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Extracción petrolera: Saqueando las profundidades del océano

En aguas internacionales, la industria petrolera había asumido un nuevo nivel de riesgo.

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Extracción petrolera: Saqueando las profundidades del océano

Las aguas profundas son el mayor ecosistema de nuestro planeta. También el mayor depósito de minerales. Una riqueza que permaneció durante milenios sin explotar.

Pero la manera en que las últimas tecnologías están abriendo esta nueva frontera a la exploración y a la explotación no se había visto nunca antes.

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En 2017 viajé a bordo de un barco de Greenpeace al Mar de Barents, en el norte de Rusia y de Finlandia.

Statoil, la petrolera estatal de Noruega, tenía la intención de perforar el fondo marino en busca de más petróleo.

“Estamos aquí para realizar una protesta pacífica. Este es el Arctic Sunrise.”

“Desafortunadamente, no puedo considerar que la extracción de petróleo en esta zona remota del Mar de Barents sea una práctica segura”, dice uno de los activistas medioambientales.

En aguas internacionales, la industria petrolera había asumido un nuevo nivel de riesgo. Y es que ninguna empresa había intentado nunca perforar tan al norte en el Ártico.

En el Acuerdo de París firmado por Noruega, el país se comprometía a reducir la extracción de combustibles fósiles, y sin embargo ahora continuaba con la prospección y la perforación.

“Le pido como capitán que saques a la gente del agua porque mi barco va a remolcar a este barco… Es una orden”, se oye por el altavoz.

Esta protesta de Greenpeace terminó en fracaso, el equipo confiscado, y el barco remolcado por la guardia costera noruega, a petición de la compañía petrolera.

“Una cosa que vamos a seguir haciendo es persistir, y vamos a protestar sin cesar hasta que nos digan que la plataforma ha detenido la perforación”, aseguran.

“Estas plataformas petrolíferas están a pocos kilómetros de la costa brasileña. Aquí, la empresa semipública Petrobras y otras compañías internacionales están extrayendo petróleo bajo el fondo marino. Este tipo de extracción es costoso”, dice un reportero en las noticias de la televisión.

Las noticias de nuevas perforaciones frente a las costas de Sudamérica hicieron que mi siguiente viaje fuera a Brasil.

Me uní a un grupo de científicos locales a bordo del Esperanza, donde los activistas de Greenpeace se enfrentaban al mayor productor de petróleo de América del Sur por perforar cerca de un arrecife de coral en la desembocadura del río Amazonas.

Después de lo que había vivido en el Mar de Barents, no me hacía demasiadas ilusiones con el éxito de los tripulantes del Esperanza.

El gobierno de Brasil había dejado de controlar a las compañías petroleras, aceptando sus declaraciones tranquilizadoras de que no dañarían el ecosistema del arrecife.

El objetivo de Greenpeace era dar a los científicos brasileños la capacidad de documentar lo que estaba en juego si la perforación seguía adelante.

“Nadie ha estudiado bien este arrecife, excepto las compañías petroleras que buscan petróleo, ellas saben lo que hay aquí abajo, pero no lo dicen.”

No están permitiendo que los brasileños sepan que hay arrecifes de coral, esponjas y rodolitos, un interesante bioma para la vida aquí abajo, y muy probablemente especies nuevas que ni siquiera han sido descubiertas… Esto es una farsa”.

Los países de menores ingresos no tienen los recursos ni para valorar de manera independiente el riesgo sobre los ecosistemas marinos ni para verificar la información que les dan las compañías petroleras.

Los científicos estaban en una carrera contra el tiempo y contra los gigantescos recursos de las petroleras, el clásico David contra Goliat.

“Vivimos en el planeta del agua. La mayor parte de la superficie de nuestro planeta es agua y el 98 por ciento de su zona habitable es el océano. Me parece increíble que incurramos en riesgos como este donde para empezar ni siquiera entendemos bien lo que tenemos”, me dice John Hocevar, biólogo marino y director de la campaña por los océanos de Greenpeace Estados Unidos.

“En el océano ha habido grandes descubrimientos, especialmente con las esponjas, y esta es una zona de esponjas verdaderamente importante, que han servido para alcanzar importantes avances médicos. Podríamos encontrar la cura para el cáncer, o podríamos destruirlo todo con un vertido de petróleo incluso antes de saber qué era lo que teníamos”, lamenta.

