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Política

El Rey del Cash: César Yáñez es el vocero recaudador de AMLO

Elena Chávez, la autora, afirma que en innumerables ocasiones le reprochó a Cpesar Yáñez o que hacía “su jefe”.

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El Rey del Cash: César Yáñez el vocero recaudador de AMLO, asegura su ex esposa

El libro “El Rey del Cash. El saqueo oculto del presidente y su equipo cercano”, es el testimonio de la periodista Elena Chávez tras 18 años de relación con César Yáñez Centeno, quien fuera jefe de prensa de Andrés Manuel López Obrador. 

Elena Chávez habla de Yáñez Centeno y de López Obrador como los personajes centrales de una historia llena de “traiciones políticas, ambiciones personales, infidelidades, abusos laborales, corrupción y autoritarismo”. 

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La autora afirma que en innumerables ocasiones le reprochó a Yánez Centeno lo que hacía “su jefe” y le advirtió que la “verdad sale a la luz más temprano que tarde”.

Chávez afirma en su libro que a lo largo de los años que vivió al lado de César Yáñez, la consigna fue: “Si te descubren, te echas la culpa y te quedas callado”.

A continuación se reproduce íntegro el capítulo: “Vocero, recaudador, prestanombres” del libro el Rey del Cash. El saqueo oculto del presidente y su equipo cercano.

Vocero, recaudador, prestanombres

Me entristece y me apena escribir este episodio de mi vida junto a un hombre que no mantuvo los pies firmes sobre la tierra. Si lo hubiera hecho, no se habría corrompido, no se habría dejado sucumbir por el poder, el dinero, la egolatría, la ambición y los placeres de los cuales disfrutan las y los nuevos millonarios de la llamada cuarta transformación. De entrada, la pareja que dijo que pondría el ejemplo de humildad, el presidente López Obrador y su esposa Beatriz Gutiérrez, viven modestamente en Palacio Nacional; otros, los de mayor jerarquía, en las Lomas de Chapultepec, Santa Fe o Polanco, donde según el presidente viven quienes no lo quieren; otros escogieron Coyoacán con su aire provinciano y sus calles empedradas.

El 18 de diciembre de 2015 por fin descubrí lo que tanto me insistían que viera. César llegó ese día por la noche con otro rostro. Lo advertí desde el momento en que escuché el motor de la camioneta conducida por Rojas, el chofer del presidente, cuando lo dejó a la entrada de la casa. Le abrí la puerta y observé en él una mirada distante, fría. Su gesto era de molestia, como si el verme le irritara sobremanera. Unas semanas antes el columnista Raymundo Riva Palacio había publicado una historia de tráfico de influencias de César para sacar de la cárcel a una mujer en Puebla acusada de despojar a personas de la tercera edad de un terreno de miles de metros cuadrados en la zona de Angelópolis.

“¿Pues en qué andas metido?”, le pregunté por teléfono, leyéndole la columna de Riva Palacio. “En nada, es mentira, ya sabes cómo les gusta inventar a estos chayoteros del sistema.” Mi intuición, que siempre fue muy certera, me decía que César me estaba mintiendo, pero él jamás discutía un tema por teléfono porque aseguraba que el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) los tenía vigilados. Así que me quedé con la duda, sobre todo porque el columnista daba datos precisos de la carpeta de investigación que se le había abierto a la señora al ingresarla en el reclusorio. También daba a conocer la dirección del terreno por el cual había sido detenida y privada de su libertad. No era una nota volada, como llamamos los periodistas a una información no verídica.

César se negaba a hablar sobre la información publicada por el columnista, le daba vueltas al asunto y se escudaba en su cansancio para no tocar el tema. La sospecha se incrustó en mí como una filosa flecha. Sin embargo, no insistí ni me metí a investigar, aun cuando algo muy dentro de mí me pedía que lo hiciera. “El que busca encuentra”, me decía a mí misma una y otra vez, y sinceramente no quería encontrar.

