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Sonora

Arturo Ballesteros, el médico que convirtió su comedor en un consultorio virtual

Frente al aumento de contagios por Covid-19 en Hermosillo, Arturo Ballesteros Sandoval tomó la decisión de dejar su consultorio y atender a sus pacientes desde su hogar vía plataformas digitales

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Doctor Arturo Ballesteros Sandoval
Doctor Arturo Ballesteros Sandoval. Crédito: Astrid Arellano

HERMOSILLO, Sonora. El doctor Arturo Ballesteros Sandoval se quedó en casa desde que se descubrió dentro de los grupos de riesgo ante el Covid-19. Sus 64 años de vida y la hipertensión lo obligaron a apartarse físicamente de su lugar de trabajo, pero no a detenerse. En el comedor familiar, el médico instaló su consultorio virtual: computadora, celular con WhatsApp, pluma, libreta y su bloc de recetas médicas.

Abril, su hija menor, empezó a documentar su atención a los pacientes a distancia. Unas fotos donde el médico aparece atento al teléfono, acompañadas de un mensaje, lo hicieron popular en Twitter y las citas de personas nuevas, los agradecimientos por sus años de servicio y las anécdotas de sus pacientes de siempre, mantienen al celular de Abril en vibración por tantas notificaciones.

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“Mi papá es (el mejor) médico general y no está yendo a su consultorio ya que entra dentro de la población en riesgo de Covid. Pero está consultando por cel, fotos y video, ya que lleva mucho tiempo sin su ingreso regular”, escribió la joven médica veterinaria.

“Terminé mi consulta a finales de marzo”, narró el médico, “que fue cuando empezó a incrementarse el número de contagios y, viendo las estadísticas, revisando todos los días lo que estaba sucediendo en el mundo, uno va asociando las morbilidades que acompañan a los casos que más se complican y tienen la necesidad de llegar a una atención de terapia intensiva. Yo tengo 64 años y soy hipertenso, entonces, dije: pues yo quiero todavía estar aquí trabajando, no quiero arriesgarme de manera innecesaria”.

El médico no puede evitar reírse cuando explica que se dio cuenta de “la travesura” de su hija cuando su teléfono empezó a sonar, con un paciente nuevo tras otro, durante todo el jueves y el viernes.

“Esta traviesa me tomó esas fotos y no me di cuenta hasta que me empezaron a marcar para decime que me habían visto en Twitter y que estaban interesados en consultarse en línea”, dijo Arturo, “ahorita, con esta situación que estamos atravesando, la gente tiene mucho miedo de ir a los hospitales y a las instituciones, entonces, una consulta en línea es un consejo médico: no todos son candidatos a consulta virtual, no todo se puede resolver, entonces tenemos que hacer un interrogatorio, a manera de tamizaje, para ver si es candidato a que yo le pueda ofrecer algo o si vemos datos que sugieran una necesidad de atención presencial, lo delegamos a un médico que esté en condiciones de hacerlo”.

Arturo Ballesteros ha convertido su comedor familiar en un consultorio virtual. Crédito: Astrid Arellano
Arturo Ballesteros ha convertido su comedor familiar en un consultorio virtual. Crédito: Astrid Arellano

Cada mañana, el médico se levanta a las 05:30 y se prepara un café. Es puntual para que le alcance el día. Sale al patio a limpiarlo y a regar las plantas, luego hace ejercicio: todas son actividades buenas para la salud mental, aseguró. Luego desayuna y empieza la consulta. Durante doce horas —a veces un poco más— está pendiente de contestar a sus pacientes a través de las herramientas digitales. “Siempre estoy presente”, dice, y los celulares son sus aliados.

“La maravilla es la calidad de la foto, con las cámaras en los celulares, es muy buena”, explicó el doctor, “les digo que limpien la lente y tomen todas las fotos que quieran, con las que se sientan conformes y que me las envíen; si necesito más se las pido y también los guío para que la foto sea más precisa”.

En algunos casos, el médico también pide fotografías de todos los medicamentos que los pacientes consumen para conocer su estado de salud, sobre todo, si tienen morbilidades como diabetes e hipertensión, para saber qué recetar o remover “con ética”, aseguró.

“Por ejemplo, para tomar una foto de la garganta, les pido que usen una cuchara”, describió Arturo, “que traten de abatir la lengua sin meter mucho la cuchara para evitar un arqueo y provocar el vómito. Y como las selfies: tomas 500 y me mandas las más bonitas”, ríe, “si no se ve bien, les pido que se acerquen a una ventana para tener luz natural o que las tomen con flash; los videos me los mandan, por ejemplo, cuando hay un paciente que camina ‘raro’ o los niños y bebés que tienen un movimiento anormal”.

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Hace una semana le llamó una madre de familia. Al teléfono, le narró que su hija tenía un fuerte dolor abdominal, que ya había consultado con otro médico que le diagnosticó colitis y que llevó un tratamiento para ello, pero que el dolor no había desaparecido.

“¿Qué edad tiene? ¿Dónde le duele?”, explicó el doctor sobre el inicio del procedimiento, “así me empezó a decir los síntomas, los signos y la empecé a guiar para que me siguiera diciendo, hasta que le dije que tenía un cuadro muy sugestivo de apendicitis, que a lo mejor me equivocaba, pero que tenía que ir a un servicio médico, a un hospital a que le hicieran un ultrasonido y exámenes de sangre”.

Si no era apendicitis, mejor, dijo el médico. “Me daría mucho gusto que la mandaran a su casa, le dije, pero más tarde me habla la mamá y me dice que, efectivamente, le hicieron los estudios a su hija y que sí, que la iban a operar porque tenía apendicitis”.