Además de los secretos médicos que podrían ser descubiertos, hay gente explorando y extrayendo el fondo marino en busca de soluciones para liberarnos de nuestra actual dependencia de los combustibles fósiles.

Esta es la forma que tienen los tesoros un nódulo polimetálico, tan complejo que algunas investigaciones sugieren que podría reemplazar nuestra necesidad de abrir minas terrestres en busca de cobalto, litio, níquel y manganeso, esenciales para nuestras baterías y vitales para nuestra revolución verde.

Los residuos que genera su extracción pueden viajar por el océano y dañar montes submarinos y arrecifes de coral cercanos. Lo que a su vez pondría en peligro a nuevas poblaciones de peces.

Muchos pequeños estados del Pacífico Sur piensan de forma muy diferente, porque su prosperidad y su futuro dependen de sus fondos marinos.

Se dice que el océano es la próxima frontera de la minería y que ahí, Naurú forma parte de un emprendimiento pionero que pronto podría impulsar la economía verde global.

“Creo que a Naurú lo beneficiará inmensamente”, dice Baron Waqa, gobernador de Naurú.

Pero las potencias coloniales han saqueado durante siglos a Naurú por su riqueza en fosfato.

Ahora, hay grandes áreas de esta isla del Pacífico inhabitables. Sin nada más que explotar sobre la tierra, esta pequeña república está volviéndose ahora hacia su fondo oceánico.

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Le ha pedido a la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, la ISA, que autorice la perforación.

La ISA es un organismo independiente que regula los fondos marinos en aguas internacionales.

A bordo del Esperanza, el equipo de biólogos marinos está de celebración, pues el gobierno brasileño ha dado marcha atrás con su decisión de impedir la expedición.

Pero la misión puede continuar.

“Tenemos la autorización. Vamos a cambiar el rumbo… Así que nos damos la vuelta y volvemos al lugar donde fuimos a hacer la inmersión, pero parece que tenemos permiso”.

Ingresar al fondo del arrecife del Amazonas fue algo alucinante, lo más parecido con lo que puedo compararlo es cuando estás en un avión volando entre las nubes, y sabes que te estás moviendo, pero te cuesta medirlo o comprenderlo porque estás en medio de esta experiencia deslumbrante.

Y cuando tocas el suelo una nube de seda te rodea. Y mientras se asienta la nube de polvo, puedes empezar a distinguir el terreno que parece casi la superficie lunar, al menos donde estábamos nosotros, y estas estructuras, una pared de coral.

Lo que encontré fue un exótico mundo subterráneo lleno de maravillosas formas de vida que ya no encajaban en las categorías de animal, mineral o vegetal.

La lección que aprendí fue que precisamente porque eran tan ajenos, tan desconocidos para la ciencia pero también tan alejados de la toma de decisiones en la tierra, estas criaturas y su hábitat eran aún más vulnerables a una explotación destructiva.

Dos tercios del planeta están cubiertos por agua. Es la frontera más salvaje de nuestro planeta, tan impresionante como imprescindible para la vida, un lugar de descubrimiento y de reinvención incesante, una metáfora de la libertad, pero también un territorio profundamente distópico, donde se despliega la parte más siniestra de la humanidad.

Más de 50 millones de personas trabajan en el mar, donde los abusos contra el medio ambiente y los derechos humanos se suelen cometer con impunidad.

“Uno de los problemas del océano es que una parte tan grande de él no está a la vista, y es fácil pensar que en verdad no hay nada muy interesante ahí abajo”, me dice John Hocevar.

“Ya hemos visto lo importante que eso puede ser. Una vez que las personas lo ven, quieren protegerlo… Cambia la manera de pensar sobre su océano, sobre nuestro océano”.

Los minerales están ligados de manera indisoluble al surgimiento de la humanidad y de la civilización, pero en la actualidad hay en juego un equilibrio muy diferente y mucho más precario.

“Me gustaría vernos cambiar de enfoque en la manera en que pensamos en nuestros océanos… Que no sean solo las ganancias de corto plazo que podemos obtener sacando, sacando y sacando”, subraya el activista de Greenpeace.

En Brasil, los científicos ganaron una batalla importante, pero la gran guerra por el fondo del océano no ha hecho más que empezar.

Ian Urbina | El Sol de México

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