Sin rumbo fijo, la lucha de una familia venezolana en la frontera

Una familia venezolana, formada por el papá, la mamá y su hija de dos años, llegaba cada día al crucero de la avenida Heroico Colegio Militar y Costa Rica, en Ciudad Juárez. En sus manos, la mujer sostenía una cartulina que decía: “¡Hola! Somos venezolanos, nos ayudas a reunir para podernos regresar a nuestro país, gracias por tu bendición, Dios te bendiga.” 

El rostro de la madre reflejaba una mezcla de esperanza y desesperación mientras pedía la colaboración de los transeúntes .Llevaban apenas dos semanas en la frontera, pero los recursos con los que llegaron se habían agotado rápidamente.

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Sin embargo, el sueño de cruzar a Estados Unidos se desvaneció cuando, tras meses de espera, sus citas a través del sistema CBP One fueron canceladas, pues al igual que muchos migrantes, habían llegado con la ilusión de conseguir una oportunidad en el país vecino, pero la cancelación de sus citas acabó con cualquier esperanza de lograrlo.

Por su parte, el padre de familia relató que, ante la imposibilidad de cruzar y la falta de recursos para mantenerse en Ciudad Juárez, habían tomado la difícil decisión de abandonar la frontera norte, ya que no podían permitirse esperar más ni seguir luchar contra las dificultades económicas en México. 

Por consiguiente, decidieron que su siguiente destino sería el sur de México, con la intención de llegar a la Ciudad de México y, de allí, continuar su travesía hacia Guatemala o algún otro país de Centroamérica.

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El regreso a Venezuela, mencionaron, era la última opción, pero después de meses de incertidumbre, habían perdido la esperanza de que las condiciones en su país mejoraran pronto, y aunque su sueño inicial era mejorar su calidad de vida cruzando a Estados Unidos, la realidad los empujaba a buscar oportunidades en otro lugar. La idea de regresar a su tierra natal era demasiado dolorosa para ellos, por lo que su foco ahora estaba en encontrar un nuevo camino hacia el sur.

Las horas pasaban y la familia seguía en su rutina diaria, pidiendo dinero a los conductores que se detenían en el semáforo; cada centavo recolectado era un paso más cerca de su meta: juntar suficiente dinero para tomar un transporte hacia la Ciudad de México. Desde allí, continuarían su viaje hacia el sur, con la esperanza de encontrar una oportunidad que les permitiera rehacer sus vidas, lejos de las incertidumbres de la frontera.

Además, el padre expresó que, en su mente, ya no quedaba espacio para un retorno a Venezuela, “Nos gustaría quedarnos en algún lugar de Centroamérica”, dijo. 

“Si no podemos quedarnos en Guatemala, intentaremos llegar a Honduras, o incluso más al sur si es necesario.”, agregó. 

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Las palabras reflejaban la determinación de una familia dispuesta a seguir adelante, pese a los obstáculos y la adversidad; la migración no era un viaje fácil, pero lo que buscaban no era solo un destino, sino una oportunidad de construir un futuro.

Hace siete meses, la familia había estado en la Ciudad de México, en espera de que la cita para ingresar a Estados Unidos se concretara; sin embargo, la espera se alargó sin respuesta y, para cuando llegaron a la frontera de Ciudad Juárez, las citas fueron canceladas.

Salvador Miranda|El Heraldo de Juárez