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Sonora

Las manos seris esculpen animales y el mar en el palo fierro del desierto de Sonora

Ignacio Barnett Astorga, artista seri, dice que hace esculturas en el palo de fierro del desierto de Sonora, luego de que ya no pudo pescar en el Mar de Cortés

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PUNTA CHUECA, Sonora. Don Ignacio alza el dedo índice y traza círculos imaginarios sobre su cabeza antes de plasmarlo en el palo fierro. En medio del monte y muy cerca del mar, el patio de su casa tiene una vista al cielo entero, desde donde imagina unas alas extendidas que vuelan sobre él. Luego sonríe. 

Los pájaros son sus animales favoritos y por eso los echa a volar al mundo, siempre que puede, usando sus manos para sacarlos desde el corazón de un trozo de madera de palo fierro, con las esculturas que crea.

“Me gustan mucho los pájaros, porque vuelan alrededor de mí, me da mucho gusto verlos así, volando”, dice don Ignacio Barnett Astorga, artista de la Nación Comcáac, o seri, como también se le nombra a este pueblo indígena sonorense.

Esos vuelos cotidianos en el cielo de Punta Chueca, la comunidad perteneciente al municipio de Hermosillo donde reside junto a Mercedes y Valentina —su esposa e hija menor— son parte de la inspiración que los animales del desierto y el mar le dan para esculpir.

“Me gusta hacer pájaros con alas extendidas, alas abiertas”, explica mientras le da palmaditas al lomo de un correcaminos de madera. “Es que tengo mucho amor a estos, a todas las figuras y más a este”.

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Don Ignacio aprendió este arte de su tío José Astorga, quien desde la década de 1960 se considera el autor intelectual de las esculturas hechas de palo fierro que, hoy en día, son representativas de la cultura sonorense.Del momento de aquella instrucción a Ignacio, un hombre joven que entonces se dedicaba a la pesca, para tomar un pedazo de madera y golpearla a machete y hacha, han pasado más de 40 años.

En la década de 1980, José Astorga narró a un fotógrafo la historia de la escultura de palo fierro. Él fue la primera persona que documentó la vivencia espiritual que el hombre aseguró vivir 20 años atrás y por la que aprendió a dominar los trozos de madera hasta convertirlos en animales.

Alejandro Aguilar Zéleny, antropólogo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Sonora, recuerda que Adalberto Ríos Szalay puso a don José frente a la cámara para que contara la historia conocida como El palo fierro: un sueño seri, narración que fue publicada en varios libros relacionados con este grupo indígena.

“Habla de que él venía caminando por el desierto, buscando qué comer, cómo vivir y cómo trabajar, cuando de pronto cae desmayado y siente cómo su espíritu, su alma, se aleja de su cuerpo”, cuenta el antropólogo.

“Lo que platica Astorga es que llega un personaje de cuatro ojos, de cuatro brazos y le dice que se lo va a llevar a otro lugar para que conozca. Astorga acompaña a este ente en dicho viaje espiritual y místico, quien le dice que lo va a ayudar y le dará algo mejor que el oro.

 Oye, amigo, voy a ayudarte, aquí te voy hacer millonario. Puras mentiras me cuentas. No. Yo te voy a dar… porque no hay dinero aquí, no te voy a dar dinero. Y luego un señor que está trabajando aquí cerquita un pedazo de palo-fierro, nomás lo arrancó. Mira, en eso vas a llevar, con ése vas a trabajar allá abajo. Lo que tú vas a hacer allá –me dijo–, a todos enseñar a trabajar; no es poquito, más de un millón de trabajadores de palo-fierro; así nomás trabaja con cuchillo, usas la lima y todo.

José Astorga Encinas, El palo fierro: un sueño seri

“En estos años de trabajo con las comunidades, una persona nos decía que cuando él veía un árbol de palo fierro veía 100 o 200 años de historia de su familia, de quienes se habían sentado bajo su sombra, quienes habían platicado en esos sitios y, por eso, los artesanos buscan las maderas que están secas, caídas y no tumban los árboles”, comenta Aguilar Zéleny.

Desde Punta Chueca hasta El Desemboque, la otra comunidad que habitan en el municipio de Pitiquito “cuando uno anda por el desierto, escucha las motosierras terribles arrasando con todo lo que se pueda”, expresa el antropólogo.

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El palo fierro u Olneya tesota (nombre científico) es un árbol endémico de Sonora, cada individuo puede medir hasta 15 metros y alcanzar una longevidad de hasta 800 años. Su madera es muy compacta, por lo que se usa para la escultura y hay quienes la aprovechan para elaborar carbón por su combustión duradera, incluso mayor que la del mezquite.

Aunado a estas dos actividades y aunque el árbol está sujeto a protección especial por la NOM-059-SEMARNAT-2010, los desmontes de suelo para uso ganadero, agrícola o de vivienda han acabado con un gran número de ejemplares en el territorio sonorense y representan el riesgo más grave para sus poblaciones naturales.