Así pasaron varios días hasta la noche en que César llegó a casa con otro humor y con otro rostro. Cenó su habitual fruta y agua de sabor que estaba sobre su buró y se acostó casi de inmediato alegando cansancio. Al día siguiente por la mañana, 19 de diciembre de 2015, me invitó a desayunar a un Vips cercano a la casa. Se acercaban las fiestas decembrinas y mi propuesta de salir para pasar la Navidad juntos se congeló cuando me pidió que vendiera la casa y le diera 2 millones de pesos. ¿Qué? Lo miré sorprendida. ¿De qué demonios estaba hablando? “Quiero que nos

 separemos y me des los 2 millones de pesos”, insistió. Callé ante su exigencia y en silencio regresamos a casa. Después se fue rápidamente a la oficina de campaña en la colonia Roma.

Fue un día largo, tenso, difícil de comprender. Esperé a la noche para hablar de nuevo con César. En cuanto entró en la casa me pidió de nuevo lo que me había solicitado en la mañana. Separarnos después de tantos años era una posibilidad de la que siempre estuve consciente, pues en las giras los hombres conocen todo tipo de mujeres y César no estaba exento de entusiasmarse con otra, pero ¿para qué quería 2 millones? Quería destruir el único patrimonio que tenía y casi dejarme en la calle sin más explicación. No era congruente. El 20 de diciembre volvió a irse de gira con la maleta que le hice, como siempre, durante tantos años, y me lanzó nuevamente la consigna de que vendiera de inmediato la casa porque le urgían los 2 millones de pesos. Durante los dos días de la gira previa a sus vacaciones decembrinas las llamadas telefónicas eran para insistirme en la venta y en los 2 millones de pesos. Mi respuesta fue no. El 23 de diciembre regresó para irse de vacaciones, días que aproveché para ponerle en varias maletas sus pertenencias y abrirle la puerta de manera definitiva. Cuando llegó, después del Año Nuevo, encontró todo listo para poderse marchar sin mover un solo dedo.

Recuerdo haberlo encontrado sentado en ese sillón donde tantas veces se acostó para ver la televisión mientras yo le hacía su trabajo; acariciaba la cabeza de Lucas, mi viejo pastor inglés, cuando entré y me senté a su lado para decirle que tenía derecho a saber qué estaba pasando. Sin mirarme a los ojos, con la cabeza baja, me respondió groseramente que estaba harto de que ayudara animalitos y que por eso se iba. ¿Qué? ¡No lo podía creer!

Durante los años en los cuales estuve abandonada nunca lemolestó mi activismo, y de la noche a la mañana yo era la culpable desu hartazgo. Al ver mi molestia y cómo se zafaba Lucas de sus manos para ponerse de mi lado y protegerme, trató de bajar su tono, asumiendo que estaba pasando por un momento de no saber qué hacer, necesitaba tiempo para estar solo (sic) y reflexionar. Tomé mi celular y le llamé a un conocido para pedirle que le permitiera quedarse en su departamento porque no tenía a dónde irse, ni dinero,ni tiempo para alquilar de manera urgente una vivienda. Mi amigo accedió. Vi a César marcharse con su ropa y sus relojes finos, coleccionados durante sus giras y gracias a los regalos de sus amigos empresarios.

Irse ya lo había conseguido. Faltaban los 2 millones de pesos urgentes. Esos, le dije, nunca se los daría, porque a pesar de mi baja autoestima tenía una pequeña lucecita en mi interior que me aconsejaba no ceder. Dos meses y medio después, en marzo de 2016, me enteré por Carlos Loret de Mola, que conducía el programa estelar de Televisa en las mañanas, que César había sido grabado, quizá por el Cisen, traficando con influencias para sacar de la cárcel a Dulce María Silva Hernández, quien, decía, era su novia. No solo pedía su liberación, necesitaba 10 millones de pesos para que la dejaran libre. Para eso me exigía los 2 millones de pesos, y yo todavía consiguiéndole dónde vivir. La información de Raymundo Riva Palacio era verídica.

No volví a saber de él hasta que en redes sociales salió información asegurando que César le había comprado a Beatriz Gutiérrez un departamento en la colonia Portales, en la calle de Tokio, en más de 1 millón 600 mil pesos. ¡Eso no era posible!

