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De mecánico a refugiado, el precio de resistirse a la Mara

La historia de Armando comenzó en su taller mecánico en Guatemala, donde trabajaba con su familia para ganarse la vida.

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La historia de Armando comenzó en su taller mecánico en Guatemala, donde trabajaba con su familia para ganarse la vida.

Armando Orellana es un guatemalteco que, hace casi tres meses, llegó a Ciudad Juárez tras huir de su país natal, debido a las amenazas de muerte de la pandilla “Mara Salvatrucha”. 

La historia de Armando comenzó en su taller mecánico en Guatemala, donde trabajaba con su familia para ganarse la vida; sin embargo, la llegada de la pandilla de El Salvador a su ciudad cambió todo, los miembros de la Mara comenzaron a extorsionar a los empresarios locales, y como no cedió a sus demandas, la pandilla lo amenazó de muerte.

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Con el miedo a perder la vida y la de su familia, Armando tomó la difícil decisión de cerrar su taller, esconder a sus seres queridos y huir hacia México, con la esperanza de poder cruzar a Estados Unidos y comenzar una nueva vida.

Sin embargo, su intento de ingresar a territorio estadounidense fue frustrado cuando fue detenido cerca de El Paso y deportado; no era la primera vez que lo intentaba; en su primer intento, había logrado llegar hasta Luisiana, en Nuevo Orleans, pero también fue retornado a Guatemala. 

Ante la constante amenaza y la incertidumbre de su seguridad, Armando decidió regresar a México, esta vez a Ciudad Juárez, en busca de una oportunidad que le permitiera salir adelante.

En Juárez, Armando se ha refugiado en un albergue de la iglesia católica, donde a veces lo emplean en talleres mecánicos para hacer algunos trabajos, pero su objetivo sigue siendo cruzar a Estados Unidos para encontrar una vida mejor; no obstante, las deportaciones constantes y las cancelaciones de citas lo han complicado todo.

Mientras tanto, en Ciudad Juárez, intenta conseguir un trabajo estable para poder enviar dinero a su familia, que se encuentra en un pequeño pueblo de Guatemala; cada vez que tiene trabajo, junta lo que puede y envía entre tres mil o cuatro mil pesos cada 15 días o cada mes, pero no es suficiente. 

La vida en la ciudad es cara, y muchas veces no le alcanza para cubrir sus necesidades básicas, por eso, se ve obligado a acudir al comedor de la Catedral, donde puede conseguir algo de comida para subsistir.

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A pesar de los obstáculos, Armando no pierde la esperanza, sabe que su familia depende de él, y está decidido a seguir luchando; incluso está considerando mudarse a otra ciudad de México, donde los costos de vida sean más bajos, y así poder encontrar un empleo estable que le permita enviar más dinero a su hogar en Guatemala.

Salvador Miranda|El Heraldo de Juárez

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