Daniel Morales Romero, académico de la licenciatura en Ecología de la Universidad Estatal de Sonora (UES), explica que, de entre todas las amenazas a la especie, la que representa la escultura seri es la menor.

Las esculturas se realizan con material vegetal muerto, es decir, los artesanos no cortan los árboles, sino que recolectan piezas que cayeron naturalmente.

También existe una diferencia marcada en el sector artesanal, pues existen numerosos productores no indígenas dedicados a la fabricación de artesanías en Hermosillo, donde existen talleres con maquinaria y herramienta para elaborarlas.

“Por un lado, está el acaparamiento del mercado por artesanos locales, ya con el empleo de máquinas más especializadas”, dice el experto en flora regional.

“Desafortunadamente, en este tipo de actividades, tenemos mucha actividad clandestina y hay gente que, obviamente, pasa por encima de la ley, porque empieza a hacer extracción del material que se encuentra”.

De acuerdo con información proporcionada por la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), de 2018 a enero de 2020, este organismo ha recibido 135 denuncias por desmonte o tala de palo fierro en Sonora.

La Guardia Tradicional se encarga de resguardar el territorio de la Nación Comcáac, del que también forma parte la Isla Tiburón que, con sus 120 mil 800 hectáreas de superficie, es considerada la más grande de México, además de ser una Reserva Especial de la Biósfera desde 1963.

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Felipe Barnett, miembro de esta organización de vigilancia y quien también se dedica al monitoreo y preservación de especies animales y vegetales en la zona, afirma que la isla es rica en biodiversidad, por lo que también es hogar de un gran número de ejemplares de palo fierro que ahí permanecen desde hace décadas, respetados por la etnia.

“Cuando hacemos monitoreo en la isla, hay una parte donde ves árboles grandes, pero ya secos para cortar los pedazos. Ahí están, nadie se los lleva… yo he andado en la isla desde que tenía ocho años y siempre los he visto y la gente les tiene respeto”.

Tonatiuh Castro Silva, investigador de la Dirección General de Culturas Populares en Sonora, asevera que las esculturas de palo fierro elaboradas por artistas comcáac son mucho más que artesanía, aunque la sociedad occidental la menosprecie.

“Cuando el palo fierro se comenzó a popularizar, sobre todo, a partir de los años 70, ha cargado con este estigma de que se trata de una artesanía que no cuenta con los cánones propios del arte o de la escultura que sí se le reconoce a la que se crea en el mundo occidental”, argumenta. “No obstante, se trata de una pieza artística”.

Las esculturas de origen comcáac son plenamente distinguibles de las que se elaboran por artesanos locales, pues sus rasgos no son realistas como tal. Aunque para crearlas, los seris se basan únicamente en lo que observan a su alrededor.

“En el caso de las figuras o esculturas que realiza propiamente el artista comcáac, podemos identificar características como las siguientes: no se añaden a la pieza los elementos más tangibles del mundo real, no aparecen plumas, pelo, ojos o uñas”.

“Cuando vemos una figura muy detallada —por ejemplo, un águila— supongamos que sí está muy bien marcado su plumaje, esa no es una pieza comcáac”.

Lo mismo sucede con otras figuras como la Virgen de Guadalupe, un danzante de venado Yaqui o un juego de dominó, que no serían elaboradas por artistas seris, pues no están relacionadas con su territorio o como ellos lo nombran en cmiique iitom — su lengua — el Hant Comcáac.

“Si bien es cierto que el arte basado en el palo fierro ha afectado la población de esta especie, no es el principal motivo de que se encuentre en riesgo y es importante hacer esta acotación: se debe distinguir no sólo en cuanto a los rasgos de la escultura de los comcáac, sino que también en cuanto a los usos y el manejo que se ha hecho de los materiales”, dice el especialista.

Otro asunto a considerar, sostuvo, es lo que se paga por una pieza comcáac contra lo que se paga por una hecha por un artesano local.

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“Los artesanos mestizos o ‘cöcsar’, como les llaman los seris, están utilizando maquinaria y también recurren a ciertas técnicas que los seris consideran inadecuadas”, afirma. “Entonces, mientras que un artesano comcáac en dos días puede llegar a elaborar a mano de dos a tres figuras genuinas, de un promedio 20 centímetros, su costo sería de 200 a 300 pesos”.

Por el contrario, los artesanos que utilizan maquinaria como el torno, en una hora de trabajo, pueden elaborar hasta 20 figuras con las mismas características y abaratar sus precios drásticamente, hasta llegar a los 30 o 45 pesos, concluyó Castro.

“Mi tío Astorga siempre me decía ¿Por qué no haces una figurita? A ver si sale. Yo le decía: no tío, a mí no me interesa. Yo pesco y vivo en la pesca. Pero me dijo, algún día vas a necesitar, así que trata de hacer una”, plática don Ignacio.

“La primera figura que hice, era una toninita de palo fierro, se parece a un delfín y no usaba lija porque no había… la hice con una piedra pómez”, recuerda. 

Luego ondula un brazo para imitar el movimiento del mar y dice: “Cuando la marea sube mucho y luego baja, ahí deja la piedra”.