Arturo ha recetado a pacientes por más de tres décadas. Crédito: Astrid Arellano
Arturo ha recetado a pacientes por más de tres décadas. Crédito: Astrid Arellano

La acción de saber escuchar a los pacientes por más de 30 años lo ha dotado de sensibilidad para atenderles y saber hasta dónde puede ayudarles con su nuevo método de trabajo que ha resultado efectivo, afirmó, pues la mayoría de los casos se pueden resolver con base en la narración de las personas. Ahora, con la sospecha de casos de Covid-19, no ha sido la excepción.

“Hay tanta saturación en los hospitales que, a veces, si detectamos a algún paciente que tuviera síntomas sugestivos de este virus, pero que apenas está empezando, pudiéramos eventualmente hacer un esquema de tratamiento convencional, con lo que más se usa en todo el mundo y mejores resultados ha dado, que no es agresivo; evitamos los medicamentos que pudieran tener algún riesgo y, a veces, es suficiente para que puedan pasar ese evento en su casa, sin necesidad de llegar a un hospital, pero con la advertencia de que, si hay algún tipo de agravamiento, deben ir”.

El médico explicó que, de acuerdo con su valoración y con la posibilidad de que el paciente cuente con un oxímetro —un dispositivo para medir el porcentaje de oxígeno en la sangre—, se decide si el paciente necesita realizarse la prueba para detectar el virus y, con base en el resultado y sus síntomas, determinar si se puede manejar en casa o si es necesaria una atención hospitalaria para que se le tomen radiografías y tomografías de tórax. Durante el proceso, él se encarga de monitorearles a distancia.

“Ni la Secretaría de Salud tiene la capacidad [de contabilizar y reportar todos los casos de coronavirus]”, afirmó el doctor, “en realidad, la mayoría de los pacientes que tienen Covid-19 ‘la pasan de noche’, es decir, tienen síntomas muy leves o hay algunos casos, un grupo muy numeroso que no podemos conocer porque no se pueden hacer pruebas masivas, entonces, conocemos el número de pacientes que llegan a los hospitales y se les puede hacer una prueba, pero no conocemos todos los que andan navegando sin bandera, que no tienen síntomas característicos o dramáticos y que tienen Covid, esa es una realidad mundial”.

Olga, esposa de Arturo, cuida que su esposo no se enferme. Crédito: Astrid Arellano
Olga, esposa de Arturo, cuida que su esposo no se enferme. Crédito: Astrid Arellano

Su consultorio particular, en donde ha trabajado por más de 30 años, hoy está cerrado por la contingencia y le da nostalgia estar lejos físicamente de las personas, sobre todo, cuando desarrolló un aprecio por los pacientes que ha atendido por generaciones.

“Extraño el contacto humano”, aseguró vía telefónica, “definitivamente, siempre he sido muy afectuoso con mis pacientes: tenía la costumbre de recibirlos, despedirlos y abrazarlos… y ahora, a partir de que empezó esto, las últimas consultas, ya ‘como chino’: con saludo a la distancia, con cubrebocas y, ni modo, quedándome con las ganas y explicándoles que esta iba a ser una nueva forma de tratarnos y que así va a ser en el futuro”.

La ventaja de hoy es que puede trabajar de manera libre en casa, sin el agobio del cubrebocas y las caretas. Además, cuando sus pacientes necesitan medicamentos como antibióticos, puede dejar las recetas físicas pegadas con una cinta en el cerco de su casa y las personas las recogen sin ponerse en riesgo. Él les saluda desde la puerta.

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En casa, vive con su esposa Olga y sus hijos Arturo, David y Abril, además de tres perros y tres gatos. Para protegerse, todo se mantiene completamente desinfectado con el arduo e importante trabajo de Olga, a quien el médico llama la “heroína de la película”. Además, todos conviven con “Susana Distancia”, porque dos de los hijos trabajan afuera y esto ha sido difícil para todos.

“Cumplimos todos los requisitos, pero parece casa de japoneses con el montón de zapatos y la charola para sanitizar los objetos; cuando llegan mis hijos se quitan lo que pueden afuera y se van derecho al baño. Nos saludan de lejos y eso es triste, es doloroso, porque hace mucha falta el abrazo, la cercanía. Eso es lo que más extraño”.

Por eso el médico llamó a la gente a apoyar a sus colegas del servicio de salud, quienes han sufrido enormemente los efectos del Covid-19 con contagios y lamentables muertes: cualquier síntoma que lleve a una sospecha sobre la enfermedad, nadie debe dudar en pedir asistencia médica, enfatizó.

La familia de Arturo toma todas las medidas de prevención para evitar contagios. Crédito: Astrid Arellano
La familia de Arturo toma todas las medidas de prevención para evitar contagios. Crédito: Astrid Arellano

El médico vuelve a revisar mentalmente los mensajes que ha recibido durante estos días y vuelve a sonreír.

“La sonrisa no se me quita de la cara”, concluye, “el ser humano vive de esto, del reconocimiento, y cuando se despiertan esos pacientes que he visto durante mucho tiempo, durante toda la vida y me dicen, oiga, todavía me acuerdo cuando me contó que su hija ya podía pronunciar la erre, ¿cómo no se va a emocionar uno? Todas esas donde se acuerdan de que yo siempre uso tinta sepia para hacer mis recetas, es una serie de experiencias muy emotivas. Es maravilloso. No importa que no me consulten, nomás con que hayan subido su comentario, a mí, me alimenta”. 

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