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Entre ritos y memoriales: Así recuerdan los normalistas de Ayotzinapa a los 43 desaparecidos

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El actual presidente está por terminar su sexenio y no ha mostrado avances en el caso de Ayotzinapa.

Las consignas que emiten los normalistas de Ayotzinapa ante las estelas levantadas en honor a los compañeros asesinados en Iguala son, al principio, incomprensibles. Los gritos son tan potentes y desgarradores que no les importa destrozarse la garganta; respiran profundo, aprietan los ojos, se les inflan las venas del cuello.

Es tal el esfuerzo de los dolientes que las palabras no salen con claridad. Quizá sea porque no son consignas, son lamentos, alaridos, espasmos que no necesitan traducción.

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El Sol de México atestiguó las ceremonias que el pasado 27 de agosto realizaron los estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos en los sitios donde, la madrugada del 27 de septiembre de 2014, fueron perseguidos, torturados y asesinados tres alumnos.

Fue el ritual previo al aniversario número 10 de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa, para el que se esperan grandes movilizaciones, tanto en la Ciudad de México como en esta ciudad de Guerrero.

El primer acto luctuoso es un terregal ubicado en la colonia Ciudad Industrial del Valle de Iguala (CIVI), al fondo de la calle Industria Textil, donde fue acribillado Julio César Mondragón, un estudiante de nuevo ingreso que trataba de esconderse cuando policías y criminales irrumpieron en la conferencia de prensa nocturna que, de manera improvisada, daban alumnos y maestros para informar sobre los ataques que sufrieron.

A simple vista es una calle sin pavimento ni alumbrado público, pero los 150 metros que hay entre el Periférico y el memorial de Julio César son un mausoleo a la impunidad. “Fue el puto Estado”, “Quien ve una injusticia y no la combate, la comete”, “Seguiré sembrando rebeldía hasta que coseche libertad”, se lee entre las decenas de pintas que hay en las bardas que conducen al santuario.

Sobre la pinta que reza “Ayotzinapa 10 años resiste e insiste” se puede ver un deslavado número 9, y sobre éste un tenue 8, en una señal de que el tiempo pasa, pero no así las exigencias de justicia y verdad.

Eran las 13:10 de la tarde, con una temperatura de 37 grados, cuando arribaron los tres camiones que transportaban a los normalistas; en total son 63 los jóvenes rapados que descienden de las unidades de las empresas Costa Line y Estrella de Oro.

Formados en fila india, sin hablar y mirando al piso, los estudiantes se colocan alrededor de la loza de concreto donde fue colgado un retrato de Julio César Mondragón.

“Estamos a un mes solamente de cumplir ya 10 años de aquel crimen perpetrado por el Estado mexicano en contra de estudiantes de la normal de Ayotzinapa”, dice el orador, uno de los normalistas de grados más avanzados que van al frente del grupo de principiantes.

El intenso entrenamiento para ser estudiante de la Normal

Tres aspectos distinguen a los líderes de los estudiantes de nuevo ingreso: no están rapados, portan playera con escudos de la escuela y pueden moverse con libertad.

En cambio, los menores —de la misma edad y fisonomía que tenían los 43 desaparecidos— van sin uniforme, con huaraches, mochila al hombro y tienen estrictamente prohibido siquiera murmurar o salirse de la formación.

Guillermo de la Cruz, cronista de la ciudad de Iguala y estudioso del caso Ayotzinapa, cuenta que los alumnos de nuevo ingreso son rapados y además sometidos a pruebas de resistencia física como una forma de saber si son aptos para el activismo y, por lo tanto, si tienen derecho a seguir avanzando en sus estudios como docentes.

Antes de colocar la ofrenda floral, el orador lamenta que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, un “presidente que dice ser de izquierda”, no haya podido avanzar en las investigaciones del caso y haya defendido “a capa y espada” al Ejército mexicano.

También cita los nombres de Enrique Peña Nieto, Jesús Murillo Karam, Tomás Zerón de Lucio y Omar García Harfuch como los responsables de la llamada “verdad histórica”.

“Porque el color de la sangre jamás se olvida”, grita un grupo de normalistas. “Los masacrados serán vengados“, responde otro. “¿Y quién los vengará?”, vuelve a exclamar el primero. “El pueblo organizado”, contesta el resto.

La segunda escala está a 850 metros de distancia, en el cruce de las avenidas Periférico Norte y Juan N. Álvarez. En ese punto, los choferes estacionan de tal modo los camiones que no sólo cortan la circulación en la lateral de la vía rápida, sino que forman una herradura que envuelve a los normalistas frente a la estela en honor a Daniel Solís Gallardo y Julio César Ramírez.

Ese fue el punto donde se realizó aquella fatídica conferencia de prensa, donde los maleantes llegaron a rematar a los alumnos que previamente ya habían sobrevivido al acoso de policías municipales coludidos con grupos de la delincuencia organizada.

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Sin cruzar palabras entre ellos, sin emitir sonidos, los normalistas vuelven a descender de los autobuses y a tomar sus posiciones con la misma sumisión que en el primer ritual.

“Tienen la orden de callar y obedecer, como en la milicia”, comenta el historiador Guillermo de la Cruz. “Los alumnos de grado más avanzado son como los capitanes y los de nuevo ingreso son los soldados rasos, y la indisciplina se paga caro”.

“Vestido de verde olivo, políticamente vivo. No has muerto, no has muerto, camarada. Tu muerte, tu muerte será vengada“, rugen de nuevo los alumnos, algunos de los cuales comienzan a dar muestras de dolor, pero deben desgañitarse a riesgo de ser reprendidos por el centinela que los guía.

Los normalistas rapados, con edades que van de los 17 a los 19 años, portan mantas con leyendas que dicen “La única verdad histórica es que fue el Estado”, “Nos faltan 43” y “Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos“.

Los estudiantes que portan las mantas deben sostenerlas por lapsos de más de cinco minutos con los brazos extendidos por arriba de la cabeza. Aquellos que intenten bajarlos por cansancio son reprendidos por su guía, quien es el único autorizado para decidir si algún otro alumno debe relevar a los más agobiados.

“El actual presidente está por terminar su sexenio y no ha mostrado avances en el caso. Al final ha mostrado, supuestamente él, un informe hacia los padres, pero en el cual solamente ha descalificado las investigaciones”, reclama el segundo orador.

“Una nueva presidenta va a estar al mando de la jefatura del gobierno y va a seguir mostrando lo mismo“, se lamenta, en alusión a la próxima mandataria, Claudia Sheinbaum.

“Vamos a seguir las movilizaciones, haciendo frente al gobierno, en conjunto con organizaciones sociales. Vamos a seguir en este movimiento y en la lucha constante hasta encontrar verdad y justicia. Hasta la victoria siempre”, advierte el normalista, antes de pedir que se entone “Venceremos”, el himno adoptado por los estudiantes.

“Sembraremos las tierras de gloria, socialista será el porvenir. Todos juntos haremos la historia, a cumplir, a cumplir, a cumplir”, dice el canto de guerra.

Carlos Tovar y Araceli Martínez | Enviados | El Sol de México

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