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Negocios

Las empresas son las otras pacientes del Covid-19

Andrés Manuel López Obrador le cerró desde el inicio de su gobierno la puerta a las empresas, quienes han sido golpeadas por el Covid-19

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México enfrenta la peor crisis desde hace un siglo. Foto: Crisanta Espinosa Aguilar/Cuartoscuro.

Con angustia y tristeza se vive de cerca, si no es que en carne propia, el drama de amigos, familiares y conocidos contagiados de SARS-CoV2 (Covid-19). Aunque la tasa de mortalidad de este virus es realmente baja, en sí mismo padecer esta enfermedad y sobreponerse es sinónimo de sobrevivencia.

El gobierno de Andrés Manuel López Obrador fue y sigue siendo poco claro y es contradictorio y confuso, en su estrategia de prevención y combate de esta enfermedad. 

Antes de llegar a México el primer caso de Covid-19 no se tomaron las prevenciones suficientes ni se definieron las líneas de contención migratoria.

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Se minimizó el problema permitiendo que cruceros y aeronaves siguieran realizando sus rutas a México sin filtros ni cercos sanitarios estrictos, incluso se abrieron las puertas a pasajeros que no eran recibidos en otros países por riesgo de contagio.

De manera irresponsable se mandó el mensaje público de que el uso de imágenes religiosas era más efectivo que un cubrebocas, restando su importancia y ridiculizando el problema que se avecinaba. 

Tenemos un secretario de Salud, Jorge Carlos Alcocer Varela ausente y un súper subsecretario de Salud, Hugo López Gatell estelarizando un circo mediático, a quien en recompensa por su labor teatral entregarán el control de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), que hasta ahora había sido un órgano desconcentrado.

En materia de salud sí hay líneas de acción que se han sostenido, gracias a la intervención de algunos gobiernos estatales y a la iniciativa privada y ciudadana, contando desde luego con la labor titánica, heroica e incansable de doctores, enfermeros y personal médico en todas las áreas.

En la parte económica no existe planificación ni programas definidos y estructurados que contrarresten “la peor crisis desde 1932”, como lo calificó recientemente el secretario de Hacienda Arturo Herrera Gutiérrez. 

Esto no debe sorprendernos, porque el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador levantó la voz en contra del sector empresarial desde que tomó posesión del cargo. AMLO cerró el diálogo y la posibilidad de todo tipo de negociación con el CCE dirigido por Carlos Salazar Lomelín, excepto a aquellos ubicados dentro de su círculo cercano o de conveniencia política. 

Usa estandarte ideológico de “primero los pobres” para justificar programas de apoyo económico y entrega de dinero con recursos públicos, que no son autosustentables, disponiéndose de reservas y fideicomisos que están evaporándose y minando el ahorro solo para cumplir fines proselitistas.

Ni siquiera el ahogamiento de miles de empresas y la pérdida estrepitosa y masiva de empleos ha sido suficiente para sensibilizar al gobierno de Andrés Manuel López Obrador sobre la peligrosidad de no apoyar la fuente de empleo.

Esto es muy simple, si el trabajo se acaba y la empresa muere, con ello van de la mano el patrón, sus empleados y sus familias. 

No es momento de reavivar una lucha de clases, ni de levantar al proletariado en contra de los patrones, sino de fomentar, estimular y brindar las mejores condiciones de seguridad empresarial y social para sostener el trabajo desde sus dos pilares: empresarios y trabajadores.

Las empresas también son pacientes Covid-19 y muchas de ellas están en fase terminal, sin respiradores, ni ventiladores y, por el contrario, con facturas por pagar, familias que sostener y sueños que se resquebrajan.

Según el reporte del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) al 30 de junio de 2020, la disminución del empleo formal de enero a junio de 2020 fue de 921 mil 583 (novecientos veintiún mil quinientos ochenta y tres) puestos y, en los últimos doce meses se registró una disminución de 868 mil 807 (ochocientos sesenta y ocho mil ochocientos siete) puestos. Todo eso demuestra que la caída del empleo empezó antes de la pandemia y se agravó con esta. 

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No hay registros precisos sobre el trabajo informal, que en México representa 6 de cada 10 trabajadores. Pero se calcula que, entre trabajo formal e informal, más de 12.5 millones de personas perdieron su trabajo solo en abril. En mayo, de las 19.4 millones de personas disponibles para trabajar ese mes, 9.5 millones no lo hicieron debido a la suspensión de sus labores sin recibir pago.

Jonathan Heath, subgobernador del Banco de México (Banxico), escribió en Twitter que si los 12.5 millones se hubieran quedado en la Población Económicamente Activa (PEA), es decir, activos buscando trabajar, la tasa de desempleo de abril hubiera sido aproximadamente de 24.7 por ciento. “Así de grave”, sentenció.

De acuerdo con un análisis de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), México es uno de los países de América Latina y el mundo que menos recursos ha destinado al apoyo del sector privado.

México ha destinado apoyos y créditos para las empresas y negocios equivalentes a 3.8 por ciento del PIB. En contraste, Chile ha destinado 11.4 por ciento, Colombia 8 por ciento, Perú 7.6 por ciento, Uruguay 5.3 por ciento y Costa Rica 4.3 por ciento.

Lo dramático es que lo peor está por venir, según indican los especialistas financieros, si no se tienen programas de apoyo efectivos y una estrategia económica viable. Al menos el Paquete Económico 2021 presentado por la Secretaría de Hacienda para su aprobación en San Lázaro no lo está contemplando. 

El desempleo tiene rostro, nombre, no son solo números, son padres de familia que no pueden cubrir las necesidades básicas de ellos y sus hijos. Somos mexicanos que sobrevivimos en contra y a pesar de las circunstancias adversas que impone nuestro propio gobierno.

En el obituario también deben incluirse los nombres de empresas que día a día sucumben y no reciben un entierro digno, ni a veces queda su recuerdo, más que una herencia de problemas y huérfanos de empleo.

El rumbo económico del país está virando hacia un lugar que ya conocemos y tenemos bien explorado: océano “crisis”. Lo que desconocemos esta vez es su profundidad, pero los monstruos marinos están a la vista de todos y el gobierno está demostrando ser marinero de agua dulce.

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