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Sonora

La tierra ya no produce igual en el Río Sonora por derrame de Grupo México

El derrame de Grupo México contaminó la tierra del Río Sonora con aluminio y fierro, según una investigación de la Universidad de Sonora

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Productores de ajos en Tahuichopa.

TAHUICHOPA, Sonora. Unos ajos que apenas alcanzan el tamaño de una moneda de dos pesos, de cáscara seca y coloreada en tonos blancuzcos y morados, representan buena parte de la producción de esta temporada en el Río Sonora. En Tahuichopa, una comunidad ejidal del municipio de Arizpe, Sonora, la familia Corella, lamenta cómo la tierra dejó de ser fértil y sus productos ya no son los de antes.

Faltan pocos días para que se cumpla el quinto aniversario del derrame de tóxicos que Grupo México vertió por negligencia en los ríos Sonora y Bacanuchi, ocurrido el 6 de agosto de 2014, y esta familia, como muchos otros productores de la zona, sigue sin poder levantarse luego del hecho considerado como la mayor tragedia ambiental del país.

Debajo del cobertizo donde don Ignacio Corella Valenzuela guarda los costales con ajo, entre vigas y láminas en ruinas que dejan filtrar los rayos de sol, al hombre de 68 años sólo le queda el recuerdo de cómo sus cuatro hectáreas de tierra le brindaron bulbos casi del tamaño de una cebolla o papas de hasta medio kilo.

“Sí se afectó la tierra, claro… y mucho”, dice mientras se limpia el sudor de la frente y muestra el tamaño minúsculo de los ajos y las papas que cosechó, mismas que ya no puede vender y que usa sólo para el consumo familiar o como regalo para los amigos que lo visitan.

Lo mismo pasó con el frijol, el maíz y otros productos que ya no se generan a gran escala.

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Si antes producía una tonelada de ajo, aseguró, ahora sólo consigue cosechar la mitad, y no sólo el volumen resultó afectado, pues los precios de venta también están por los suelos; el regateo está a la orden del día y la desesperación de la gente les orilla a aceptar casi cualquier cantidad.

“Es muy fácil de entender”, dice, “aquí todo el mundo siembra ajo y la necesidad de la gente hace que lo venden hasta en 14 o 15 pesos el kilo, porque no les dan más”. Mientras tanto, el ajo que proviene de Tahuichopa, se vende hasta doce veces más su valor de origen en Hermosillo, Mexicali, Tijuana y otras ciudades a las que llega.

Tahuichopa tiene sólo 97 habitantes y un alto nivel de marginación, según el último censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

En agosto de 2014, el agua del pozo que abastece al pueblo arrojó resultados positivos sobre la presencia de aluminio, hierro y manganeso, como apuntó el informe final que entregó la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) al Fideicomiso Río Sonora, promovido por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).

Este mismo trabajo realizado en coordinación con la Universidad de Sonora (Unison) y el Instituto Tecnológico de Sonora (Itson), señaló que los dos pozos ubicados Arizpe -la cabecera municipal- entre 2014 y 2017, también contaban con la presencia de aluminio, antimonio y hierro.

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De acuerdo con la información recopilada por la doctora Reina Castro Longoria en las bases de datos de la extinta Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) -hoy Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader)-, entre 2007 y 2017 las evidencias sobre la caída de las producciones agrícolas en esta región, son contundentes.

“La base de datos nos está mostrando no solamente la afectación en la baja de producción, sino que desaparecieron productos de cultivo como el maíz, frijol, habas, pepino, papa y calabaza que, simplemente, ya no existen”, aseguró la investigadora del Departamento de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Universidad de Sonora (Dictus), quien se ha dedicado a realizar estudios sobre las afectaciones en los afluentes y tierras aledañas a los ríos durante los últimos cinco años.

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“En Arizpe y específicamente en Tahuichopa, analizamos la tierra de cultivo y cómo la invadió la creciente generada por el huracán Odile (septiembre de 2017), con el río recién contaminado en ese entonces”, explicó la académica. “Se contaminaron tierras con aluminio y fierro en porcentajes por arriba de lo que marcan los niveles antes del derrame, además de mercurio, plomo y cobre en menores cantidades”.

En el caso específico del ajo, aseguró, el equipo de estudio encontró la presencia de estos contaminantes en la raíz, dientes y tallos.

La doctora ha recorrido cada pueblo afectado, donde también escucha una y otra vez las mismas historias entre los productores, a quienes los comerciantes, además de regalarles sus productos, muchas veces les niegan rotundamente comprarlos.

“Más allá del dolor en temas de salud humana y en el ambiente, hay dolor por el rechazo a los productos del río”, concluyó, “hay que certificar lo que sale de ahí para que no tengan que perder sus cosechas, que sepan que el producto no está contaminado y que la gente sepa qué puede comer y qué no… pero todo ha caído en saco roto, ha llegado a oídos sordos, hay una apatía muy fuerte; es una situación de poca importancia ante una desgracia tan fuerte como es el Río Sonora”.

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Susana Rosas Corella, de 54 años, es comadre de don Ignacio y esposa de un productor que también se dedica a la siembra de ajo, y ella -acostumbrada a trabajar como jornalera en las temporadas de cosecha- hace dos años se vio obligada a poner una pequeña tienda de abarrotes en el recibidor de su casa ante la escasez de empleos.

“Compran poquito, no se venden mil pesos… con mucho trabajo, 200 al día”, comenta sobre su negocio, para luego salir al patio de su casa, donde muestra el nivel de sarro acumulado en la paja humedecida del aparato que enfría su casa. El agua del pozo así llega, afirmó, y echa a perder todo. Si no sirve para esto, mucho menos para beberla, se lamenta.

Luego vuelve al tema del ajo y abre un saco lleno de diminutas cabezas. “Se encebollan”, dice Susana y, ante la duda sobre qué significa eso, respondió: “Sí, pues… no les salen dientes como a un ajo normal, porque se pegan todos hasta que parecen cebollitas”.

Alfredo Rosas Corella, de 45 años y hermano de Susana, dice que, de una manera que le parece casi inexplicable, la tierra dejó de producir. “Son ocho o nueve meses los que batallamos con el ajo para levantar la producción y el precio que pagan por él, no se me hace justo”, dijo.

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“La situación está igual que en un principio, la venta está mal, el producto no vale y no se da como uno quiere”. Para él, en cinco años nada ha mejorado, al contrario, por más que intenta, sólo logra subsistir.

Los primeros dos años después del derrame, Alfredo, don Ignacio y el esposo de Susana tuvieron que dejar de sembrar. Obligados por los organismos federales, al igual que el resto de productores con tierras que colindaban con el río, tuvieron que detener su trabajo y aceptar una indemnización que se les escapó como agua entre las manos.

“A mí me dieron 100 mil pesos porque no sembré dos años y yo levanto de 150 a 300 mil al año, con eso como yo”, dijo don Ignacio, “no nos dejaron trabajar, el mismo gobierno, por la contaminación”.

Entonces la desesperación los orilló a desobedecer. Nadie les autorizó que sembraran.

“Empezamos a buscarle porque ya la soguita la teníamos casi ahorcándose”, dijo paseándose el dedo pulgar por el cuello, “es muy feo aquí… nos han pegado muy duro y tupido”.

Por Astrid Arellano. Reportaje publicado en alianza colaborativa con Proyecto Puente

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