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La Opinión

La selección mexicana y la aprobación presidencial

En 2021, veremos si la fidelidad al presidente Andrés Manuel López Obrador es tan fuerte como la pasión por la selección mexicana

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Jacques Coste
El mexicano aprueba al presidente por su reunión de todos los días a las seis de la mañana con su gabinete de seguridad.

“No es por presumir, pero me llevo bien con la derrota. El mérito no es mío, sino del futbol mexicano”, escribe Juan Villoro al referirse a la selección mexicana en su libro Balón dividido. Y sigue: la fe del aficionado mexicano “no proviene de la realidad, sino de la zona de las promesas incumplidas. […] El hincha mexicano hace que la pasión no dependa de los récords, sino de la fantasía”. 

Este breve pasaje viene a cuento, porque lo mismo ocurre con el presidente López Obrador y su índice de aprobación, que ronda 60 por ciento en el promedio de las encuestas o 71 por ciento, según sus “otros datos”. 

Al igual que la fe en la selección mexicana, la confianza en el presidente no proviene de la realidad, sino de las promesas incumplidas; no depende de los resultados tangibles, sino de la fantasía y la pasión. 

La aprobación de López Obrador y el apoyo a la selección mexicana son dos manifestaciones de un fenómeno mexicanísimo. Los mexicanos no siempre premiamos resultados, sino intenciones.

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La típica frase “jugamos como nunca, pero perdimos como siempre” es muy representativa de ello: lo importante no es que hayamos sido derrotados; lo significativo es que dimos nuestro mejor esfuerzo e intentamos ganar; con eso basta para los jugadores y para los aficionados.

El profesor mexicano pasa de panzazo a su alumno que reprobó el examen final “porque siempre llegó puntual, entregó todas las tareas —aunque mal hechas— y le echó ganas”. 

El ciudadano mexicano aprueba al presidente porque se reúne todos los días a las seis de la mañana con su gabinete de seguridad. La violencia y la delincuencia siguen al alza, pero el enjundioso mandatario se levanta a las cinco de la mañana a diario, lo que demuestra que se está esforzando por resolver el problema. Con eso basta para aprobarlo. 

El patrón mexicano mantiene a un empleado poco productivo porque “nunca llega tarde ni crudo a trabajar y es honrado: jamás falta nada de la caja registradora”. El ciudadano mexicano aprueba al presidente porque es honesto y bienintencionado. 

No importa si la corrupción sigue igual que siempre; importa que el presidente se está esforzando para acabar con ella. No importa que el sistema de salud sea cada vez peor; importa que el deseo máximo del presidente es llevar la salud a todo el país y convertir a nuestro sistema sanitario en uno digno de Canadá o Dinamarca. 

No pasa nada si la austeridad republicana ocasiona la desaparición del Fonden y ya no hay cómo responder frente a los desastres naturales, porque la acción provino de la noble intención de terminar con los negocios al amparo del poder. 

Así lo demuestran la mayoría de encuestas, en las que el presidente está reprobado en todos y cada uno de los rubros de política pública, pero conserva sólidos niveles de aprobación. 

Tomemos la de Reforma, por ejemplo. Tan sólo 21 por ciento aprueba la política de combate al crimen organizado; 30 por ciento, la gestión de la economía y el manejo de la seguridad pública; 37 por ciento, la política de salud, y así sucesivamente. 

No obstante, 61 por ciento de los encuestados aprueba al presidente. Esto se debe a que 65 por ciento piensa que AMLO “se preocupa por los que menos tienen”, 56 por ciento considera que “es honesto” y 53 por ciento cree que “da prioridad a las necesidades de la gente”. 

Es decir, la gente nota que el presidente López Obrador no está dando resultados, pero aun así lo considera un líder honesto, con vocación social y con buenos propósitos. Insisto, los mexicanos no siempre premiamos los resultados, sino las intenciones nobles y el empeño, siempre con un dejo de ingenua esperanza.

La selección no llegó al quinto partido y se quedó en octavos de final, pero vaya que lo intentó. “Imaginémonos cosas chingonas”, como dijo el Chicharito. Imaginarlas e intentar conseguirlas basta. No importa si al final se logra el objetivo o no. 

No llegaremos al crecimiento económico del 4 por ciento anual en este sexenio, pero el presidente decretó el fin del malhadado neoliberalismo. Eso es suficiente. 

Más allá de este fenómeno mexicanísimo, debemos reconocer los grandes éxitos de López Obrador. Primero, su narrativa es muy poderosa, su estrategia de comunicación es eficiente como pocas y tiene un talento innato y una enorme sensibilidad para llegarle a la gente. 

Segundo, los programas sociales son otro de los pilares de su popularidad: la gente que los recibe aprueba al presidente y muchos de quienes no los reciben también lo hacen debido a que simpatizan con la medida o porque esperan ser beneficiarios en un futuro. 

Por último, los dos factores anteriores contribuyen a fortalecer la imagen de líder bienintencionado, noble y honrado: el presidente que quiere combatir la corrupción, el presidente que quiere terminar con los privilegios de las élites, el presidente que ve por el pueblo, el presidente que ayuda a los viejitos, el presidente que no miente, no roba y no traiciona.

A diferencia de lo que ocurre en el fútbol, donde un buen aficionado jamás cambia de equipo pese a los malos resultados, en política, los ciudadanos modifican el sentido de su voto en cada elección y muchas veces votan más con el bolsillo que con el corazón. En 2021, veremos si la fidelidad a López Obrador es tan fuerte como la pasión por la selección mexicana. Hagan sus apuestas.

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