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CDMX

Lo que el sismo del 85 me dejó, ser rescatista por amor a la vida: Carlos Hernández

“Dicen por ahí que cuando cubres un servicio a bordo de una ambulancia, con sirena abierta, ya jamás te quieres bajar”, dice el subdirector de Salvamento y Rescate del ERUM

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Foto: Cuartoscuro

Él se define a sí mismo como “un apasionado del rescate”, y es que Carlos Hernández Colín, subdirector de Salvamento y Rescate del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM) tiene ya 35 años en esta institución y en todo este tiempo ha participado en diversas acciones de auxilio a la población, no sólo en la Ciudad de México, también en otros estados de la República.

“Empecé como todos, las plazas que había en ese momento eran de socorrista, operador y médico, empecé a bordo de una ambulancia, nos dieron una capacitación para empezar a trabajar en las unidades; tuve la fortuna de que mi papá fue fundador del ERUM, así que el amor a la camiseta siempre lo hemos tenido”, explica.

Inició su carrera como asistente en una ambulancia, contestando los llamados por el radio, buscando ubicaciones en la Guía Roji y algunas otras funciones; poco después, el entonces director de ERUM, capitán Heriberto López Pineda, le preguntó qué camino deseaba tomar en la institución.

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“Hay dos caminos en el ERUM: te gusta la atención prehospitalaria y la medicina y te conviertes en un paramédico, o estudias para ser médico; o, la otra, el área de rescate: extracción vehicular, rappel, estructuras colapsadas, buceo, empecé a salir con los grupos de rescate y me gustó”, cuenta.

Colín, como lo conocen en el Escuadrón, eligió el rescate, empezando por las áreas de rescate vertical y buceo, “creo que son las dos actividades que más me emocionan; a mí me gusta mucho esto, no sé hacer otra cosa, dejó de ser mi trabajo y ahora es parte de mi vida, me gusta mucho salir a rescates”.

Al principio de su carrera, escuchar el llamado de emergencia significaba querer salir corriendo, aún sin saber de qué se trataba ¡vamos! decía, ahora piensa detenidamente en los requerimientos de acuerdo con lo necesario para atender la situación, y no cargar de más. Cambia la perspectiva cuando uno inicia a cuando ya se adquiere la experiencia, afirma.

 “Hay muchos rescates que hemos hecho, largos, de mucho esfuerzo y cada uno te va dejando algo; las explosiones de Guadalajara, tenía apenas seis años trabajando en ERUM. Fue impresionante, ver los coches y camiones arriba de las casas y sentir el miedo de que volviera a ocurrir, cada rescate te deja un recuerdo”, apunta.

Sobre su vocación, el subdirector de Salvamento y Rescate del ERUM es muy claro: “Dicen por ahí que cuando cubres un servicio a bordo de una ambulancia, con sirena abierta, ya jamás te quieres bajar, yo creo que la adrenalina que fluye por tu cuerpo, llegar a ayudar a alguien, entregar con vida a alguien en un hospital o rescatar a alguien de entre los escombros e incluso un cadáver y entregárselo a sus familiares, de ahí se te va formando el cariño y la vocación”.

Aquel 19 de septiembre de 1985, Carlos Hernández Colín no sabía aún que ser rescatista sería su forma de vida, pues recuerda que minutos antes del temblor, salió de su casa para dirigirse a la escuela, sin saber que en el camino se encontraría con la desgracia.

“En el 85 iba yo a la escuela, tomaba el trolebús que circulaba todo Eje 4 Sur y justo al llegar a Eje Central se paró y todo se empezó a mover, la gente le gritaba al operador que abriera las puertas, pero se negaba, de pronto se nubló todo con polvo; después supe en las noticias lo que pasó”, recuerda.

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“Un niño se agarró de mi pierna y se puso a llorar, yo quería llorar con él, un sismo de esa magnitud ni lo conocíamos”; narra que él intentó llegar al Metro Etiopía, pero no lo dejaron pasar, “regresé a mi casa, vi todo el desastre y le dije a mi mamá: yo creo que mi papá no va a llegar hoy, y de eso fueron ocho días que le trajimos ropa a la base”.

En ese entonces, no sabía que sería de su vida, en la vocacional estudió dibujo industrial, su intención era ser arquitecto, pero el destino lo llevó a tener que decidir entre la Policía Federal, la Procuraduría o Rescate, optó por la tercera opción para tener el cobijo de su padre.

“Mi primer servicio fue muy impresionante, se electrocutó un niño, me subieron a una ambulancia, yo ni las claves me sabía”, sin saber por completo qué es lo que le pedían, ayudó como pudo al personal; al llegar a la base, pidió a los veteranos que le enseñaran porque para él le hubiera gustado ser más útil en la emergencia. Fue el parteaguas para aprender.

“Tuvimos un simulacro (el 19 de septiembre de 2017), fueron como siete escenarios, por lo que teníamos al personal activado” al terminar, se reunieron en la base para convivir un poco con el personal certificado USAR (Urban Search And Rescue, por sus siglas en inglés), de un momento a otro, comenzaron a sentir el movimiento, dice Carlos Hernández.

Por los radios comenzaron a sonar los llamados de emergencia, los mismos equipos que se encontraban activados para el simulacro, así fueron asignados a la revisión de los sitios colapsados. “Yo tuve que salir en una moto, para que fuera más ágil; llegue al Rebsámen hasta que me tuve que mover a otro lado, había muchos voluntarios, fue imposible montar un puesto de comando”.

“En el sismo estuvimos trabajando 15 días, hasta que rescatamos el último cuerpo sin vida del edificio de Álvaro Obregón 286, ese fue el edificio que más nos tardamos en completar la extracción de todas las víctimas; independientemente de la desgracia, el ver a mis compañeros trabajar sin parar; muy pesado, mucho riesgo, pero logramos desmontar el lugar”, explica mientras desgrana recuerdos que aún le impactan.

“Tratándose de un colegio te pega porque tienes hijos y sabes lo vulnerable que son los niños, ver ese colapso tan grande, uno nunca pierde la esperanza de encontrar a gente con vida, pero sabemos también de la fragilidad de los niños, te pega, ves el desastre y si te causa algo, pero de inmediato piensas en cómo realizar las maniobras; hay mucha gente que quiere ayudar, pero las primeras horas son vitales para que trabajen los profesionales”.

Controlar los sentimientos, afirma Carlos Hernández, es crucial para las labores de rescate, sin embargo, hay momentos en los que éstos salen a flote.

“No es que hagas a un lado los sentimientos, te debes enfocar en lo que estás haciendo, sin duda son sentimientos encontrados muy grandes que tienes que aprender a dominar, a veces te dicen que no es momento de demostrar los sentimientos, después lloramos si quieren”, les dice a quienes conforman su equipo de trabajo.

Ha llorado después de un rescate, a la mitad de un servicio siempre paran para determinar si el camino es correcto o hay que corregir la estrategia, “es el momento en el que se descosen, lloran, gritan y se insultan, se dicen de todo y es parte de sacar el estrés; es necesario conocer al personal para entenderlo, hay que ser empático con ellos, somos parte de un equipo de trabajo”.

Tras 35 años de labores ininterrumpidas, Carlos Hernández Colín piensa ya en un retiro, quizá no pronto, dice, pero buscará su meta que es formar una escuela de buceo o de rescate para unificar criterios entre todas las dependencias y con eso poder salvar mas vidas en caso de desastres naturales.

José Melton | La Prensa

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