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La Opinión

AMLO dice “o estás conmigo o estás contra mí”

El discurso del presidente de la República puede cobrarle factura si la oposición gana la mayoría en la Cámara de Diputados en 2021

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Jacques Coste
AMLO abrió un frente discursivo en contra de los aliados del gobernador de Jalisco.

“No hay medias tintas. El gran liberal Melchor Ocampo decía: los liberales moderados no son más que conservadores más despiertos. Es decir, no hay para donde hacerse: o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país.

Se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos a costa del sometimiento y del empobrecimiento de la mayoría de los mexicanos. Es tiempo de definiciones”. 

Ésas fueran las palabras que el presidente Andrés Manuel López Obrador pronunció el fin de semana pasado, con motivo de la polémica y las acusaciones recíprocas entre representantes del lopezobradorismo y partidarios y el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, tras las manifestaciones de protesta por el asesinato de Giovanni López a manos de policías.

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Aunque ése fue el detonante de las declaraciones del mandatario sus palabras son representativas de su gobierno y de su pensamiento en muchos sentidos. 

El mensaje que se extrae de ese discurso es: “Estás conmigo o estás contra mí”. Ésa es la esencia de la visión que López Obrador tiene del ejercicio del poder y de la política en sí misma.

Es una visión peligrosa por polarizante y divisiva para México.Polarizar es una práctica rentable en términos electorales. De hecho, en eso consisten muchas veces las campañas electorales.

Pero los problemas llegan cuando se recurre en exceso a ella para ganar una elección y, sobre todo, cuando se sigue haciendo uso de ella una vez que el candidato ganador llega al poder. Ése es el caso de López Obrador.

La polarización promovida desde el poder es peligrosa por dos razones principales: 1) impide el consenso social y los acuerdos políticos, condiciones indispensables para lograr reformas de gran calado o implementar políticas públicas ambiciosas y 2) distorsiona la esfera pública, menoscaba la pluralidad y clausura el debate racional y civilizado, condiciones indispensables para la vida democrática sana. 

En el caso de México es muy claro el primer punto. La sociedad luce cada vez menos cohesionada. Si bien la abrumadora desigualdad socioeconómica es la causa principal de las divisiones existentes, por lo que éstas anteceden al gobierno de López Obrador, el presidente las ha utilizado políticamente y las ha avivado intencionalmente.

Así, bajo las actuales circunstancias, todo lo que haga el gobierno está bien para unos y está mal para otros.

Si “no hay medias tintas”, uno no puede estar a favor de algunas políticas del gobierno y en contra de otras. O se está a favor del presidente o en contra de él: “no hay para donde hacerse”.

Eso dificulta que la sociedad demande la rendición de cuentas por parte del gobierno y merma la posibilidad de que la ciudadanía exija cambios concretos o mejoras en rubros gubernamentales particulares, ya que todo lo que hace el gobierno está mal o todo está bien.

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Lo mismo ocurre con la posibilidad de llegar a acuerdos políticos. Es cierto que el actual gobierno ha logrado impulsar múltiples reformas constitucionales en lo que va del sexenio. Esto ha sido posible, en parte, gracias a su mayoría parlamentaria (especialmente notable en la Cámara de Diputados) y la habilidad política de Ricardo Monreal, líder fáctico de Morena en el Senado.

Pero imaginemos que, en las elecciones de 2021, la oposición le arrebata la mayoría a Morena en la Cámara de Diputados. Si esto ocurre, el país quedaría estancado en términos legislativos durante tres años.

¿Por qué? Porque la polarización auspiciada por Palacio Nacional dificulta el diálogo entre los distintos partidos políticos y las diversas facciones parlamentarias. Bajo esta lógica, es fácil que los legisladores de oposición asuman una actitud obstruccionista y que el Ejecutivo adquiera una posición impositiva y renuente a la negociación.

En términos llanos y simplificadores: para el oficialismo, todo lo que provenga de Palacio Nacional debe aprobarse, porque así lo dispuso el presidente López Obrador y, por tanto, es bueno para México; para la oposición, todas las iniciativas presidenciales deben frenarse, porque las propuso López Obrador y esto las hace malas en sí mismas.

Esto nos lleva al segundo punto: el daño que causa la polarización a la esfera pública. El diálogo y la pluralidad son aspectos indispensables para la vida democrática.

Sin pluralidad, el espectro político se reduce a condiciones binarias y mutuamente excluyentes —“o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país”—, lo que merma el diálogo e impide el entendimiento entre grupos políticos distintos. Así, el conflicto y la confrontación prevalecen.

Esto no es menor. Gracias a la pluralidad y el diálogo entre facciones se han gestado las grandes transformaciones del país. La Constitución de 1917, o “la primera Constitución social” como le gusta llamarla al presidente, no fue obra exclusiva del carrancismo.

Las distintas facciones revolucionarias participaron en su discusión y redacción. El gobierno del general Lázaro Cárdenas, que tanto venera López Obrador, fue posible gracias a la previa conformación del Partido Nacional Revolucionario (PNR, antecesor del PRI), que no era una estructura homogénea, sino que integraba a los distintos bloques de la “familia revolucionaria”. Además, la expropiación petrolera, hito del cardenismo y gesta histórica sacrosanta para el lopezobradorismo, se logró gracias a un gran consenso social.

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El listado de ejemplos es largo. Lo que importa es que los grandes cambios que se logran por la vía política (no por la vía de las armas ni de la movilización social) no se alcanzan mediante la polarización, sino mediante el diálogo, el consenso y los acuerdos.

Si López Obrador aspira a ser el artífice de “la cuarta transformación de la vida pública nacional”, va por la ruta equivocada; la polarización no es el camino.

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