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La Opinión

La Guerra Civil resurge en medio de la elección presidencial en Estados Unidos

Las viejas cicatrices de la Guerra Civil entre el Estados Unidos urbano cosmopolita y rural provinciano siguen vigentes y es crucial comprenderlas

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Joe Biden recibirá a un país no sólo dividido, sino casi partido a la mitad.

La apretada elección presidencial y la crisis poselectoral que apenas inicia en Estados Unidos han sacado a relucir las viejas divisiones que aquejan a la Unión Americana desde el momento mismo de su fundación.

Los añejos conflictos que ocasionaron la Guerra Civil (1861-1865) nunca quedaron del todo saldados. La distribución del voto, el ambiente político ultrapolarizado y el encono social que se viven en la actualidad así lo demuestran.

En los primeros años de Estados Unidos como país independiente, la esclavitud y el nivel de intervención del gobierno federal en la vida de los estados y las comunidades locales fueron dos temas cruciales en las discusiones que se llevaron a cabo para moldear el sistema político y definir el rumbo de la nueva nación americana.

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En aras de preservar la Unión, los estados norteños fueron cediendo terreno ante los sureños. Aceptaron a regañadientes las condiciones impuestas por el sur en materia de la representatividad y el peso político de los estados en la Unión. Eso llevó al complicado sistema electoral de voto indirecto que tiene Estados Unidos hasta el día de hoy.

El caso es que, con tal de mantener al país unido, los estados del norte fueron excesivamente permisivos con los del sur. Un buen ejemplo es que los delegados de la Convención Constitucional de Filadelfia de 1787 llegaron al Compromiso de los Tres Quintos.

Esta disposición consistía en que se contaría a tres quintas partes de la población esclava de los estados sureños en el censo para determinar el número de diputados que cada estado tendría en la Cámara de Representantes.

En otras palabras, a pesar de que los esclavos no tenían derecho al voto ni acceso a ningún otro mecanismo de participación política, se contabilizaría a 60% de ellos como parte del padrón demográfico para así poder aumentar el número de representantes sureños, con el objetivo de mantener un equilibrio entre los estados del norte y los del sur en el Congreso.

La paridad entre los estados norteños y sureños en el Congreso fue una premisa fundamental para el funcionamiento del sistema político estadounidense decimonónico y, sobre todo, para la sobrevivencia de la Unión.

El otro elemento crucial de las disputas norte-sur en el siglo XIX fue el nivel de intervención del gobierno federal en los estados. Los sureños temían que el gobierno federal fuera demasiado poderoso, pues consideraban indeseable que tuviera las capacidades suficientes para intervenir en la vida interna de los estados, lo cual representaba “un riesgo para las libertades individuales (de los blancos) y la propiedad privada (incluyendo terrenos y, por supuesto, esclavos)”.

Todo esto generó diferencias cada vez más difíciles de reconciliar entre ambas regiones. Sobrevino la Guerra Civil con el resultado que ya todos conocemos: la victoria norteña y la consecuente abolición de la esclavitud.

Sin embargo, las diferencias no quedaron zanjadas. Más bien, perviven hasta el día de hoy. La economía, la geografía política, la configuración partidista y la demografía de la Unión Americana han cambiado mucho desde entonces, pero sigue vigente el jaloneo entre el estadounidense urbano, cosmopolita y educado, sobre todo concentrado en el norte y de las costas, y el estadounidense rural y provinciano con bajo nivel educativo principalmente localizado en el sur y en el medio oeste.

Los motores principales de muchos votantes de Trump fueron precisamente el miedo a que un gobierno federal liderado por el Partido Demócrata fuera demasiado intervencionista —socialista, según ellos— y el temor a la inclusión racial plena. Con sus respectivas adecuaciones a la época actual, son los mismos elementos que motivaron los roces entre el norte y el sur antes de la Guerra Civil.

Para comprender por qué esta elección fue tan reñida y por qué el ambiente político-social está tan polarizado en Estados Unidos hay que introducir muchos otros factores a la ecuación, como la desigualdad socioeconómica creciente, la ausencia histórica de un Estado de Bienestar estadounidense, la ralentización de la movilidad social y el debilitamiento geopolítico de Washington, entre muchos otros.


Las viejas cicatrices que ocasionaron la Guerra Civil y las antiguas diferencias regionales entre el Estados Unidos urbano cosmopolita y el Estados Unidos rural provinciano siguen vigentes y es crucial comprenderlas para entender el crítico momento histórico que atraviesa la Unión Americana.

Estamos frente a la crisis político-constitucional más grande de la historia reciente de Estados Unidos. En los próximos días, se probará de qué está hecho el edificio democrático estadounidense. Estoy seguro que resistirá los embates de Trump y sus huestes, pero con daños superficiales y estructurales.

Joe Biden recibirá a un país no sólo dividido, sino casi partido a la mitad. Gobernarlo no será nada sencillo. Unirlo, menos.

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