald Trump y, según expertos, fue uno de los factores que lo encumbró en las elecciones. La invitación al candidato presidencial del partido Republicano a México le costó la renuncia a Videgaray. 

Aunque el economista mexicano regresó como secretario de Relaciones Exteriores, cuando el millonario logró ganar con la votación del Colegio Electoral de Estados Unidos por una diferencia de 306 votos a su favor, frente a los 232 de la demócrata Hillary Clinton, quien superó a su rival en el voto popular por más de 2 millones de sufragios.

Donald Trump agudizó la tensión diplomática con México con sus ofensas cargadas de racismo y xenofobia, que se materializaron en violaciones graves a los derechos humanitarios de los migrantes mexicanos. 

El 29 de agosto de 2017, Andrés Manuel López Obrador, fundador de Morena presentó en Los Ángeles, California, su libro “Oye Trump”.

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En la rueda de prensa dijo: “Lo central debe ser frenar, detener el odio promovido por la propaganda contra los migrantes. Que se revierta con argumentos el absurdo de la superioridad racial. Que no avance ni en las provincias ni en las grandes ciudades de Estados Unidos, en los corazones de los hombres nobles y trabajadores de este pueblo, la fobia en contra de nuestros paisanos y de los extranjeros en general”. 

Añadió que “es nuestro deber tratar de persuadirlo (a Donald Trump), de convencerlo, pero, al mismo tiempo, nos asiste el derecho de crear las condiciones para hacerlo entrar en razón”. No falta razón en ese mensaje, pero resultaron ser palabras al viento.

El 30 de mayo de 2019, ya estando AMLO en la presidencia, Trump anunció que gravaría con una tasa del 5 por ciento todos los productos importados de México a partir del 10 de junio, si el gobierno Mexicano no frenaba la entrada de inmigrantes indocumentados que atraviesan su territorio para llegar a la frontera estadounidense. El gravamen, además, iría escalando cada mes hasta llegar al 25 por ciento en octubre si Washington no percibía una mejora sustantiva. 

Estados Unidos estaba usando de forma explícita una guerra comercial como mecanismo de presión sobre el problema migratorio y obtuvo con ello la firma de un acuerdo en el que México se comprometió a registrar y controlar las entradas en la frontera sur, así como a desplegar a la Guardia Nacional por todo el territorio y en especial en esa zona. 

Con el endurecimiento de la política migratoria y la militarización de la frontera, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador desactivó la bomba arancelaria, pero concedió una nueva victoria política para Trump, porque todo México se convirtió en la muralla que tanto había querido evitar.

Las autoridades migratorias mexicanas se convirtieron en lo que criticaban, volviéndose represores de los migrantes centroamericanos. AMLO cambió su discurso de bienvenida a las caravanas de migrantes e incluso dejó a un lado la concesión de 10 mil permisos de trabajo y residencia renovables año a año que les había prometido a los migrantes. México, contrario a su costumbre, se convirtió en un país deportador.

Donald Trump no puede estar más feliz con México y en especial con Andrés Manuel López Obrador, lo que ha despresurizado las tensiones diplomáticas, al grado que Estados Unidos cooperó ante la OPEP para disminuir su producción de barriles petroleros poniendo el excedente que México no quiso y no podía asumir. Fue un favor que tal vez ahora quiera cobrar Donald Trump.

Se aproximan las elecciones presidenciales en Estados Unidos y Donald Trump no tiene asegurada la reelección.

Se percibe un ambiente de ira, frustración y enojo frente a los recientes acontecimientos racistas en los que están involucrados dos agentes policiales, uno en Minneapolis, Minnesota y otro en Atlanta, Georgia y todo el país arde en protestas.

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Además, el manejo de su gestión para enfrentar el Covid-19 fue un total desastre, que sin duda ha impactado desfavorablemente en popularidad.

Necesita Donald Trump un revulsivo y reavivar la fórmula que lo llevó al triunfo de hace 4 años: un “Make America Great Again” recargado y eso va de la mano con el tema económico y el migratorio. 

En el marco de esta reunión bilateral, quizá Donald Trump lo aproveche para pronunciar un poderoso discurso en el que ponga a México en un papel de sumiso acatador de sus órdenes y presuma que el T-MEC es un mejor acuerdo para Estados Unido, que el anterior TLCAN por una mejor negociación de los norteamericanos. 

El gobierno de México, bajo mi perspectiva, “ayudará nuevamente a catapultar a Donald Trump hacia la campaña de reelección”. México depende del T-MEC para impulsar la economía y más aún después de la  recesión económica a raíz de la pandemia Covid-19, pagando con ello los “favores” que hemos recibido.

AMLO lo sabe o al menos lo intuye, porque declaró que “esto es de ayuda para México y por eso voy, riesgo, la política es siempre como caminar en la cuerda floja, hay que correr riesgos y tomar decisiones”. Excusa no pedida, acusación manifiesta.

Más allá de la especulación, lo cierto es que no es lo mismo ver los toros desde la barrera que en el ruedo y no estamos en una posición favorecedora para enfrentarnos abiertamente a la política externa del todavía país más poderoso del mundo.

En definitiva “más rápido cae un hablador que un cojo”.

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