Cuando se fue de casa lo hizo con una mano atrás y otra adelante. Es más, le llamé por teléfono para preguntarle si se había convertido en prestanombres de Beatriz, porque según yo, no tenía los recursos para comprar ese inmueble. Me dijo que sí necesitaba los 2 millones de pesos para pagarle a la esposa del presidente, quien, hasta donde yo sabía, tampoco tenía propiedades, solo la casa de Tlalpan que habían adquirido cuando ella vendió su departamento de la colonia Del Valle.

¿Qué tan bajo había caído César para prestarse a semejante montaje? Efectivamente, después de unos meses de vivir en el departamento de mi conocido, se fue al departamento de Beatriz. Me negué a vender mi casa y a darle los 2 millones de pesos. La presión de su parte jamás cedió, de 2016 a 2019 recibí constantes amenazas de su parte. Me decía que no olvidara que “ya tenía el poder” para sacarme por la fuerza de la casa, pero yo tenía un mayor poder, el de la justicia de Dios.

En la recta final de la campaña presidencial de 2018 apareció una página con el nombre de Pejeleaks.org, donde subían información comprometedora en contra de López Obrador, de sus colaboradores cercanos y posibles miembros de su gabinete. En dicha página se denunció que la esposa del presidente era propietaria de dos inmuebles en la Ciudad de México, uno de ellos el de Tokio, donde vivía César. La investigación les arrojó el folio 1395981 del Registro Público de la Propiedad, donde se informaba que el inmueble se adquirió en 2015 por un total de 2.3 millones de pesos en efectivo, pero a César su madrina de boda se lo había vendido en 1 millón 628 mil pesos en 2016. ¿Beatriz regalándole dinero? Insisto, César no tenía los recursos económicos para comprarle a Beatriz ese departamento.

Las personas que estaban detrás de Pejeleaks.org fueron demandadas por la esposa del presidente, quien ya tenía un inmenso poder. Negaron que la información subida fuera certera, pero la verdad está en la declaración patrimonial de César cuando inició el gobierno de López Obrador, donde dice haber adquirido ese departamento en efectivo el 7 de septiembre de 2016, es decir, unos meses después de separarnos. Sí tuvo 1 millón 628 mil 300 pesos para comprarlo, pero ¿a quién? No lo dice. Las cuentas no cuadran, pues en esa declaración patrimonial César informa que el 2 de junio de 2016, o sea tres meses antes, compró a crédito un reloj en 100 mil pesos. ¿Compra a pagos un reloj y al contado un departamento?

La vida nos lleva de sorpresa en sorpresa. Aunque no me interesaba ya absolutamente nada de César, sabía de él por mis contactos en los medios de comunicación, amigos y compañeros periodistas que me estimaban y me hablaban de él como la figura pública que es. Ellos me enteraron de que el presidente lo había congelado después de su escandalosa boda porque le pegaba directamente en su discurso de austeridad y honestidad. Su hombre de más confianza lo había puesto en ridículo ante los mexicanos y no había tenido el valor de salir a dar la cara y explicar de dónde había sacado los recursos para tan lujosa fiesta. “Fue la esposa, al parecer la señora tiene dinero.” Esa fue la justificación de López Obrador, como ha ocurrido en los casos del director de la Comisión Federal deElectricidad, Manuel Bartlett, cuando le sacaron lo de sus 23 casas, o la más reciente, la de su hijo José Ramón López Beltrán con la casa gris de Houston. Con todos aplica lo que me dijo César de uno de sus muy queridos amigos: “trabaja de marido”.

Al ver cómo había sido castigado por el presidente, amigos cercanos a César me buscaron para pedirme que lo ayudara. “¿Y yo por qué?”, le diría a uno de ellos. Sin embargo, me convencieron de apoyarlo ante la disyuntiva de renunciarle al presidente por el trato injusto. Escribí en una de mis columnas políticas un mensaje al inquilino de Palacio Nacional, recordándole todo lo que César hizo por él. Sentía una gran pena por ese hombre de cabello ya entrecano y de una profunda delgadez. Con la posibilidad de haber sido el segundo hombre más poderoso de México, su “error de septiembre” lo había mandado derechito al ostracismo, de donde salió recientemente para convertirse en subsecretario de Desarrollo Democrático y Asuntos Religiosos. Esto gracias al dedo de Adán Augusto López, el secretario de Gobernación que más que ocuparse de la política interna del país anda movido como una “corcholata” presidencial para 2024.

