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Sonora

Una mujer seri logró con su huerto en pleno desierto alimentar a su gente durante el Covid-19

Esta joven indígena creó un huerto orgánico que hoy ayuda a su comunidad, conformada mayormente por pescadores y artesanos que se quedaron sin trabajo por la pandemia de coronavirus

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Erika Barnett
Erika Barnett es la creadora de un pequeño paraíso lleno de comida colorida y fresca en Sonora. Crédito: Astrid Arellano

HERMOSILLO, Sonora. Erika se para sobre el terreno soleado y ve muchas, muchísimas piedras. En el pedazo de suelo que le pertenece, la idea que le ronda la cabeza le parece complicada, pero no imposible. “¿Un huerto en medio del desierto y el mar?”, se pregunta. Entonces toma la pala, pico, azadón y cernidor. Y encontró su respuesta cuando empezó a abrir la tierra.

Erika Barnett tiene 31 años y es una mujer cmiique, originaria de Punta Chueca, Sonora, territorio de la Nación Comcáac, quien, junto a su familia, es la creadora de un pequeño paraíso lleno de comida colorida y fresca: un huerto orgánico que jamás fue pensado para enfrentar una crisis alimentaria en medio de una contingencia mundial.

“En nuestra historia, nunca he escuchado nada parecido”, dice Erika por teléfono, desde el pueblo indígena cerrado de manera preventiva para evitar contagios de Covid-19 y que hoy vive un duro desplome económico desde que los pescadores y artesanos se quedaron sin empleo.

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“Somos gente del desierto”, explica, “nuestra gente es cazadora y recolectora; no somos gente de agricultura… de hecho, alguien mayor le dijo a mi papá que no cree esto, que tengamos un huerto y que de ahí saquemos nuestras propias verduras.

Se les hace increíble: desde que inicié y subí fotos a mi Facebook, algunos se animaron a hacer su pequeño huerto y, cada vez que brota algo, una semilla, me mandan una foto para que yo vea que también están intentando; eso me da mucho gusto, porque quiere decir que están comprobando que nuestra tierra sí sirve”.

El Huerto Socaaix -nombre oficial de Punta Chueca en lengua cmiique iitom- inició tres años atrás, como un espacio chiquito en el terreno de la familia Mellado Barnett, ubicado al final de un caminito entre una escuela y el panteón del pueblo, a unos diez metros de su casa.

Erika y su esposo Alberto compraron algunas semillas con recursos propios y comenzaron a limpiar, cernir y alimentar la tierra, tarea en la que, más tarde, se involucraría la familia extensa: abuelos, hermanos, cuñados y sus dos hijos pequeños.

“Quien pueda, ya sea en las tardes o en las mañanas, viene a ayudar a regar”, contó Erika, “sembramos calabacitas, rábanos, betabel, zanahorias, chiles, tomate cherry, bola y saladette; maíz, acelga, lechuga orejona y romana, apio… todo es muy bonito y colorido; en las tardes, a veces venimos todos y nos sentamos a platicar”.

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Pero los más interesados en que el huerto se mantenga bonito, son Sennel -o Mariposa, en su lengua materna- la hija mayor de Erika y Alberto, de siete años, quien además de una agricultora en proceso, es una excelente fotógrafa; y Adrián, el hijo más pequeño, de cuatro años y un gran entusiasta de la cosecha de tomates a mano, con una canasta.

“Para mí, es muy relajante regar”, dijo Erika, “pero otra cosa que me hace muy feliz es ver cómo mis hijos van aprendiendo sobre plantas, semillas y saben lo importante que es tener este huerto; a ellos les gusta mucho desde chiquitos.

Ya saben qué tipo de semillas son: de rábanos, de cilantro, de tomate… mi niño chiquito encuentra una semilla por ahí, me la trae y me dice: ‘mamá, toma, siémbralo’; apenas tiene cuatro años”.

Alberto, también un hombre cmiique, es ingeniero en Pesquerías y se ha dedicado por años a temas de conservación ambiental, mientras que Erika aprendió por puro gusto e interés, viendo videos de YouTube. Su sueño, una vez que sus hijos crezcan, es estudiar Ecología o Biología.

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Actualmente, el huerto mide unos 100 metros cuadrados, pues hace dos años lograron obtener un apoyo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) para comprar más semillas, madera para fabricar los bancales y algunos materiales. No necesitaban mucho más, porque el huerto no requiere pesticidas ni fertilizantes, más allá de la composta y el insecticida natural que hacen en casa.

El beneficio de los frutos no ha sido solo para ellos, sino también para los vecinos de alrededor, quienes han recibido las hortalizas en cada temporada, sobre todo, ahora que se encuentran en tiempos difíciles por la contingencia.

“Los hemos compartido con mi familia, con mis vecinos y la gente más cercana a mi casa”, afirmó Erika, “en estos días hemos estado cosechando al día muchos tomatitos cherry, acelga y lechuga, y regalamos lo que vaya saliendo”.

Punta Chueca es un pueblo que suele vivir la escasez de agua potable, explicó, por eso han batallado en varias temporadas para mantener el huerto, especialmente durante el verano, cuando la planta desaladora de agua de mar que alimenta los hogares no se da abasto.

“Tenemos un solo tinaco para el huerto”, narró, “solamente resiste una semana sin agua y lo regamos con agua de la desaladora; por suerte no ha fallado, pero necesitamos más tinacos para almacenar agua por si falla la desaladora, como a veces ha pasado, que el pueblo se queda sin agua una semana o dos, hasta un mes ha llegado a faltar”.

Pero el sueño es más grande que las dificultades: Erika quiere que todas las familias de la Nación Comcáac tengan un huerto en sus patios.

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“A mí siempre me ha gustado la idea de tener un huerto, por la escasez que muchas veces hay en mi pueblo, para que mi familia no batalle para tener verdura. Todos deberíamos poder tener un huerto, es muy importante para cualquier persona.

Aquí nunca pensamos que esto del coronavirus iba a pasar, fue algo inesperado para todos, pero pasó y, nosotros, por decirlo así, ya estábamos preparados; queremos que esto sea inspiración para las personas. Este es mi sueño más grande: poder ayudar a más personas de mi pueblo”.

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