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La Opinión

En los zapatos de un obradorista radical

Los obradoristas radicales están dispuestos a apoyar a Andrés Manuel López Obrador y a Morena hasta las últimas consecuencias

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Jacques Coste

Tras la confirmación de Félix Salgado Macedonio como candidato de Morena a la gubernatura de Guerrero y luego de las desdeñosas declaraciones del presidente López Obrador en torno al movimiento feminista, una pregunta ha invadido las redes sociales, las mesas de debate y las columnas de opinión: ¿por qué hay sectores sociales y actores políticos que apoyan a AMLO, sin importar lo que haga o lo que diga, hasta las últimas consecuencias? 

La respuesta varía dependiendo de a qué facción de Morena o a qué simpatizante de López Obrador se lo preguntes, pero en este texto me centraré en el núcleo más duro obradorismo.

 No me refiero a las figuras políticas acomodaticias que se montaron en el tsunami electoral de 2018 para obtener cargos públicos relevantes y que actualmente siguen apoyando al presidente de dientes para afuera con tal de concentrar mayor poder. Tampoco me refiero a esos ciudadanos que votaron por Morena porque congenian con ciertos aspectos de su agenda o por mero desencanto con los “políticos corruptos de antes”. 

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Más bien, hago referencia específica a los obradoristas radicales. Ellos están dispuestos a apoyar a López Obrador y a su movimiento —así perciben a Morena, como el brazo ejecutor del proyecto presidencial— hasta las últimas consecuencias porque piensan que la cuarta transformación de la vida pública nacional realmente está ocurriendo. 

Para ellos, la cuarta transformación no es solamente una herramienta retórica o un término grandilocuente para denominar al actual gobierno. Por el contrario, se trata de una gesta histórica enorme —del tamaño de la independencia o la revolución— que se está desenvolviendo frente a sus ojos. 

En este orden de ideas, el cambio de régimen realmente está en ciernes. El desmantelamiento del modelo neoliberal y su sustitución por un esquema de desarrollo basado en la justicia social y el bienestar avanza poco a poco. La corrupción se está terminando, la pobreza está disminuyendo, la soberanía energética se está recuperando y ya no hay un gobierno rico con pueblo pobre. 

Todo eso y más realmente está pasando gracias a la sabia conducción de gobierno del presidente López Obrador. Todos esos cambios político-sociales se están desarrollando aquí y ahora, y los obradoristas participan en la gesta heroica que quedará para la historia. Su papel es defender al gobierno transformador y contribuir, desde su trinchera, al movimiento. 

Si esta transformación no está avanzando tan rápido como quisieran, es porque los conservadores no lo permiten. En su imaginario, el término conservador cobra perfecto sentido. Históricamente, siempre surgen resistencias frente a cualquier transformación social. Se trata de una suerte de reacción conservadora que intenta evitar que el orden político-social cambie, sobre todo, porque eso implica que la élite privilegiada y explotadora dejará de serlo. 

Por eso, hay que aplacar cualquier crítica contra el nuevo régimen, hay que acallar a los opositores y señalar sus verdaderas intenciones: impedir que la transformación se consolide. Por eso, cualquier demanda social que no halle un cauce dentro del mismo movimiento —como el feminismo— es motivo de sospecha y, ante la duda, mejor marginarla: los conservadores pueden hacer uso de ella para desestabilizar al gobierno y entorpecer la transformación. 

Además, es egoísta y mezquino demandar cualquier cosa que no esté en la agenda programática del presidente, centrada exclusivamente en consolidar el cambio de régimen. Las demandas del movimiento feminista, de los ambientalistas, de los padres de niños con cáncer y de los colectivos de búsqueda de personas desaparecidas pueden esperar. Ya habrá tiempo para ellas después de que se consolide la transformación. 

En síntesis, el presidente no solamente es un jefe de gobierno, sino el líder de un movimiento histórico que busca crear un orden político-social más justo. El gobierno no solamente es el encargado de conducir al país por la senda del crecimiento económico, el desarrollo social y la estabilidad política; más bien, debe encabezar la transformación de la vida pública nacional. La oposición no solamente ejerce su derecho democrático a disentir, sino que busca truncar dicha transformación. 

Si todo eso es cierto, entonces vale la pena tragar los sapos que sea necesario para que la transformación triunfe. Si para que la transformación gane presencia territorial, hay que apoyar a un violador en su camino a la gubernatura, que así sea. Si hay que aguantar varios años sin crecimiento económico y con una disminución en la calidad de los servicios públicos, que así sea. Si hay que tolerar apagones, desabasto de medicamentos y muertes por la pandemia, que así sea. 

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Son sólo pequeños sacrificios en comparación con el bien mayor que se busca. Ninguna transformación histórica de gran calado se ha producido sin costos considerables. De hecho, los costos sociales, económicos y de calidad de vida que los mexicanos estamos pagando por la actual transformación son modestos si se compara con lo que ocurrió en las grandes revoluciones de los siglos XVIII, XIX y XX, porque, que no quepa duda, de ese tamaño es la cuarta transformación: no tiene nada que pedirle a las revoluciones mexicana, rusa, china, cubana o francesa. 

Así es como la base dura del obradorismo mira la realidad política del país. Por eso, no deberíamos sorprendernos su compromiso inquebrantable con el “gobierno de la transformación”. Sobre el cariz personalista del movimiento, ahondaré más adelante. 

Twitter: @PelonCoste

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