* * *

Regresando a las sorpresas de la vida, a mí me tenía reservada una muy divertida. El 23 de septiembre de 2020 me buscó un empresario poblano. Me invitó a cenar, acepté y me dijo que invitaría a un amigo, por lo que yo hice lo propio, invité no a una amiga sino a tres. Nos quedamos de ver en la plaza Artz del Pedregal a las siete de la noche. Llegamos puntuales al restaurante que elegimos al azar. Le informé por teléfono al empresario, cuyo nombre me abstengo de dar para evitarle represalias. Después de casi una hora de espera en compañía de su amigo, que sí llegó puntual, a lo lejos, desde la puerta de entrada, escuché su voz gritándome: “Perdón, me entretuve porque fui a ver a tu ex”. Todas nos volteamos a ver con cara de ¿y ahora, a este qué le picó? Lo que menos esperaba era cenar con un empresario que unos minutos antes había ido a Palacio Nacional a ver al coordinador general de Política y de Gobierno, César Yáñez, “mi ex” (tan a gusto que nos la estábamos pasando).

Se sentó a mi lado en una mesa redonda. De inmediato pidió el mejor vino tinto y entradas de carne, los cuales no consumí porque no bebo alcohol y soy vegetariana. La plática estaba sabrosa: ellos, los dos empresarios conocedores del mundo (eso deja el dinero) nos contaban de las bellezas de Italia porque les había dicho que entre mis planes estaba el irme a vivir a ese país y ver la posibilidad de poner un micronegocio de venta de mezcal.

Después de escuchar los consejos y sugerencias de los empresarios, el que me invitó de pronto se acordó de su encuentro con “mi ex” y empezó a hablar. Le fluyeron las palabras como le fluía el vino tinto por el cuerpo.

“Fui a ver a César, me entretuve porque teníamos unas deudas pendientes que arreglar”,me dijo. “No me digas, ¿y eso?”, le pregunté solo por formalidad, pues nunca esperaba escuchar lo que me confesó. “Me va a sentar con el candidato a Baja California [creían que sería un hombre] para ver unos negocitos por allá, está en deuda con los empresarios poblanos y ya estamos viendo lo del pago”, me soltó. ¿Deuda?, pensé de inmediato. Mi instinto reporteril despertó del sueño en que estaba y lo animé a seguir contándome. “¿Pues qué te debe?”, le pregunté mientras bebía un poco de jugo de frutas. “Les dimos 50 millones de pesos en efectivo para la campaña de López Obrador.” Casi me ahogo por la revelación.

“¿César les pidió 50 millones de pesos?” “Él directamente no, todo fue a través de la señora con la que se casó [Dulce María Silva Hernández]. Ella nos reunió para pedirnos en su nombre el apoyo económico a cambio de contratos en cuanto ganaran la presidencia; ya ganaron, ya llevan más de un año y estamos viendo que se nos dé el pago.” “No, bueno, dudo que les cumplan —le dije—, los conozco y sé muy bien cómo actúan, nunca cumplen sus promesas.”

Entonces me dijo que si no era con el gobernador que ganaría Baja California, quien les pagaría sería la propia esposa de César, quien en ese momento estaba compitiendo en las candidaturas internas del partido para elegir al abanderado de Morena al gobierno de Tlaxcala, de donde es originaria.

“No va a ganar, la candidata será Lorena Cuéllar”, le advertí, explicándole que Cuéllar era la superdelegada del presidente y contaba con su apoyo para ser la elegida, además de tener experiencia, pues ya había sido presidenta municipal y legisladora por el PRI.

“Ya veremos, los empresarios sabemos ser pacientes, pero de que cobramos, cobramos”, me respondió, guiñándome un ojo y brindando, él con su copa de vino y yo con mi jugo de frutas. De esta conversación tengo un audio como prueba.

César de recaudador, de prestanombres. Era algo que jamás hubiera esperado. Al escribir este testimonio he recurrido a varias fuentes para aclarar algunas dudas, las cuales he clarificado, y me he enterado de otros asuntos, lo que me confirma que, efectivamente, nunca supe con quién vivía.

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