Don Ignacio tiene 74 años y abandonó la pesca cuando ya no pudo correr de un extremo a otro de la panga para jalar las redes.

Sus hijos le pidieron que parara, le prometieron ayudarle y él aceptó, pero decidió volver a las enseñanzas de su tío Astorga.

En su patio, toma un trozo de madera pesada y oscura con forma de concha, y dice: “De aquí sale una tortuga, este es su carapacho”. Y empieza el golpe de machete para retirar la corteza, luego, el rasguño del hacha para marcar la cabeza, las aletas y el centro de la tortuga.

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Terminarla, le tomará varios días. Quizás tres.“Por falta de herramienta, estoy trabajando muy lento, pero así me gusta, quiero que sea hecho a mano”, comenta mientras continúa golpeando el trozo de madera.

“Cuando vendo esto, me preguntan ¿Tiene máquina? ¿Tiene algo para hacer eso? No, es a pura mano, con escofina, lima y lija”. 

Mercedes Díaz, su esposa de 65 años, fue su primera alumna y ahora también trabaja el palo fierro. Hace aretes, collares y sujetadores para el cabello con figuras finas y pequeñas como caracoles y búhos.

Ella misma también creó un par de esculturas más grandes: una mamá sapo y su sapito. Es tímida para hablar porque afirma que le falla el español, pero muestra con soltura cómo le ayuda a su esposo a lijar cada pieza y a dar el pasón de grasa para zapato que le dará el brillo del acabado final.

Cuando el palo fierro se acaba, don Ignacio se sube a su camioneta y llega al monte. Busca piezas de madera caída de los árboles y las carga. Es muy minucioso con la selección de los pedazos, porque no cualquiera sirve de verdad.

“Yo busco palo fierro seco, bien seco, porque el palo fierro verde no me interesa, porque no conviene trozar el árbol, además, se parte, porque está verde; es difícil encontrarlo porque tienes que escoger, si encuentras un palo fierro seco y no es bueno para hacer las artesanías, entonces ya buscas otro”, explica don Ignacio.

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Dependiendo del tamaño, el artista vende sus figuras entre 100 y 600 pesos a turistas estadounidenses y mexicanos, quienes llegan a visitar el mar y el pueblo.

Pero eso no sucede muy seguido, mucho menos en temporada invernal, por lo que hoy enfrenta tiempos difíciles.“Me ayuda mucho el conocimiento que yo tengo, yo puedo hacerlo sin la máquina, yo puedo hacer cuatro o cinco figuras diarias.

Como no tengo comprador trabajo despacito, pero si me piden hasta cuatro o diez figuras, le echo ganas y sí lo puedo completar.

“Para mí, es muy difícil, porque yo no puedo manejar un celular, yo no puedo hacer una carta, porque yo nunca he ido a la escuela… ese es el problema que tengo”, manifiesta. 

“Es por eso que necesito a alguien, una persona que tenga un buen corazón, para que me eche la mano para poder vender, porque yo no tengo conocimiento de allá, de las ciudades grandes o de los compradores, para poder sacar mis figuras de aquí”.

Aunque no está muy seguro de cuántos artistas de este tipo de madera quedan en territorio comcáac, don Ignacio tiene claro que su deber es enseñar a otros.

“Antes en el año 76 o 77 toda la comunidad se dedicaba a eso, pero la gente de se fue afuera empezó a trabajar, luego se disminuyó la venta de nosotros hasta que llegó al suelo”, señala con pesadumbre.

“El favor que siempre le pido a la gente que me visita, es que me consigan algo económicamente para comprar material y luego enseñar a la gente, lo que yo quiero es enseñar a los muchachos de 14 o 15 años”.

Su objetivo, es que los jóvenes tengan un trabajo y ganen un poco de dinero. Para lograrlo, a don Ignacio le encantaría recibir en donación diez machetes y diez hachas, limas y lijas y una motosierra para partir los troncos que recolecta.

“Mi tío José Astorga estaba en un campo, en el monte, para aquel lado del Desemboque, mi tío siempre se quedaba en el monte, pero un día llegó con una figurita así, de estas: ‘hice esto para que la gente de la comunidad siga trabajando, que ganen dinero y compren lo que les pegue la gana, aquí, van a hacer mucho’, dice.

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Trabajó una codorniz como esta, pero bien tallada, con piedras o no sé con qué y le salió muy bien”, continuó don Ignacio, “entonces yo, como soy de los Astorga, tengo que seguir el ejemplo de mi tío Astorga; yo tenía como 30 años cuando empecé a trabajar y ahora tengo 73 años, es algo de tiempo… pero me siento muy a gusto de trabajar en esto”.

En territorio comcáac, los artistas tienen la habilidad de retratar el movimiento de los delfines entre las olas, la secuencia de vuelo de las parvadas en el cielo, la silueta perfecta de un borrego cimarrón en la cima de un cerro.

Con la escultura, narran la vida que les rodea y la plasman en la madera, para que, como su tradición, tampoco muera. 

Por Astrid Arellano Reportaje publicado en alianza colaborativa con Proyecto Puente.

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