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La Opinión

Joe Biden no le pondrá fin a la ola populista del mundo

El populismo no empezó con la llegada de Donald Trump y no terminará con su salida de la presidencia ni en Estados Unidos ni en el mundo

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Jacques Coste

Diversos analistas —mexicanos y de otros países— de tendencia liberal están muy entusiasmados con la llegada de Joe Biden a la presidencia de Estados Unidos. Consideran que es “el principio del fin de la ola populista” que ha vivido “el mundo democrático” durante los últimos años.

Yo también recibí con beneplácito la victoria electoral de los demócratas y veo con buenos ojos que Estados Unidos recupere su papel de liderazgo global y promoción internacional de la agenda liberal. Sin embargo, no comparto el optimismo de esos analistas.

El populismo no empezó con la llegada de Trump y no terminará con su salida de la presidencia, ni en Estados Unidos ni en el mundo. La simple inercia del cambio de gobierno en Washington no ocasionará un efecto dominó que haga caer, uno a uno, a los demagogos de todo el orbe. El asunto no es tan sencillo.

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Mientras no asumamos que el populismo y la demagogia no son simples paréntesis en la cotidianidad democrática, sino que son partes esenciales de ella, no terminaremos de comprender el calado del fenómeno que estamos viviendo y, por tanto, no sabremos cómo enfrentarlo.

La ola populista no es un fenómeno esporádico y pasajero, sino una tendencia política de larga duración. Tampoco se trata simplemente de un puñado de líderes locos, cuya mera salida del poder implica la derrota definitiva de la demagogia.

Todos ellos dirigen movimientos sociales poderosos y cuentan con bases de apoyo casi inamovibles.

Sin duda, remitirnos al pasado para comprender lo que está ocurriendo es de suma utilidad, pues hay rasgos que estos movimientos comparten con los fascismos del siglo XX, como el nacionalismo exacerbado, la retórica polarizante, la construcción de enemigos del pueblo o la difusión de una historia nacional aspiracional e idílica.

Asimismo, varios de los gobiernos populistas de hoy tienen características comunes con algunos regímenes autoritarios del siglo pasado. No por nada Hannah Arendt, principal teórica del totalitarismo, es una de las autoras más citadas en la literatura reciente sobre el tema.

Sin embargo, no basta con remitirnos al pasado. La historia brinda muchas claves para comprender a los regímenes populistas y autoritarios de hoy, pero también hay que evaluarlos en su justa dimensión.

En ocasiones, la literatura sobre la ola populista ha caído en el error de encasillar a todos los regímenes autoritarios actuales en la misma categoría y querer explicarlos desde el mismo marco analítico.

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Por supuesto que es importante comprender esta tendencia global, pero es igualmente relevante entender a cada uno de los regímenes de este corte para dimensionar el fenómeno en su conjunto.

Prestemos más atención a las particularidades de cada uno de ellos: Maduro no es igual a Duterte y este último no es lo mismo que Orbán. Venezuela tampoco es igual a Filipinas ni a Hungría. Es decir, pongamos el foco en lo nacional y en los rasgos propios de cada gobierno y cada líder de este corte.

Sigamos recurriendo a los estudios históricos que son de utilidad para comprender el fenómeno actual, pero no caigamos en el exceso de forzar que los hechos del presente embonen a la perfección con los acontecimientos del pasado.

Además, como ya lo han hecho algunos libros sobre el tema, no dejemos de incorporar nuevos factores a la ecuación, como las redes sociales y la globalización.

No asumamos que todos los regímenes populistas y autoritarios seguirán el mismo camino, ni para ascender el poder, ni para conservarlo, ni para dejarlo. Hay patrones comunes que hay que estudiar, pero no debemos tomarlos como modelos rígidos que se cumplen a cabalidad en la realidad.

Con esto, regreso al punto inicial: que Trump haya perdido las elecciones no significa que todos los populistas del mundo lo harán. Es más, ni siquiera quiere decir que todos ellos sean derrotables en las urnas.

Muchos líderes populistas llegaron al poder antes que Trump y de manera totalmente independiente al ascenso del trumpismo. El gobierno de muchos ellos es mucho más autoritario que el de Trump y tanto la tradición liberal como las instituciones democráticas están mucho menos arraigadas en varios de esos países en comparación con Estados Unidos.

Además, es cierto que la elección de Biden demuestra que las democracias pueden autocorregirse y que se puede echar del poder a un demagogo mediante mecanismos democráticos. Pero también demuestra lo difícil que es lograrlo y la profundidad que alcanzan las raíces de estos movimientos político-sociales.

Una golondrina no hace verano. Tendremos regímenes autoritarios y líderes populistas y demagógicos para rato.

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