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Seguridad

Don Pedro Ruiz: El aguador más longevo del cementerio El Saucito, en San Luis Potosí

“No le tengo miedo a los difuntos, le tengo miedo a los vivos, ya no se sabe qué esperar de las personas”, dijo el hombre de 63 años que desde los 18 trabaja en el camposanto

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Fotos: Juanita Olivo

SAN LUIS POTOSÍ, San Luis Potosí. En medio de un ambiente fúnebre, en las callezuelas que se encuentran dentro del cementerio El Saucito, se logra distinguir a don Pedro Ruiz, el aguador más longevo de este panteón.

De 63 años de edad y 45 años dedicados al loable oficio, todos los días espera paciente a que llegue una persona o familia a visitar el mausoleo de su difunto para así ofrecer su servicio como aguador.

“Llegué aquí a los 18 años. Yo era ayudante de albañil y en ese entonces ese trabajo era muy mal remunerado. Luego me dijeron que aqui necesitaban aguadores. No sabía de qué se trataba el trabajo, me explicaron que un aguador es el que se encarga de limpiar las tumbas y me quedé”, refirió.

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Desde entonces, ya hace más de cuatro décadas, don Pedro acarrea un aproximado de 70 litros de agua y realiza entre 10 y 20 vueltas diarias a lo largo de este panteón, para así limpiar la tumba que le pidan, sin titubear y sin miedo, pues ya se ha acostumbrado a andar entre los fallecidos.

“De eso se trata este oficio. Limpiar y llevar el agua para retirar cualquier suciedad, y si el cliente lo requiere dejar una poca para que la utilice en las flores de su difunto”.

Comentó: “ya ha sido tanto tiempo el que tengo aquí, que ya ni recuerdo cuánta agua he cargado, ni las veces que mi pala ha tocado el piso”.

Dom Pedro dijo que “mucha gente piensa que a los aguadores nos da miedo trabajar aquí en el panteón, por los difuntos. Pero no, más le temo a un vivo, ya no se sabe qué esperar de las personas”.

Él comienza su día acomodando su bicicleta donde carga dos cubetas de lámina para depositar el agua y una pala para quitar la maleza del área y alguna que otra ocasión, las maldades que gente sin escrúpulos entierra en el mismo cementerio.

Para comenzar su trabajo, solo basta que le indiquen dónde queda la lápida a limpiar y ya sea caminando o montando en su bicicleta, se dirige a realizar su labor.

El costo por limpieza alcanza los 50 pesos y un total de 30 minutos es el tiempo en que tarda en llevarlo a cabo. Comienza con el retiro de la maleza, para después lanzar agua sobre la tumba y retirar así el polvo que se ha quedado con el tiempo. En cada tumba, según el tamaño, se puede gastar de cinco a 10 litros de agua.

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“Hay nichos o mausoleos que ocupan todo un lote y es ahí, cuando más agua se puede utilizar, aunque yo trato de no usar mucha para no gastarla. Me dedico más a deshierbar y quitar cualquier basura que se pueda encontrar en el lugar”, abunda.

“El agua que utilizamos es agua tratada y la vienen a dejar en pipas, así tenemos para trabajar todo el día”.

Pero como todo, menciona Don Pedro, es una labor exigente que en ocasiones requiere el doble de esfuerzo. Sin embargo se dice orgulloso de ser aguador.

Hay gente que nos trata mal y nos señala. Cree que somos flojos porque nos mira sentados aquí en la entrada del panteón, pero así se estila. Uno espera a que llegue la clientela, nos dicen la ubicación del sepulcro y nos lanzamos a limpiarlo”, lamenta.

Aseguró que “lo mejor son las propinas, cuando ven que uno limpia bien y deja bonita la morada de sus difuntos”.

Las voces del panteón tienen rostro y nombre, y don Pedro Ruiz lo sabe, quien a lo largo de todo este tiempo ha limpiado centenares de tumbas en este cementerio, desde recintos fúnebres de personajes ilustres como la tumba del exgobernador Carlos Diez Gutiérrez, hasta sepulcros de pequeños que se adelantaron a su partida.

“Me ha tocado limpiar tumbas de políticos, personajes de la cultura potosina y de todos. A los más famosos casi ni los visitan sus familiares, es común que vengan amigos a pagar por la limpieza o de plano no viene nadie”, añadió.

Para don Pedro, ser aguador es una manera de sobrevivir, pues entre la necesidad aprendió el oficio, trabajo que hizo suyo y que hoy le ha enseñado -en sus palabras lo efímero que es la vida, “me gusta, me da de comer y aprovecho cualquier instante no solo para salir adelante, sino para vivir y disfrutar día a día”.

Este oficio que tiene más de un siglo de existencia, permanece y sobrevive gracias a personas como don Pedro, que entre la lucha por la subsistencia y su vocación, lo mantienen vigente.

Alejandra Ruiz | El Sol de San Luis

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