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Sonora

La comida oaxaqueña de Doña Chely conquistó los paladares de la Universidad de Sonora

Aracely Ramírez ha vendido comida típica oaxaqueña por más de 20 años en la Universidad de Sonora, pero el Covid-19 la enfermó, le paró el negocio y le quitó a su hijo

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Doña Chely tiene 55 años y raíces oaxaqueñas por sus padres que la trajeron a Sonora cuando apenas tenía seis meses de edad.

HERMOSILLO, Sonora.- Aracely ya se había cansado de caminar y no vender nada de comida. Con una mano, cargaba una cubeta llena de tamales, mientras que, con la otra, sujetaba la de su hijo. Pero a Israel, de casi diez años, se le ocurrió entrar a la Universidad de Sonora.

“Nos van a sacar”, le dijo su madre. “Tú siéntate y espérame aquí”, le contestó. Bastaron unos minutos para que el niño corriera de vuelta y jalara a su mamá con todo y cubeta. Luego la vaciaron juntos, un maestro tras otro.

Así empezó su recorrido diario por todas y cada una de las carreras de la universidad: de Lingüística a Física, de Ingeniería a Historia, de Enfermería a Danza. Aracely Ramírez ha vendido comida típica oaxaqueña por más de 20 años en la Unison, en sus eventos y en las festividades de Hermosillo.

“Primero fueron treinta tamales, luego eran cincuenta y, al rato, ya traía una hielera de esas que se cargan”, contó la cocinera, “luego fueron dos o tres hieleras cargándolas el niño y yo. Después de esas de llantitas y fue como empecé a caminar más y abarcar más lugares. De hecho, no me alcanzaba: entro a un lugar y ya no camino más porque ahí mismo se me acaba. Bendito sea Dios que se vende mucho, pero ¿ahorita? No hay nada”.

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Con la pandemia, Aracely no solo perdió la fuente de ingresos con la que mantuvo a su familia por tantos años cuando cerró la universidad, sino que además contrajo el COVID-19 junto con su hijo en junio pasado. Ella lo resistió, pero Israel, ya de 29 años, murió el 2 de julio.

“Pues dejé de trabajar”, dice con una mueca en el rostro. El proceso todavía es doloroso para ella y su familia, pues dejó a su esposa y a un hijo pequeño, Isaac, que está a punto de cumplir 6 años en octubre. Con todo y la pena, Aracely intenta recuperarse y volver a poner en marcha su negocio ahora que se aproximan las fiestas patrias: es lo que estaba acostumbrada a hacer y no puede dejarlo.

“Quiero hacer unas charolas que lleven quesadillas dobladas, fritas, gorditas de chicharrón prensado, unos tamales, sopes y pueden llevar tlacoyos también, dependiendo de lo que la gente me pida”, cuenta entusiasmada, “son precios económicos, no es caro”.

Ella tiene 55 años y raíces oaxaqueñas por sus padres que la trajeron a Sonora cuando apenas tenía seis meses. La comida que le aprendió a su mamá y sus abuelas, y que hoy prepara en una pequeña cocina que apenas tiene una tarja para lavar trastes, una mesa de plástico, una estufa y un congelador para almacenar ingredientes, es la que comparte en Hermosillo con la comunidad universitaria: “sus hijos”, les llama con amor a los estudiantes.

“Extraño a mis chamacos”, sonríe, “les digo a todos que son mis hijos porque, de hecho, yo podré amanecer con una gripita o con un dolor de cabeza, que de veras diga no tengo ganas de ir a trabajar y me voy a ir a dormir. Pero, a media noche me levanto y digo, ¿cómo voy a dejar sin comer a mis hijos? Y me levanto y hago rápido todo y al otro día me voy temprano”.

Y continuó: “Porque hay muchos que, incluso, no tienen para comprar un tamal, una quesadilla -que no son caras- las quesadillas las doy a 12 pesos y los tamales a 18, precio de universidad, para los alumnos; hay muchos que me dicen no traigo dinero y pues nomás deme un burrito, no, pero ¿cómo vas a estar todo el día así con uno? Ten llévatelos”.

Doña Chely, como le dicen de cariño los estudiantes a los que alimentó, una vez llegó a tener un puesto a un lado de la escuela de Lingüística. Desde atrás de su comal, veía pasar a estudiantes y ella los detenía.

“¡Hey, tú, ven!”, contó que les gritaba, “como ya los conozco casi a todos, más a los de Danza, los que hacen malabares en las calles para ganar un peso, para ayudarse. ¿Pa’ dónde vas? Voy a ver si agarro una feriecita, a ver si alcanzo para venir a comer. No, no, no, ándale regrésate, vente a comer. Pero es que no traigo dinero, y ¿quién te está pidiendo dinero? Vente a comer, ahí cuando tengas, me pagas”.

Así se ganó el cariño de todos: una quesadilla a la vez. Ahora la aprecian tanto que, aún egresados, la frecuentan y la apoyan cuando lo necesita, porque ella siempre hizo lo mismo.

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Para llegar a su casa, enclavada en una loma de la colonia Café Combate, hay que subir una vereda rodeada de árboles. Desde allá arriba, el paisaje muestra otra cara de Hermosillo: todo se ve mucho más verde.

En su patio, Aracely acomodó una mesa y mostró un poco de lo mucho que sabe hacer: quesadillas de maíz azul con rajas, sopes con tinga, tamales de pollo con mole y también de verduras.

“Los muchachos, todos, me dicen que está muy buena y, de hecho, ahorita que empecé otra vez, me dicen ‘ya extrañaba mucho su comida, extrañaba su sabor’; hay maestros que me compran y que me hacen pedido en diciembre para llevar al otro lado, a Phoenix, a Tucson, se llevan por docenas porque allá van y pasan las fiestas con su familia”.

Chely es feliz cocinando y se siente orgullosa de lo que su comida ha logrado en la universidad.

“No es por nada, pero me quieren mucho, en esta pandemia me han ayudado mucho”, y se le quiebra la voz cuando recuerda que, cuando murió Israel, todo mundo la buscó para ayudarla.

“Pues ahora con lo de mi hijo también me ayudaron mucho. No me han dejado. Me piden, de hecho, y me apoyaron con dinero, con apoyos económicos. Maestros, de todo. Yo digo que sí me quieren demasiado”, dice con un respiro profundo para contener las lágrimas, luego sonríe.

“Pero yo quiero seguir vendiendo, ya nomás que abran la uni”, agregó, “la frase de mi hijo que falleció era: ‘Mamá, tú no trabajas porque necesites trabajar, tú trabajas por amor al arte’. Le digo, mijo ¿por qué? ‘Amá, es que das bien barata tu comida, bien barata’. Ay, mira, aunque lo dé barato, sé que me sale para comer, me sale para uno que otro gustito y para darle a mis nietos lo que yo quiero”.

Para conocer el menú y comprar la comida de Aracely, puedes enviarle un WhatsApp al (662) 340 7783 y ordenar una charola de antojitos para tu festejo de fiestas patrias en casa.

“Es muy rica la comida, está muy recomendada”, concluyó, “quienes tienen gente en la universidad, saben a lo que sabe; aquí estamos a sus órdenes, lo que nos pidan, se lo hacemos”.

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